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Tentaciones
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Así es compartir piso con 50 años

Cada vez hay más casos como el de Manuel Rodríguez (51 años), divorciado con dos hijos, que vive de alquiler con Elvira, de 26; y Patricia, de 31

Patricia y Manuel en los carnavales de Cádiz.
Patricia y Manuel en los carnavales de Cádiz.

La demanda de pisos compartidos creció en España un 80% en 2017, según el Informe anual de pisos compartidos que elabora el portal Idealista cada año. Aunque la solicitud ha aumentado, el perfil de personas que comparten no parece haber variado: “30 años, viven en el centro de las grandes ciudades, no fuman, aunque son tolerantes con los que sí lo hacen, y ni tienen ni admiten mascota”. En 2015, el portal esaypiso publicó que habían aumentado hasta un 20% las personas de más de 40 años que se habían registrado para encontrar una habitación. Más allá, a edades superiores de los 50 no es tan común buscar compañero de piso. Pero aunque la demanda es menor, hay personas que apuestan por esta fórmula, cada uno por diferentes motivos.

Manuel Rodríguez tiene 51 años y vive una doble vida. Por un lado está la que hace en Tarifa (Cádiz) como padre divorciado de dos niños y por otra, la de hombre soltero que pasa quince días al mes en Madrid. En la capital del viento tiene alquilado un apartamento que habita la mitad del mes con sus hijos y en la capital de España, donde tiene su trabajo, duerme en una habitación en un piso que comparte con dos compañeras: Elvira Lorenzo, de 26 años y Patricia Lara, de 31. Para llegar a esta situación hizo un acuerdo con la empresa que le contrató que consistía en dividir su trabajo en dos partes, una presencial y otra desde casa, lo que le permitía pedir la custodia compartida.

Durante más de treinta años, Manuel, que es de Málaga, ha hecho su vida en Tarifa, junto a la que ha sido su mujer. Allí tiene a sus amigos del alma, sus lugares de siempre y lo más importante, a su familia. En principio iba a ser algo temporal, una situación extrema de ir y venir que duraría pocos meses, pero finalmente la situación se ha alargado dos años y medio. Durante este periplo emocional ha hecho piña con los amigos de sus compañeras de piso, un grupo de chavales con edades entre los 25 y los 35 años. “Me ha sorprendido lo bien que me encuentro con ellos, lo bien que me han aceptado y lo que valoro su forma de ser. No percibo esa brecha de edad entre nosotros, está más en mi cabeza que lo que quizás realmente ocurre en nuestra relación”.

"Me ha sorprendido lo bien que me encuentro con ellos, lo bien que me han aceptado y lo que valoro su forma de ser. No percibo esa brecha de edad entre nosotros, está más en mi cabeza que lo que quizás realmente ocurre en nuestra relación” (Manuel, 51)

Manu, como le llaman sus amigos, asegura que al principio sí le daba un poco de vértigo pensar que podía ser el padre de alguno de ellos, pero reconoce que es bastante “estimulante” ser parte de un grupo más joven. Quizás veinte años atrás, cuando tenía la edad de sus actuales amigos, hubiese sido más significativa esa diferencia entre su yo joven y los mayores de esa época. Eran otros tiempos y los muchachos no se mezclaban con los adultos. Hoy se siente completamente integrado pese a la brecha generacional y destaca la madurez que tienen los “chavales de hoy en día”.

Con este grupo de amigos ha compartido muchas anécdotas, una de ellas es cuando fueron al carnaval de Cádiz. Allí alquilaron una casa y se hicieron unos disfraces. Patricia propuso uno de aguacate, pero ninguno de los presentes quiso sumarse porque les daba vergüenza. Manu, sin embargo, no se lo pensó dos veces. “Tiene una personalidad muy juvenil y es el que menos vergüenza tiene. Cuando viene a Madrid su mayor responsabilidad es el trabajo y pasa muchas horas en la oficina, pero cuando tiene tiempo libre sale con nosotros a divertirse”, explica Elvira.

Una de las cosas que llamaron la atención a Patricia cuando conoció a Manu es la idea preconcebida que tenía de las personas de más de cincuenta. “A mi edad, cuando piensas en un hombre de sus años te imaginas a alguien muy mayor, con costumbres de persona mayor, que no sale, no sabe cocinar. Los domingos, si invitamos a amigos y se hace paella, cocina Manu. Eso me ha sorprendido”. Ambas partes reconocen que la sorpresa ha sido mutua, y es que nunca somos tan viejos como cuando nos vemos a nosotros mismos criticando aquello que nos separa de otras edades, sin caer en que en realidad tenemos más puntos en común de lo que creemos.

