Bambi
La entereza, ese no llorar cuando el mundo se derrumba, puede esconder la peor tristeza de todas
Horace and Pete es una tragicomedia de Louis CK que protagoniza el propio autor, CK, y Steve Buscemi. Me pone sobre la pista Edu Galán, que es uno de esos cómicos —véase el show Mongolia— que disfrutan más cuando al público se le congela la sonrisa y se marcha entre aspavientos del teatro.
En la serie, el tío Pete (Alan Alda) le cuenta a un cliente del bar que conoció a uno de los jefes de pelotón que liberó Auschwitz. Al entrar en el campo, todo el pelotón se echó a llorar, pero a él no le salían las lágrimas. Los prisioneros miraban la escena, así que de algún modo urgía conmoverse. Pensó en su madre, en su hijo, pero era imposible. De pronto recordó la muerte de la madre de Bambi, y las lágrimas empezaron a salir solas.
El cliente entonces recuerda que él hizo lo contrario: fue con su novia a ver Bambi, y cuando matan a la madre de Bambi, la chica empezó a llorar desconsoladamente. Él no era capaz. “Yo quería llorar con ella para demostrarle que tenía sentimientos”, dijo. Y empezó a pensar en el Holocausto hasta terminar llorando abrazado a su novia.
Los que no solo no somos capaces de llorar en los entierros, por más cercanos que sean, sino que de repente nos da la risa —la risa inconveniente, la más imparable de todas—, disponemos de un arsenal de urgencia con el que poder ser homologados por la comunidad. Asuntos a veces estúpidos, banales, pero que nos ayudan a integrarnos socialmente. Del mismo modo, cuando algo debe hacernos reír, se puede echar mano de una imagen antigua que es infalible (en mi caso, desde los 10 años, un vecino cayéndose escaleras abajo cargado de bolsas). Con el sexo a menudo pasa algo parecido: estamos haciendo el amor estupendamente, pero hay que concentrarse en algo inconfesable para llegar al orgasmo (en mi caso, etcétera).
Lo llamativo, en el caso del dolor, es la sospecha que despierta no exteriorizarlo. Cuando he ido a cubrir algún suceso descubro que la ausencia de lágrimas o la entereza de un amigo o familiar cercano pone a andar la rumorología de barra de bar. En todos los pueblos, en todas las ciudades, siempre aparece un comentario más miserable que malintencionado: “Muy bien se le ve a ese”.
En realidad esa entereza, ese no llorar cuando el mundo se derrumba, puede esconder la peor tristeza de todas. La explica Pete.
—En realidad es triste.
—¿Qué es triste, Bambi o el Holocausto?
—Es triste que sea tan difícil mostrar tus sentimientos cuando quieres hacerlo.
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