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MIRADOR
Columna
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Lluch

Perteneció a una generación para la que la Transición consistió, también, en cambiar la amenaza de una dictadura por la de una banda terrorista

Manuel Jabois
Ernest Lluch, exministro de Sanidad y diputado del PSC-PSOE.
Ernest Lluch, exministro de Sanidad y diputado del PSC-PSOE. Carles Ribas

Algo que siempre recuerdo de la muerte de Ernest Lluch es la hora y media que pasó sin que nadie supiese que Ernest Lluch había muerto. Tirado en un garaje de Barcelona, oculto entre dos coches con dos disparos en la cabeza. Eran las diez de la noche y acababa de aparcar cuando lo mataron. El ruido de coches saliendo y entrando alrededor. La tranquilidad de su familia, de sus hijas, de sus amigos, porque el mundo seguía confeccionado de la misma manera y con los mismos afectos que el día anterior. Durante esa hora y media en que el universo de Lluch permanecía intacto porque desconocía que Lluch había muerto, los únicos alterados eran los que lo sabían muerto, porque lo habían asesinado ellos mismos y nadie se había enterado aún.

Ernest Lluch perteneció a una generación para la que la Transición consistió, también, en cambiar la amenaza de una dictadura por la de una banda terrorista. Muchos de ellos acababan de salir torturados de las cárceles y se pusieron a mirar los bajos del coche. Pudieron colocarse de lado o de espaldas, pudieron también disfrutar de la democracia rodeando sus charcos de sangre porque bastante juventud se habían dejado ya en el franquismo. Pudieron incluso disculpar, atenuar o matizar cada atentado de ETA con el vocabulario acolchado de los cómplices. En lugar de eso se fueron a los parlamentos, a los periódicos y a las plataformas sociales para denunciar que había un fascismo que chantajeaba, coaccionaba, vigilaba y asesinaba al pueblo en nombre, cómo no, del mismo pueblo. Es sabido que el terrorismo siempre te mata por tu bien.

Entre muchos de los suyos pasaron del prestigio al desprestigio ya entonces, cuando eran amenazados de muerte. Pero eso era, precisamente, lo que atemperaba el rechazo; en cuanto la amenaza se disipó y ETA fue historia ya se les pudo llamar fascistas libremente, sin miedo a que un día alguien se acercase por detrás a pegarles un tiro en la nuca y tener que explicar que el fascista era el muerto.

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Meses antes de asesinar a Lluch, ETA había matado a José Luis López de Lacalle: “Torturado por Franco, asesinado por ETA”, tituló Pablo Ordaz una crónica en la que el comunista Díaz Cardiel recordaba cómo López de Lacalle y Marcelino Camacho, en sus celdas, se peleaban por leer los periódicos, que llegaban siempre recortados por el director de prisiones. En eso pensó Díaz Cardiel cuando vio a su amigo años después tapado por una sábana con ocho diarios tirados alrededor. Que ni Franco ni ETA, contó a Ordaz, le habían dejado leer nunca la prensa en paz.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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