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Columna
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Ruido Blanco

Los científicos han inventado un sonido, que imita al silencio, para engañar a nuestro agotado cerebro

Sonómetro en la Plaza del Sol de Barcelona
Sonómetro en la Plaza del Sol de BarcelonaALBERT GARCÍA

Vivimos en sociedades vertiginosas donde los ruidos se adueñan de nuestra tranquilidad. En las ciudades las calles exhalan un murmullo constante de motores, frenazos y bocinas. Hay siempre sonidos de obras en la distancia: taladros, martillos neumáticos abriéndole las tripas al asfalto o grúas cargando grandes barras de acero mientras emiten pitidos intermitentes. Todo suena. Las fiestas populares y las verbenas ocasionales, alargan su existencia gracias a los espíritus zánganos que se apoderan de los parques y las calles y reivindican con botellones su alegría de vivir a partir de los jueves por la tarde.

En las zonas céntricas, de portales históricos con portones de madera, conviven los bares de moda cantarines con las viviendas de los pacíficos ciudadanos madrugadores. Los jóvenes, que se resisten a una vida ordenada, suelen emitir gritos o charlar en voz muy alta en los amaneceres, mientras dejan su rastro de vómitos y charcos de orina como si fueran las migas de Pulgarcito.

El ruido convive con nosotros de día y de noche. Roncamos, roncan a nuestro lado, también roncan nuestros vecinos a los que escuchamos en cada desvelo. Los finos tabiques de las casas dejan pasar las melodías de los últimos juerguistas y los primeros coches. Las neveras, los electrodomésticos, también emiten su siseo, su hilo de voz eléctrica. Hay tantos ruidos rodeándonos con su sintonía desacompasada de voces, que cuando llega la hora del descanso, nuestra cabeza es un nudo denso de ondas sonoras.

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Hemos perdido el sentido del silencio. Te dirán que si lo quieres encontrar deberás hacerte ermitaño y alejarte del mundanal ruido. En las farmacias te ofrecerán tapones de cera o espuma, o incluso de silicona a medida para tu orificio auditivo. Añoramos la tranquilidad serena del campo con sus particulares sonidos. Las alegres chicharras en los días de verano, los grillos felices en las noches. Los suspiros de las olas del mar, el tintineo de los arroyos o el canto de los pájaros en los amaneceres. Todo eso se ha perdido, ahora solo escuchamos las conversaciones de los móviles, los hilos musicales de los negocios, o el bullicio desatado del tráfico.

Al parecer los científicos han inventado el ruido blanco para engañar a nuestro agotado cerebro. Un sonido que bloquea los otros ruidos. Un sonido brumoso, parecido al de las viejas televisiones al perder la emisión. Han desarrollado una máquina de ruido sintético que imita el silencio. Un ruido que es la esencia secreta de todos los ruidos que detestamos. Lo curioso es que logra que te duermas.

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