Alaska: “Recuerdo bailar Pet Shop Boys embriagada de química”

“Mi magdalena de Proust. Me lleva a mis cinco años, en México. En casa entró el tocadiscos cuando empecé a querer escuchar todo lo relacionado con Raphael”.

“Soy niña del Apolo. Lo vi aterrizar en la Luna. Y para mí representaba el futuro. Igual que Bowie: se convirtió en una fijación musical, estética y ética”.

“En Madrid vivía con mi madre y mi abuela, y me encerraba en el baño a escuchar a Jesús Ordovás. Pinchó a los Ramones, los culpables de que me dedique a esto”.

“Solía sonar en casa Costos, donde vivía una pareja de pintores. Era un punto de reunión aquellos años. Y formaba parte del decorado en Pepi, Luci, Bom…”.

“Uno de mis grupos fetiche, por la gran burla que representan: el indio, el obrero…, y con ese nombre, ‘village’. Eran gais, pero le colaron un gol al establishment sexual”.

“En 1982, cuando todos salían, me encerré a estudiar arte medieval y gótico, y literatura de caballerías. Escuchaba esto y quería vivir en una celda como Santa Teresa”.

“Una travesti gorda berreando música disco. Divine fue el primer tatuaje que me hice. El cencerro era el secreto de su ritmo; yo lo llamo el cencerro chochi”.

“La recuerdo estando yo embriagada de química en lo que se llamó el invierno del amor en Madrid, de 1987 a 1988. Años después me casé con este tema”.

“Siempre he dicho que Lola es la inventora del rap. Le tenemos reservado un rincón en casa. Y me recuerda a David Delfín: a él le encantaba y la imitaba muy bien”.

“La sintonía de mi reality en MTV. Me cambió la vida. Abrió una nueva etapa de exposición pública con la persona con la que me había casado [Mario Vaquerizo]”.