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MIRADOR
Columna
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María Teresa

Porque a los carlistas de entonces y a los de ahora no hay manera de convertirles a la democracia.

Jorge M. Reverte
María Teresa Castells, fotografiada en la librería Lagun  en San Sebastián.
María Teresa Castells, fotografiada en la librería Lagun en San Sebastián. © Javier Hernández

Una de las muchas cosas malas que vienen con los años es que cuando vas a un sitio tienes menos gente a la que llamar, porque algunos amigos, no sé si antes era así, tienen la mala costumbre de morirse.

Ahora ha sido María Teresa Castells, que era una gran librera y, además, una excelente amiga. Por no hablar, o sí, de que era la persona más valiente que he conocido. Ella, apoyada por Ignacio Latierro, militante de Comisiones Obreras, y José Ramón Recalde, su marido hasta que murió el año pasado, mantuvo abierta la librería Lagun frente a la intolerancia de los franquistas primero, y de los amigos de los etarras después.

No era cualquier cosa resistir en las dos situaciones. Siempre el nacionalismo. Primero el español, desde mediados de los años setenta y a través de jóvenes que ondeaban banderas españolas, con vaqueros y camisa azul, que iban acompañados casi siempre por un señor mayor vestido con una gabardina; luego, otros jóvenes que llevaban también vaqueros, aunque peinaban los pelos cortados a capas y ondeaban ikurriñas.

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Todos querían quemar la librería con Ignacio y María Teresa dentro. No les salió bien, como tampoco le salió bien a un malnacido el tiro que le pegó a José Ramón. Le dejó la boca hecha polvo, pero vivo. Y siguió despotricando en voz alta contra el nacionalismo que confunde tantos cerebros.

Llevaba una vida azarosa esta mujer, y todavía tenía tiempo y ganas de ser una estupenda anfitriona, que conducía al amigo visitante por el Gros o por la parte vieja de Donosti para que disfrutara de los inventos más sabrosos que se han ideado en esa tierra de productos que son los mejores y, cuando no, pues se traen de fuera, porque lo que importa es comer bien y a gusto. En Guipuzcoa saben que nunca van a tener buen jamón, y lo traen de la serranía de Huelva. Claro.

Con los libros la historia es muy parecida, y en Lagun siempre había de todo, aunque ni María Teresa ni José Ramón ni Ignacio parecían creerse, al contrario que Baroja, que el carlismo se quitaba leyendo y el nacionalismo viajando. Porque a los carlistas de entonces y a los de ahora no hay manera de convertirles a la democracia.

María Teresa, como José Ramón y como Ignacio, formó parte de una especie fundacional en Guipuzcoa que ya existía en Bilbao con el nombre de “el sitio”. Una especie empeñada en defender las libertades individuales.

En Barcelona se llama Sociedad Civil Catalana. Tiene mucho trabajo por delante. Y sin María Teresa.

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