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psicología
Columna
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No, no tienes derecho a pegar a tu hijo

Quien defiende la bofetada reivindica su derecho a maltratar a quien cree suyo

getty

Si preguntamos a alguien si le parecería delito coger de los pelos a una persona, abofetearla, vejarla y humillarla, estoy segura de que la mayoría diría que sí. Se asume que la violencia hacia los otros debe ser penalizada como delito y que no se puede permitir ni tolerar. Si un hombre le hiciera esto a una mujer o una mujer a un hombre, pocos dudan ya de que se debe denunciar y que se trata de maltrato puro y duro. Entonces, si somos capaces de verlo con esa claridad meridiana en el caso de que el “otro” sea un adulto, hombre o mujer, ¿cómo es posible que seamos tan ciegos de no querer verlo cuando el agredido es un niño?

Los niños son personas en igualdad de derechos, acreedor de la misma dignidad y respeto que cualquier otro ser humano, además de la necesidad extra de ser protegidos dada su vulnerabilidad. Tus hijos no son de tu propiedad, no te pertenecen, como no te pertenece tu mujer ni tu marido. Son seres humanos independientes aunque, como en el caso de los hijos, tú hayas sido el medio para traerlos al mundo. Pero ese privilegio que te ha dado la vida de poder engendrar o gestar no te confiere derechos sobre ese otro.

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Leo horrorizada como las voces procedentes de la caverna machista y adultocentrista, que por desgracia aún abundan, se han echado encima de una adolescente que fue insultada, vejada y golpeada por su padre, porque se atrevió a denunciar, es decir, pidió ayuda. Como antes cuando una mujer se atrevía a denunciar y era sospechosa de “haber propiciado” que su marido la golpease, “algo habrá hecho” decían también las voces cavernícolas. Pero esta vez un juez ha escuchado a la víctima y ha aplicado la ley. Y la ley es para todos. Si maltratas es delito y si cometes un delito, debes ir preso. Es lo que dice la ley. La ley no dice que si maltratas a tu hija no es maltrato porque es tu hija, ni dice que tu potestad de padre te confiere el derecho a golpearla e insultarla.

La noticia saltó a los medios el pasado hace unos días, después de que el Juzgado de lo Penal número 1 de Almería condenara a siete meses de prisión a un progenitor por dar bofetadas y agarrar del pelo a su hija de 15 años por llegar tarde a casa. Al ser el primer delito y de menos de dos años de cárcel, finalmente, el padre no entrará en prisión. Pero la sentencia dictamina que este no puede acercarse o comunicarse con la menor a menos de 100 metros durante un año, siete meses y 15 días. El juez consideró que hubo una "extralimitación en su derecho de corrección". 

Hablan de educación las voces de la caverna, dicen que así nos va con una sociedad llena de hijos que no han sido golpeados a tiempo, hablan de autoridad y de respeto. El respeto que produce la humillación y el golpe, la autoridad de quien es más fuerte y por eso se atribuye la potestad de maltratar. Llamémoslo por su verdadero nombre: quien defiende la bofetada a tiempo hace apología del maltrato y reivindica su derecho a maltratar a quien cree suyo.

Hace no tantos años, no era delito maltratar a una mujer porque quedaba dentro de la “intimidad de la pareja” hasta que algún juez, con la suficiente empatía y sensibilidad, aplicó la ley. Eran los mismos argumentos: “se lo merece”, “me ha llevado al límite”, “no me ha obedecido”.

La autoridad y el respeto están en las antípodas del maltrato y además no se otorgan por jerarquía, se ganan. Los hijos no han venido al mundo a complacerte ni a satisfacer tus expectativas. Tenemos la obligación, la responsabilidad de educar que es exactamente lo contrario de maltratar. Educar no es someter. Es acompañar, guiar, contener, empatizar, comprender, perdonar, ofrecer alternativas, hacer autocrítica, negociar, escuchar, y sobre todas las cosas ser ejemplo y modelo de lo que queremos que hagan o sean nuestros hijos.

Los medios se hacen eco de la noticia con titulares sensacionalistas porque saben que muchos se llevarán las manos a la cabeza cuando escuchen que un padre ha ido preso por dar dos bofetadas a su hija porque esta llegó tarde. Y como siempre, los que defienden su derecho a educar maltratando se quedarán anclados en el titular para alimentar su perversa creencia. No van a profundizar, no van a escuchar que no fue una bofetada sino una historia de maltrato constante, que la llamaba puta y la vejaba cuando le parecía oportuno, que nadie merece ser tratado así y muchísimo menos por quien debería respetarte y protegerte y amarte incondicionalmente. A dónde vamos a llegar, dicen, si ya no podemos pegar a nuestros hijos…para educarles.

La sociedad es violenta porque sigue habiendo una normalización del maltrato, una dosis que nos corre por las venas y que fue inoculada con la permisividad del empujón, el tirón de orejas, la colleja, el azote y la bofetada. Fue inoculada cuando ante el insulto de un padre o una madre no pudimos ni supimos defendernos, porque era lo normal. La normalidad de la bofetada a tiempo. La normalidad de la violencia desde la cuna.

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