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Columna
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Mi ángel querido

ESCRIBIRTE ESTAS LÍNEAS parece una locura, un sueño delirante que me arrastra por un camino desierto en el que silban las balas y los coyotes. Llevas muerta 20 años, pero no has dejado de alborotar como un fantasma revoltoso y frenético. He hablado contigo varias veces, al sol y a la sombra de los días, y he creído sentir que me escuchabas con un dry martini entre tinieblas.

En esas noches sin fin de Morocco y Cuatro Rosas y Madrid en la palma de tu mano te asomabas al abismo eléctrica, como un torbellino de colores, pero un fondo de pozo negro iba cosido a tu piel como una extraña maldición. ¿De dónde venía ese diablo perverso que sacudía tu corazón? Deslumbraba tu presencia y arrancabas el sentido a los hombres con el misterio de tu gracia hasta que su sonrisa se convertía en mueca. En la oscuridad brillaba el acero de los cuchillos clavados entre el aroma de tus besos. Y al final del viaje de tantas veladas de vértigo cuántas veces te extraviarías en un cruce de caminos fatal, sola, atrapada en la danza de un tormento, temblando como un pajarillo sin casi tiempo ni espacio para llorar.

Imagino que, allá donde estés, seguirás enredando sin aliento, pirómana de emociones, volando en un vuelo de bruja sin escoba, bebiendo champán de tus zapatos de tacón.

No podías ser más bella y dulce a la vez, tan cómplice de mis disparates, hasta que te atrapaba esa sombra de cristales rotos y me lanzabas al instante a la arena, roto y vencido, como un toro pidiendo la muerte tras un trincherazo imposible del gitano Rafael. Imagino que, allá donde estés, seguirás enredando sin aliento, pirómana de emociones, volando en un vuelo de bruja sin escoba, bebiendo champán de tus zapatos de tacón. Supongo que ese maldito demonio insaciable habrá parado de mordisquear tus entrañas de muñeca. Aquel diablo cabrón que la noche más oscura te envolvió en olas con espuma de sangre. Te fuiste en un suspiro, otra vez sola. Dicen que no te suicidaste, pero qué más da. Aún lamento no haber estado ahí para espantar tu mala pena.

Llegados a este punto ya me he hecho amigo de los coyotes, pero no sé si podré seguir esquivando la balacera. Tengo sed, necesito un par de tragos y otro cigarro para respirar. Pero ya siento el aire de tu capote para continuar airoso la faena. Te veo tras los visillos muerta y noto muy cerca tu aliento de otro mundo. Huyeron los chacales y ahora tus quites traen la música alegre de un bolero de la sesión vermú. Es lo que, también, te quería decir en esta carta. Desde una barra del paraíso siento que has cuidado como una estrella buena mi viaje errático y has convertido en arena fina el fango que se me ha ido pegando a la piel. Ahora eres mi ángel querido y el de la mujer que me recogió tiempo después y me enseñó a amar. Es más fácil vivir con un ángel de la guarda porque, como el tango que tanto te gustaba, la vida es una herida absurda y es todo tan fugaz que es una curda nada más mi confesión. Y ahí seguimos.

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