Deshielo milenario
Rota por dentro, la Iglesia católica está más abierta al mundo que nunca en su historia
Extraña paradoja la que sufre el Vaticano, el Estado más antiguo y probablemente más autocrático del paisaje internacional. De un lado, su prestigio se erosiona a ojos vista, corroído por los escándalos y los delitos sexuales de numerosos sacerdotes y obispos. De otro, el jefe de este Estado, despojado de los oropeles y de la pompa de los soberanos pontífices, mantiene su prestigio y consigue que su Iglesia sea más católica que nunca, es decir, más universal, con su apertura a la China comunista y al mundo islámico.
Justo cuando regresan los vientos de una guerra fría multipolar, en la que Estados Unidos, Rusia y China compiten y se combaten, de momento digital y comercialmente, empieza un deshielo milenario, casi entre civilizaciones y creencias. El pasado septiembre, el Vaticano y la República Popular China abrieron el portillo a la reapertura de relaciones diplomáticas y al nombramiento consensuado de obispos después de 70 años de ruptura y de tensiones en las relaciones exteriores y dentro del catolicismo chino entre la iglesia clandestina y perseguida de los obispos nombrados por Roma y la iglesia oficial de obediencia comunista. Esta pasada semana, el Papa ha pisado por primera vez y ha celebrado misa en la península arábiga, concretamente en el emirato de Abu Dhabi, tierra natal del islam, en buena parte vetada al culto e incluso a la visita de los infieles.
El deshielo es entre tres visiones del mundo que se excluyen entre sí, porque cada una de ellas se sitúa en el centro de sus creencias y rechaza el pluralismo y el relativismo. Pekín no puede admitir que Roma nombre a los obispos. El islam no puede admitir el proselitismo del catolicismo universalista: la apostasía lleva a la pena de muerte. Roma no pude conceder ni un ápice de su verdad revelada y universal. Solo un Papa latinoamericano como Jorge Bergoglio, surgido de la pobreza de los suburbios, podría atreverse a la vez con este rompecabezas esencial para la convivencia en el mundo y con la limpieza de la podredumbre moral que corroe la pirámide jerárquica de la Iglesia.
El papa Francisco es un pionero en muchas cosas en la silla de san Pedro. Primer jesuita, primer latinoamericano, primer peregrino en tierra del islam, también quiere ser el primero en viajar a China e incluso a Rusia. Si su mediación en el deshielo entre Washington y La Habana bajo la presidencia de Barack Obama fue decisiva, también puede serlo ahora en la crisis de Venezuela. Rota por dentro, la Iglesia católica está más abierta al mundo que nunca en su historia.
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