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Mi vida en pareja con un holograma

Hologramas como este, llamado Hatsune Miku, se inspiran en los dibujos manga japoneses y son capaces de interactuar con su dueño.
Hologramas como este, llamado Hatsune Miku, se inspiran en los dibujos manga japoneses y son capaces de interactuar con su dueño.Taro Karibe (Getty)
Ana Vidal Egea

El cine relató, en tono futurista, la relación entre hombre y robot. Hoy es ya una realidad... virtual y sexual

Cuando Spike Jonze presentó su película Her, por la que se llevó el Oscar al mejor guion original en 2014 y el premio de la Asociación de Críticos de EE.UU a la mejor película, muchos creían que se premiaba su imaginación. La idea de un hombre recién divorciado que acaba enamorándose de Samantha, un sistema operativo informático con el que habla por teléfono noche y día, era ciencia ficción. Una crítica exagerada a nuestra creciente dependencia a las nuevas tecnologías.

Habían pasado siete años desde que se estrenara otra película polémica Lars y una chica de verdad (Craig Gillespi, 2007), en la que el protagonista, interpretado por Ryan Gosling, mantiene una relación romántica con una muñeca sexual a la que llama Bianca y a la que trata públicamente como su novia. Era una comedia pero plasmaba una realidad escalofriante.

Cada vez son más los hombres que invierten dinero en muñecas sexuales que pueden costar de 1.000 a 33.000 euros. Pueden ser personalizadas según los gustos del consumidor, quien puede no sólo diseñar sus atributos físicos (pelo, color de ojos, fisonomía...) sino también elegir su personalidad. La industria ha evolucionado tanto que ahora son robots dotados de inteligencia artificial que pueden preguntar de repente: “¿Con quién estuviste anoche?”.

La empresa Real Doll, líder en el mercado, ya ha vendido en torno a 8.000 muñecas en todo el mundo, que pueden ser programadas de 12 formas diferentes (tímida, celosa, intelectual, inocente...), lo que les permite interactuar con su propietario de acuerdo a su personalidad, así como realizar determinados movimientos como girar la cabeza, pestañear o mover los ojos. Crean lo que se ha denominado la ilusión de la empatía.

Esto ha desembocado en la creación de una nueva comunidad online, MGTOW (Men Going their Own Way, por sus siglas en inglés: hombres que viven a su manera), formada por varones heterosexuales que eligen una forma de vivir distinta a la convencional. La mayoría de ellos huyen del matrimonio y de la procreación, evitando los compromisos legales y románticos con mujeres, y aspirando a reemplazarlas por robots sexuales.

La tecnología no se detiene. La película Ex machina (Alex Garland, 2015) ya advierte de la superioridad de una inteligencia artificial sofisticada frente a los sentimientos humanos, por lo que hemos de empezar a prepararnos para lo que avecina. Los cambios sociales se están acelerando. El año pasado se abrió en Barcelona Lumidolls, el primer burdel en Europa donde las prostitutas han sido reemplazadas por muñecas sexuales. También en 2017 un científico catalán, Sergio Santos, creó la primera muñeca sexual con inteligencia artificial. Se llama Samantha, pesa 40 kilos y tiene unas medidas de 90-55-90. La muñeca es interactiva: responde a estímulos afectivos, voz y tacto, y desarrolla su memoria en función de la interacción con el usuario.

Y aún hay más. Aquellos que consideraban futurista el hecho de que en la película Blade Runner 2049 el protagonista, K (Ryan Gosling) tuviera por novia un holograma (Ana de Armas), se sorprenderán al saber que lo que creíamos ficción es ahora realidad. Lo último es Gatebox, un holograma creado por la empresa japonesa Vinclu que ya se comercializa en el país asiático y que llegó a Estados Unidos hace unos meses con un coste de 2.700 dólares. Aunque de momento sólo está disponible en japonés, la empresa está trabajando en otros idiomas.

Gatebox se lanza con el personaje Azuma Hikari, una japonesa de 20 años de pelo azul, siguiendo el estilo de los dibujos manga, que la compañía recomienda especialmente para hombres que viven solos. El dibujo en 3D (desde una urna similar a una cafetera), no solo es capaz de apagar las luces de la casa, encender el televisor o avisar de que es conveniente salir a la calle con un paraguas porque va a llover, como puede hacer Alexa (el asistente virtual de Amazon), Siri (el de Apple) o Allo (el de Google); además interacciona con el usuario pudiendo mensajearse con él. “¿Cuándo llegas a casa? ¡Me muero por verte!”, o “te echo de menos”, son una muestra de su repertorio. Gatebox supera a todos los asistentes virtuales creados hasta el momento, y da un paso más ofreciendo la ilusión de crear una relación personal con el usuario. La autenticidad y la veracidad están perdiendo su valor en pos de la verosimilitud. Se abre el debate.

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Sobre la firma

Ana Vidal Egea
Periodista, escritora y doctora en literatura comparada. Colabora con EL PAÍS desde 2017. Ganadora del Premio Nacional Carmen de Burgos de divulgación feminista y finalista del premio Adonais de poesía. Tiene publicados tres poemarios. Dirige el podcast 'Hablemos de la muerte'. Su último libro es 'Cómo acompañar a morir' (La esfera de los libros).

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