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La paradoja y el estilo
Columna
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Inseparables

En estos tiempos tan revueltos, la imagen de Ana Obregón y Susana Uribarri solo la podría superar que Nicolás Maduro convoque elecciones democráticas justas cuanto antes

Ana Obregón y Susana Uribarri.
Ana Obregón y Susana Uribarri.Pablo Cuadra (GETTY)
Boris Izaguirre

Mientras escucho en la radio las tibias respuestas del presidente López Obrador acerca del conflicto en Venezuela, durante la visita a México del presidente Pedro Sánchez, no puedo evitar fijarme en una foto a página completa en la revista LOVE. En ella aparecen Ana Obregón y Susana Uribarri saliendo de una tienda en Madrid, vestidas una de blanco y la otra de negro, consiguiendo un sorprendente efecto Baccara bajo un titular: "Inseparables". Un sincretismo y punto de unión del que son incapaces los políticos. Estas amigas estuvieron enfrentadas por un hombre, Darek, que fue un descubrimiento fantástico de Obregón y al cual, más tarde, Susana estuvo a punto de convertir en marido. En la foto se ve que las dos han superado cualquier diferencia de criterio triturando opiniones y tendencias con determinación. Como dos presidentas. O como influencers. En estos tiempos tan revueltos, esa imagen solo la podría superar que Nicolás Maduro ceda a la presión internacional y convoque elecciones democráticas justas cuanto antes.

Pero es un mundo de hombres y carecemos de esa innata diplomacia femenina de Ana y Susana. Un varón, por ejemplo, jamás perdonaría a un amigo que le birle a su pareja. No hay más que ver la ciclogénesis activa entre Pablo Iglesias e Iñigo Errejón. Es que hay que ser mas versátil, lo digo siempre. Y eso puede incluir a otra persona en la relación. En eso resulta ejemplar la evolución del triángulo amoroso de Ana, Susana y Darek. Ahora queda por ver cómo Pablo Iglesias gestiona su frustración, porque esto no se lo esperaba. No sabemos si por irse a vivir a una cómoda dacha en la periferia o por su perfil de hombre alfa, no supo ver el indudable sex appeal de Manuela Carmena que, finalmente, se ha llevado el gato al agua. También es cierto que te dejen por alguien mayor que tú no entra en los planes de casi nadie. 

Yo, que no me he alejado del centro, solo puedo pensar que el chavismo no consiguió una revolución salvadora sino el enorme fracaso que puede provocar una intervención extranjera. El país que mis padres querían construir se ha convertido en un conflicto estratégico en la era global debido a sus magníficas riquezas minerales.

Minerales y animales. Recuerdo el canto de los sapitos en el jardín de mis padres cada vez que llovía con fuerza tropical. Una pared sinfónica repetitiva, húmeda y envolvente. Un canto general. Mi madre sacaba el teléfono al patio para que los oyera cuando llamaba desde España. En Madrid, esta semana, otro ruido me chupaba energía, el de los helicópteros sobrevolando la huelga de taxistas. Por un momento no supe dónde estaba el aparato, si encima del Ávila, la montaña que domina el valle de Caracas, o sobre el parque del Retiro. Un conflicto que me obligó a caminar, enlazando gestiones con recados y kilómetros, maravillándome de la ciudad que redescubría con su luz rosada endulzando las esquinas. El enfado o la sonrisa de los peatones. El compadreo sobre la situación: “Aquí, la culpa es de los políticos”, me informó una señora recién salida del tinte. “Igual que en tu tierra, Boris”.

No, no todo es igual. Así como me gustaría que Maduro se marchara evitando males mayores, también nos gustaría que pudieran cohabitar taxis y VTC sin mayor problema. Como hacen Ana Obregón y Susana Urribarri. Las movidas del taxi y de Podemos coincidieron con la Semana de la Moda en Madrid. Acudí al desfile de Pedro del Hierro, donde Isabel Preysler enfrentó magistralmente un pelotón de fotógrafos y de móviles intentando capturar la esencia de su proverbial autocontrol. Y también al de Roberto Torretta, donde me senté un instante antes que entrara Marta Ortega. Me levanté a besarla, convirtiéndome en objetivo colateral de los flashes. Ortega es rica también en simpatía, con su punto gallego que disfruto y conozco muy bien. Rápidamente le cedí paso mientras los fotógrafos gritaban nuestros nombres como si fueran taxistas furiosos. Me parece que ninguna de esas fotos salió publicada. No soy taaan noticia y eso lo tengo que asumir.

En medio de tanta furia y ruido, fuimos a celebrar el cumpleaños de Lucía Bosé siguiendo un plan improvisado, que son siempre los mejores. Terminamos cantando Eres, un éxito de Massiel con un mensaje contundente: “Eres, por tu forma de ser conmigo lo que más quierooo”. Lucía se reía, porque a su edad no duda de que sea verdad.

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