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MIRADOR
Columna
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'Vintage'

Los precios y el nuevo estilo del Café Comercial han espantado a su antigua alma y clientela

Julio Llamazares
Una de las cristaleras del local llena de mensajes escritos por los ciudadanos cuando cerraron el emblemático café Comercial.
Una de las cristaleras del local llena de mensajes escritos por los ciudadanos cuando cerraron el emblemático café Comercial. Samuel Sánchez

El Café Comercial de Madrid, el más antiguo de la capital, tanto que aparece en los Episodios nacionales de Galdós, lo cerraron hace dos años sin avisar a los trabajadores ni a los clientes, esto es, por sorpresa y con nocturnidad, lo que auguraba un destino incierto para el local, pero lo acaban de volver a abrir después de una remodelación a fondo que ha respetado sus elementos más característicos (mármoles, lámparas, mesas, sillas, espejos…) y su función de café de siempre, no así su alma y su clientela. Los precios y el nuevo estilo de la nueva, especialmente la de las noches, han espantado a la antigua, aquellos bohemios asiduos que se pasaban las horas muertas en el café leyendo el periódico, escribiendo o jugando al ajedrez en medio de los clientes ocasionales y de otros menos frecuentes pero con mesa ganada a pulso después de años de fidelidad al sitio.

Rafael Sánchez Ferlosio quizá fue el último de los históricos, desaparecidos ya sus amigos y compañeros del realismo de los 50 y el guionista Rafael Azcona y los suyos o el alcalde de Madrid y profesor Tierno Galván, que desayunaba todas las mañanas en el Comercial un madrileño café con churros antes de dirigirse a sus ocupaciones, pues vivía cerca. Pero no solo han desaparecido los bohemios y estudiantes del café. Otro de sus estandartes, los libros de segunda mano que se alineaban bajo los espejos a lo largo de las paredes para uso de la clientela, que los leía y los volvía a dejar, incluso los reponía por cuenta propia a su voluntad, también han desaparecido en beneficio de un nuevo concepto de interiorismo que los ha debido de considerar anacrónicos o dignos únicamente de decorar la parte alta de los baños, donde ha colocado unos pocos, eso sí, lo suficientemente altos como para que nadie alcance a cogerlos y se le ocurra ponerse a leerlos mientras atiende a sus necesidades. Vistas las frases que a modo de filosofía y enseña decoran las paredes del café en sustitución de ellos uno comprende perfectamente que el lugar de los libros son los retretes: Vivir es un asunto personal, Para ser hay que estar (todo un tratado de filosofía actual) o, ya en el colmo de la imaginación, Bibir (ojo al corrector de erratas: está escrito tal cual lo transcribo) es beber con los que viven.

¡Cuánta razón tenía Luis de Camoens, el príncipe de la literatura portuguesa, la invitada especial de la presente edición de la Feria del Libro de Madrid que se celebra estos días en el Retiro, cuando tituló un soneto hace ya 500 años: “Mudan los tiempos, mudan las voluntades”!

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