A Manu le gusta poner este ejemplo para explicar lo que le ha aportado este grupo. “Al año de estar en Madrid, uno de los integrantes me propuso hacer un cortometraje para un festival. Yo le dije que sí, aunque tengo menos registros que un gato de escayola. El chico del corto reunió al grupo para comentar los defectos que se podían mejorar en mi actuación y me sorprendió la capacidad que tienen de percibir cosas que a mi se me escapan. Fue una experiencia muy enriquecedora”, asegura. Y es que después de 29 años de matrimonio y practicar “una vida más monótona” (que no aburrida), Manu ha incorporando muchas experiencias y personas en este tiempo. “Tras mi ruptura, de forma natural me salía tener que incorporar cosas nuevas”.

De la convivencia destaca lo bien que se llevan todos, aunque reconoce que hay un nivel más de desorden en ellas, pero no llega a ser un problema. “Patri me llegó a decir que resultaba increíble poder reírse todos los días, y nuestra vida en común se caracteriza por eso. No hay día que no nos riamos y que tengamos una conversación sobre cualquier tema. No hay limitaciones, cuando me relaciono con ellas estamos al mismo nivel de inquietudes y curiosidad”, explica Manu.

En la otra punta del país, en Málaga, conviven Lucía y Amal, ambas de 29 años, con Ferrán, de 61. Los tres son periodistas. Los primeros en irse a vivir juntos fueron Amal y Ferrán. En ambos casos fue por necesidad. Amal vivía en el centro, y su casera la estaba presionando para subirle el alquiler, como no podía asumir el sobrecoste decidió abandonar la casa. Ferrán acumuló deudas con el banco por la editorial de la que es propietario, Luces de Gábilo, y finalmente tuvo que vender su casa.

Ambos son compañeros en la Universidad de Periodismo de Málaga, ella como investigadora y él como profesor. Fue por casualidad que los dos se encontraron en la misma situación y decidieron buscar piso juntos. Ferrán, por otra parte, vivía desde hace 15 años solo en un chalet en mitad del campo y ya tenía ganas de encontrar un lugar un poco más asequible. Lucía, amiga de Amal de antes de entrar en la casa, fue la última en incorporarse a la familia. Ella vivía en El Rincón de la Victoria, a 30 minutos de Málaga, donde trabaja, y le era imposible pagarse un piso en el centro debido al alto precio que piden por culpa del turismo. Cuando su amiga le propuso sumarse a ellos en una zona un poco más alejada pero dentro de la ciudad no se lo pensó dos veces.

"Imagino que cuando vienen amigos por primera vez y me conocen se preguntan qué hace este abuelo en su casa viviendo con ellas; pero no es común, la gente con la que se relacionan suele ser de su mismo talante y mentalidad" (Ferrán, 61)

“Soy profesor, así que estoy habituado a tratar con gente joven. Imagino que cuando vienen amigos por primera vez y me conocen se preguntan qué hace este abuelo en su casa viviendo con ellas; pero no es común, la gente con la que se relacionan suele ser de su mismo talante y mentalidad; igual que la gente con la que me relaciono yo, así que no creo que nadie se extrañe de esta situación”, explica Ferrán.

En el caso de Amal si que hubo conocidos que le preguntaron extrañados cómo es que se iba a vivir con una persona más mayor que ella. “Cuando mi madre me pidió información sobre con quién me iba a vivir le dije que con un compañero de la universidad. Me preguntó qué edad tenía y le dije que 61, lo primero que pensó fue que estaba casado y el matrimonio tenía una habitación libre. Se quedó un poco pillada cuando supo la verdad”, asegura la periodista por videoconferencia a la vez que Lucía, que está presente en la conversación, coincide en que cuando se lo contó a su madre, ella también le preguntó lo mismo. Y Ferrán, sentado en el medio de ambas, recuerda que los padres de sus compañeras son incluso más jóvenes que él.

