_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Diario de precampaña

Esta es la novedad con la que vamos a las urnas el 28 de abril, más polarización, más radicalización en la derecha y, curiosamente, más moderación a la izquierda

Pepa Bueno
Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal el pasado domingo en la plaza de Colón de Madrid.
Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal el pasado domingo en la plaza de Colón de Madrid. CARLOS ROSILLO

En el año 2015, hablar de bipartidismo en España era mentar a la bicha. La regeneración del sistema solo se concebía con la multiplicación de la oferta electoral. En ese contexto tan adverso, el sociólogo José María Maravall, ministro de Educación en los primeros gobiernos de Felipe González, recordaba, en una entrevista que le hice, que en el bipartidismo es más fácil exigir y conseguir que un gobierno rinda cuentas. Durante la legislatura, un solo partido tiene todo el poder y no puede esconder los incumplimientos o las insuficiencias de su gestión, en la dificultad de concertar intereses y programas diferentes. En los modelos con más partidos, los ciudadanos pueden elegir, a la hora de votar, entre un abanico más rico y que se ajuste más a sus preferencias, pero en cambio, pierden capacidad de control después, sobre las políticas que, en el día a día, negocian los gobiernos de coalición.

Más información
EDITORIAL | Fantasmas electorales
El tripartito andaluz, un mes de laboratorio; por Xavier Vidal-Folch

La gran ventaja, argumentaban los defensores del pluripartidismo, es que al necesitarse dos o más partidos para gobernar, es más fácil que se den combinaciones transversales que permitan consensos duraderos. Vamos, que ya no veríamos cambiar, cada cuatro años, hasta el uniforme de los conserjes de las empresas públicas.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Nada de esto ha ocurrido, desapareció el bipartidismo y no llegó la transversalidad. Y mucho menos, el gobierno de un partido bisagra como soñó, o le hicieron soñar, a Rivera. Borgen no es lo nuestro. Hubo una ocasión en el 2015, pero Podemos no permitió un gobierno PSOE-Ciudadanos. Ahora, Ciudadanos anticipa que, en ninguna circunstancia, pactará con el PSOE y mucho menos, supongo, permitirá un gobierno PSOE-Podemos.

De manera que hemos abandonado el bipartidismo por el frentismo y lo que trajo la pluralidad es, al final, la batalla por la hegemonía dentro de los mismos campos ideológicos del bipartito. Esta es la novedad con la que vamos a las urnas el 28 de abril, más polarización, más radicalización en la derecha y, curiosamente, más moderación a la izquierda. El dominio del discurso ultra en el mundo occidental y el poderío sin contrapesos del sistema financiero, han convertido a la socialdemocracia en una propuesta que hoy suena casi radical.

Vox contamina a toda la derecha española, y los partidos catalanes han dejado de contar para formar mayorías estables. Así están las cosas a fecha de hoy. Quedan dos meses. Un mundo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_