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Columna
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Provocaciones

Otra ocasión de aprender en Hispanoamérica los recursos del español

Fernando Savater
El cantante de rap Pablo Rivadulla en Madrid.
El cantante de rap Pablo Rivadulla en Madrid. PAUL WHITE / AP

Hace muchos años, en Bogotá, me preguntaron amablemente: “¿Le provoca un tinto, maestro?”. Asentí sin dudar, aunque resultó que el tinto no era lo que yo creía. Pero el verbo estaba empleado muy bien, porque provocar es “despertar ira o deseo”. Otra ocasión de aprender en Hispanoamérica los recursos del español (ellos tienen razón, la marca es el español y España es una usuaria más entre veintitantos países, no la propietaria). Recordé la anécdota estos días, cuando vocean su entusiasmo por la provocación sin cortapisas los mismos que llaman a los GEO al oír un piropo. Por supuesto la finalidad del arte no es provocar, ni tampoco la de la ciencia (el primero que dijo que la tierra era redonda y daba vueltas resultó muy provocador). La provocación depende de la ignorancia o la ingenuidad del espectador: a quien la busca porque sí, como primer objetivo, no le llamamos “artista”. Si quiere provocar deseo, le inscribimos entre los pornógrafos; si prefiere la ira, le incluimos —junto a los ultras que se pegan sin motivo— en un grupo cuyo nombre empieza por “g”, acaba con “s” y no es GPS... Ejemplos: Santiago Sierra, Valtonyc...

El tribunal que condenó al rapero resultó sin querer mucho más provocador que él, porque en España —salvo los toros— no hay provocación mayor que hacer cumplir la ley. Escándalo mayúsculo: vuelta al franquismo, la cultura en peligro... Por eso Rajoy, nada provocador, es reacio a cumplir la ley sin remilgos en la Cataluña monolingüe y monotemática. Y en la equiparación salarial entre sexos o policías, mejor no se mete. Nada de provocaciones, no nos vaya a pasar lo de aquel chiste de Fontanarrosa: “Nuestra propuesta teatral fue enigmática, provocativa...”. “¿Y el público respondió?”. “Respondió que no pensaba ir”.

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