Sin importar lo que piensen sus padres, o cualquiera, ellos están estupendamente juntos. Tanto es así, que han decidido romper con los prejuicios organizando en su casa un encuentro poético y musical entre generaciones que se llama Actualidad 20. Incluso han diseñado un logo, que es la marca circular que deja una copa de vino en contacto con el papel. “Invitamos a gente de diferentes edades y disciplinas artísticas de Málaga. Fue un encuentro muy positivo y curioso. Cuando vas a una discoteca estás con personas de tu quinta, aquí había una mezcla bastante interesante, desde chicos y chicas de veinti pocos a señores y señoras de sesenta y cinco años”, explica Amal. Los tres aseguran que van a tratar de repetir este evento al menos una vez al mes.

Cuando los amigos de Amal venían a casa se sorprendían al conocer a Ferrán. Esperaban que una persona de 61 años se comportase como el clásico anciano de las películas, todo el día en bata y con mal genio. Ellos tenían esa construcción mental, pero cuando lo conocieron se dieron cuenta de que “es una persona dinámica, abierta de mente y que la convivencia que tiene con nosotras es como la que ellos tienen con sus compañeros: escuchar música, tomar una copa de vino, conversar, y de vez en cuando salir a tomar algo juntos. Desde entonces empezaron a romper sus prejuicios”

En cuanto al día a día, no es más diferente al de cualquiera que comparta piso. “Cada uno tiene sus manías y si algo nos molesta pues nos decimos las cosas. A la hora de comer, casi siempre cocina Amal y nosotros somos más de limpiar la casa. Nos organizamos bien”, asegura Lucía. Una de las cosas que quieren recalcar es que, quizás sea por el hecho de que ninguno es estudiante, han tratado de hacer del piso un hogar, por lo que procuran hacer vida en común, y no encerrarse en sus habitaciones.

Un poco distinta es la vida de José Luis Alterio, de 59 años recién cumplidos. Lleva nueve en España, viene de Venezuela y tiene nacionalidad italiana. Trabaja como artista plástico y de vez en cuando lo llaman para interpretar un papel en alguna serie o incluso una película. “A mis 25 años tenía un apartamento propio en Caracas, estaba casado y mis expectativas eran progresar, adquirir otro apartamento y estabilizar mi vida. Se podría decir que estaba en lo que socialmente se define como la cumbre. Trabajaba en comercio exterior importando materia prima. Pero con la llegada de Hugo Chávez todo cambió”.

Entonces vino el divorcio, tras 25 años y un poco más tarde, la nacionalización de empresas y el paro. José sentía que no le quedaba nada en Venezuela, así que decidió probar suerte cruzando el charco. No estaba seguro de si ir a Austria o a Italia, países que ya conocía. Finalmente se decantó por España porque es el país de su madre, que es de Asturias.

“Me fui en 2008 porque estaba desesperado. Estuve ligado a la resistencia contra Chávez y la verdad es que me cansé de hacer y no recibir ningún tipo de resultado. Nunca me imaginé que iba a vivir en España y compartiendo piso. La vida es un aprendizaje”, asegura el artista. Estuvo viviendo en varias casas en Madrid hasta llegar a la actual. La diferencia entre este apartamento y los de Manuel y Ferrán es que en este los inquilinos son más independientes, aunque todos se llevan bien hacen vidas separadas

"El desorden es uno de los primeros factores cuando compartes con gente joven y soltera. Además, hay normas que a veces no se cumplen, pero en general son cosas sorteables" (José Luis Alterio, 59)

“No creo que haya mayores conflictos, soy de los que piensan que uno tiene que adaptarse. Sobre todo cuando vienes de un matrimonio de 25 años y estás acostumbrado a una vida organizada. El desorden es uno de los primeros factores cuando compartes con gente joven y soltera. Además, hay normas que a veces no se cumplen, pero en general son cosas sorteables, no que te impidan vivir tranquilamente”, explica Alterio, quien matiza que no lo dice por los compañeros de piso con los que vive actualmente, sino por su experiencia a lo largo de los nueve años que lleva en España.

Uno de los puntos en los que coincide con los demás entrevistados es que no tiene ningún problema en el trato con los jóvenes. “Me aportan una nueva visión de la vida. Siempre uno aprende de la óptica que puedan tener sobre su entorno y cómo enfocan su día a día, etc. De la misma forma, yo trato de ofrecerles mi propia experiencia”. Romper prejuicios y acercarse a las personas mayores y viceversa cada vez es más común. Las barreras entre generaciones que nos separaban hace 20 años eran más gruesas de lo que lo son hoy. Y cuando nos atrevemos a romperlas, nos damos cuenta de que al final la vida no se aleja tanto con la edad. 

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