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Recorrido por las estrellas Michelin de la capital portuguesa

La guía turística celebra por primera vez su fiesta anual en el país luso

José Avillez, paseando por restaurantes de Moscú.
José Avillez, paseando por restaurantes de Moscú.J. M.

Lisboa es una ciudad que, pese al tsunami turístico, aún destaca por su cocina casera, muy gratificante para los lisboetas, pero no tanto para los inspectores gastronómicos de Michelin. Apenas hay cinco restaurantes en la ciudad con alguna estrella de la prestigiosa guía; ninguno ha sido reconocido con el máximo galardón. El día 21, Michelin celebra por primera vez en la capital portuguesa su gala anual, una buena ocasión para otorgar, por fin, las tres estrellas a un restaurante lisboeta.

Racanería o no de los inspectores, lo cierto es que todas las distinciones a los restaurantes lisboetas han llegado en los últimos seis años, lo que dice mucho de la renovación de la cocina nacional y del salto hacia los estándares máximos de calidad, sofisticación y arte, que exige la clasificación gourmet.

Un paseo por los restaurantes estrellados es también un paseo por los barrios más bonitos de la ciudad, de Belém al Chiado.

En la plaza de São Carlos, a un lado del encantador teatro de ópera del mismo nombre —casi siempre cerrado— se encuentra Bel Canto, único restaurante de la ciudad con dos estrellas. Es el buque insignia del inquieto José Avillez (Lisboa, 1979), discípulo de Ducasse y Ferrán Adrià. En 2012 se hizo cargo del local y al año siguiente ya conseguía una estrella Michelin, la segunda en 2015, y todo apunta a que en la gala del día 21 podría obtener la tercera.

Plaza de São Carlos, con Bel Canto al fondo.
Plaza de São Carlos, con Bel Canto al fondo.

Avillez rima con avidez, pues alrededor del Bel Canto ha levantado una empresa con cientos de empleados y una docena de restaurantes, la mayoría en un radio de acción de 200 metros, como la Cantina de Avillez, el Bairro de Avillez, Mini Bar, Cabaret-Gourmet, Cantina Peruana, Pitaria o Za’atar. Todos ellos más populares y de conceptos diferentes, bien por su comida (libanesa, mexicana, italiana o peruana), bien por el público que quiere atraer, más fiestero (Mini Bar y Beco) o más de trote (Pizzaria Lisboa). La dispersión no ha ido en detrimento del mimo que Avillez sigue volcando en Bel Canto para perseguir su tercera estrella.

En el mismo barrio del Chiado, en un viejo almacén de la librería Bertrand, el chef Henrique Sá Pessoa ha abierto Alma, con estrella desde 2016. Como el anterior y el resto, cuida el producto local y estacional, reinventando platos tradicionales de la cocina portuguesa.

En el barrio de Estrela, cerca de su encantador parque y su basílica, se encuentra Loco, una propuesta más arriesgada, de Alexandre Silva, que recibió una estrella hace dos años.

Aparte de su estrella, Eleven, del alemán Joachim Koerper, disfruta de las mejores vistas de la ciudad (aunque Martín Berasategui le disputa el título con el nuevo Fifty Seconds a 120 metros de altura en el Parque de las Naciones.

El Eleven, situado sobre el parque Eduardo VII, vuelca su sala con vistas a la ciudad vieja; pero la oferta gastronómica no le va a la zaga. Es el más veterano de todos los estrellados lisboetas, un clásico para los ejecutivos de los alrededores.

Junto al río, entre la torre de Belém y el monasterio de los Jerónimos, João Rodrigues dirige la cocina de Feitoria, con una estrella desde 2012, aunque obtenidas con distintos chefs. Es un candidato a la segunda.

Cinco maravillas que nunca recibirán estrellas

Todos los anteriores son restaurantes donde la factura no baja nunca de los 70 euros y puede llegar hasta los 200. Ni por precio ni por sus sofisticadas elaboraciones son restaurantes para visitar diariamente, a riesgo de dañar economías y —hay que decirlo— estómagos.

Para comer cada día en Lisboa, yo tengo mis favoritos, que nunca recibirán una estrella, pero donde se sale satisfecho con lo comido y con lo pagado (entre 6 y 20 euros). A esos cinco estrellados, les contrapongo cinco delicias modestas:

La Tentadora.
La Tentadora.

—El caldo verde de La Tentadora, en Campo de Ourique. El público fijo es, principalmente, de viudas solitarias, que por seis euros salen bien y sanamente alimentadas. Adoro.

—La pescadilla que se muerde la cola de Sé da Guarda, en Algés, muy cerca de Belém. Unos 12 euros, con café y postre incluidos.

—El menú del día de la Confitería Marqués de Pombal. Un milagro que en la avenida da Liberdade, la más cara de la ciudad, se encuentre esta maravillosa cafetería, con servicio tan profesional y a tan buen precio (unos 12 euros).

—Las patatas con grelos y bacalao del Último Porto, en Alcántara. En realidad, es al revés: bacalao con patatas y grelos, pero el tubérculo es tan delicioso que lo pongo en primer lugar. Aquí la patata sabe a patata, añádase a ello la mejor parrilla de pescados. En torno a 20 euros.

El Último Porto.
El Último Porto.J. M.

—El pollo de Rio de Mel, en el barrio de Alvalade. Las churrasquerías tienen gran predicamento en Lisboa. Hay un auténtico furor por conseguir el mejor pollo a la plancha de Lisboa, pero en casi todos los concursos, catas o críticas sobresale el del Rio de Mel, en el barrio de Alvalade, del que otro día hablaremos más extensamente. Me gustan las churrasquerías, pero de las brasas de carbón de Rio de Mel, sale el mejor pollo que he comido nunca en la calle. Y a nueve euros.

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