Victoria Sin: “A la mujer se le enseña a estar avergonzada de su vagina y de su regla”
La ‘drag queen’ canadiense utiliza el surrealismo en sus ‘performances’ para reivindicar la libertad sexual y de género
“La naturalidad es una idea obsesiva instaurada absurdamente en nuestra sociedad”, sentencia Victoria Sin (Toronto, 1991) sin titubear mientras se retoca el maquillaje frente al gran espejo de luces de su camerino tras su espectáculo. Envuelta en un vestido de látex de color rosa, sus rasgos asiáticos quedan ocultos bajo el maquillaje, las pestañas postizas, los brillos y la peluca rubia oxigenada. “La gente lleva la ropa que cree que le corresponde por el género que representa”, critica y, tras una breve pausa para beber de la copa de vino blanco que le acompaña, bromea con que tarda menos de una hora en construir su personaje. La drag queen, que no se identifica con el género binario aunque admite que en sociedad se relaciona como mujer ("ni siquiera mis padres saben utilizar mi pronombre de forma correcta"), trajo a Madrid su performance surrealista con la que reivindica la libertad sexual y de género con motivo del festival Princesas y Darthvaders de la Casa Encendida.
“Nacemos en un mundo muy normativo, con condicionamientos históricos y estructuras preexistentes, por lo que nuestros padres y nuestro entorno son quienes deciden lo que tenemos que ser”, explica la canadiense. Sin nació en un hogar tradicional, sus padres son una pareja interracial chino-canadiense y sus abuelos por parte de padre se unieron mediante un matrimonio concertado en China cuando tenían 16 y 17 años. Como hacía falta ayuda en casa, estos se trasladaron a Toronto para ayudar con la crianza de la artista y su hermano. Admite que durante su infancia y adolescencia, aunque ya se sentía diferente, optó por conformarse para no sufrir bullying. Sin embargo, cuando llegó a la mayoría de edad, se mudó a Londres y comenzó a moverse por espacios queer, en lo que pudo aceptarse tal y como era.
No fue hasta los 25 años cuando Sin probó suerte en el mundo drag. “Estaba asustada por lo que pudiese pensar la gente, pero tenía claro que era lo que realmente quería hacer”, confiesa. Se compró su primera peluca, vio infinidad de tutoriales de maquillaje en internet y se los probó mediante una aplicación del móvil. Empezó a hacer pequeños shows y a medida que iba ganando dinero, lo invertía en su personaje. 34 libras (38 euros aproximadamente) le costaron sus primeros pechos de silicona en eBay y 30 (34 euros) el corsé con el que actuaba, pero poco a poco fue alcanzando el ideal de feminidad que quería para sus espectáculos. Ahora, como si se tratara de una mezcla entre Marilyn Monroe, Jessica Rabbit y Marlene Dietrich, se ha convertido en una de las drag queen más internacionales y aclamadas gracias a su revolucionario discurso.
“Todos tenemos el cerebro lavado”, afirma tajante antes de añadir que, incluso ella, que es una abanderada de la libertad de género, tiene que luchar consigo misma para borrar los prejuicios que aún tiene. De todos modos, achaca este comportamiento a la sociedad, a la historia y a los que ostentan el poder, porque no promueven el cambio y la progresión. "Los gobiernos dictaminan qué podemos y qué no podemos hacer con nuestros cuerpos. En increíble que la sodoma, el travestismo o la homosexualidad sigan siendo ilegales en algunos países", puntualiza y añade que hasta que no se libere la sexualidad, no se podrá experimentar con el género.
Mientras que al hombre, según sostiene, se le obliga a vivir su masculinidad al extremo, tanto que "acaba desembocando en violencia hacia la mujer"; ellas tienen que pasar desapercibidas, ser un objeto en propiedad y sentirse avergonzadas por su condición de mujer. "Se les enseña a que solo pueden hablar cuando se les pregunta, a sentir vergüenza de su vagina, de su periodo y la culpabilizan si se queda embarazada", declara indignada mientras señala que tenemos totalmente normalizado que "se tengan que cubrir de camino a casa" para que no les pase nada, porque si no, "la culpa sería de ellas".
También tiene palabras para los medios de comunicación, los libros, las series y las películas, que solo muestran un lado de la realidad, ese en el que el hombre debe ser hombre y la mujer, mujer; donde la ambigüedad no tiene cabida; y donde el amor libre tampoco. "Es increíble como tenemos de asumido el concepto de amor romántico, en el que la mujer está sometida al hombre y pierde su identidad", cuenta la también escritora, que sacó este mismo año el libro A View From Elsewhere, en el que expone nueve narraciones ficticias, desde lo personal a lo científico, sobre la experiencia del deseo, la vergüenza y la identificación del cuerpo.
La sociedad, según Sin, es la que corrompe al ser que nace siendo plenamente inocente y, en la edad adulta, estos seres se encuentran representando una performance de género con la que no se sienten identificados. Sin embargo, ella lanza un reto para solucionar esta situación: "Solo aceptando que todos somos racistas y misóginos por los condicionamientos externos, podremos luchar contra ello".
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