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psicología
Tribuna
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Si sancionas a tu hijo, asúmelo: no es una consecuencia, es un castigo

Lo más importante de todo es cómo aprendemos: por miedo o por la comprensión del error

Un niño llora en un columpio.
Un niño llora en un columpio. getty

“ Como te has olvidado de traer el examen firmado, te quedarás sin recreo durante una semana”

Constato una y otra vez cómo algunos padres y docentes utilizan el término consecuencia cuando lo que en realidad están haciendo es imponiendo un castigo. El argumento es algo así como que determinadas “malas” conductas deben tener una consecuencia para que se produzca aprendizaje.

Dado que Consecuencia y Castigo no son sinónimos, primero voy a exponer la definición de ambas:

El castigo

Algunos de los castigos comunes impuestos por los padres, tutores o maestros o abuelos (aunque las costumbres varían de un lugar a otro así como de época en época):

  • Llevar a cabo tiempos fuera, ya sea cierto período en una esquina o en un lugar oscuro.
  • Escribir planas o un ensayo con un tema acorde a la falta.· Aplicar detención, es decir que el faltista no salga al receso o recreo según sea el caso. A menudo combinado con diferentes tareas como el estudio, tareas extras, etc.
  • Recluir ya sea general o simplemente negar el permiso para hacer una actividad divertida o para ver a un amigo.
  • Restringir de manera temporal de algunos privilegios, tales como uso el del teléfono, mirar la televisión o el uso del ordenador y sus variantes lúdicas.
  • Confiscar (generalmente de manera temporal) un juguete o un artículo personal, o la separación de una mascota.
  • Revocar ciertos convenios como el postre, la comida favorita o incluso la cena.
  • Asignar deberes extra en la casa.
  • Cortar la cantidad de dinero que se le da al niño.

La consecuencia:

  • Hecho o acontecimiento derivado o que resulta inevitable y forzosamente de otro.
  • Proposición o idea que se deduce lógicamente de otra o de un sistema de proposiciones dado.

Es decir, el castigo es una acción artificialmente creada que está orientada a cambiar un comportamiento mediante algún tipo de dolor emocional, físico o psicológico, que coloca el control fuera del niño (locus de control externo) y cuyo principal motor es el miedo.

La consecuencia es natural, fluye de determinadas acciones y no la impone nadie. También produce aprendizajes, el sufrimiento que también puede acarrear no es infringido por otra persona, no produce humillación ni atenta contra la dignidad, el niño interioriza que de él depende el cambio (locus de control interno) y el aprendizaje es a largo plazo.

Paro hay algo infinitamente más importante que todo eso, se trata de cómo aprendemos: por miedo o por la comprensión del error.

Dependiendo de que utilicemos un tipo u otro de aprendizaje, hay una comprensión del funcionamiento de las cosas, de las relaciones, es decir, de cómo el niño dibuja su mapa del mundo y construye interacciones que van a acompañarle durante toda su vida. 

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¿Nos ponemos el cinturón de seguridad por miedo a la multa o porque es importante cuidarnos y protegernos? ¿Qué tiene más poder? En el primer caso, cuando nadie nos vigila no nos lo pondremos y ese comportamiento nos pone en riesgo, con multa o sin ella. En el segundo caso, no necesitamos ser vigilados: hemos entendido el porqué de esa acción. Lo haremos de todos modos.

Este ejemplo es extrapolable al día a día cuando tratamos de corregir una conducta inadecuada, cuando en lugar de adiestrar, preferimos educar. En el adiestramiento hay obediencia ligada al premio y al castigo, en la educación hay comprensión del porqué es necesario o importante hacer lo que haya que hacer.

Y además de la ineficacia a largo plazo que representa el castigo en educación está también la ética: el fin no justifica los medios. No tienes derecho a dañar, ni a faltarle el respeto o la dignidad a nadie, mucho menos a un niño, con el fin de que cambie una conducta. Hay otros caminos, otras herramientas que no dañan la autoestima, que cuidan al niño en su búsqueda y aprendizaje del mundo, que potencian sus cualidades, que aluden al compromiso basado en la palabra y en la confianza, que construyen vínculos en lugar de desgastarlos.

Siguiendo el ejemplo que ha inspirado este artículo, me gustaría plantear esta pregunta: ¿qué parece más eficaz, dedicar dos o tres minutos a hablar con ese niño y explicarle el porqué es necesario acordarse de nuestros compromisos y qué ocurre cuando no lo hacemos y desde ese lugar, ver de qué manera podemos hacer para acordarnos la próxima vez, incluso acordar un compromiso mutuo para encontrar una solución, o dejarle sin recreo una semana?

Seguramente muchos van a contestar que la segunda opción hará que no vuelva a olvidarse del examen. Es verdad. Como también es verdad, que se pagarán precios: resentimiento, desmotivación, ausencia de vínculo, incluso rechazo a ese adulto, que en este caso además, es un docente. ¿Y de verdad alguien piensa que eso no va a incidir sobre el rendimiento del niño o niña en el aula o asignatura que imparte esa persona, o no va a influir sobre cómo hacer que los otros te obedezcan sin importar nada más?

“Como te has olvidado de traer el examen te quedas sin patio una semana”, le dice el docente al niño. Y el niño a su hermano menor, y el hermano menor al gato… y así en una cadena infinita que perpetua el lado más oscuro del conductismo radical y que dice pretender enseñar, cuando lo que verdaderamente está haciendo es adiestrar.

No, no les confundas: el castellano es muy rico y tiene una palabra exacta para cada cosa: diles la verdad, que les vas a castigar. Y asume tú las consecuencias.

*Olga Carmona es psicóloga y experta en Psicopatología Intanto-Adolescente

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