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Columna
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La mano

No voy a comentarles el libro de Iturralde, que les recomiendo, pero evocaré un recuerdo personal de Paulino Uzcudun

Fernando Savater
Combate entre Joe Louis y Paulino Uzcudun. 21 de diciembre 1935.
Combate entre Joe Louis y Paulino Uzcudun. 21 de diciembre 1935.Afro American Newspapers/Gado/Getty Images

En "Golpes de gracia" Joxemari Iturralde cuenta de forma novelada la vida contrapuesta de los boxeadores vascos Paulino Uzcudun e Isidoro Gaztañaga, antiguos aizkolaris que dejaron el hacha y los troncos para convertirse en celebridades del ring, no por la finura de su esgrima sino por su imperturbable fuerza bruta. Sus trayectorias de puñetazos, borracheras y mujeres acabaron enfrentadas. Gaztañaga murió en una refriega en Argentina, Uzcudun se apuntó al bando victorioso en la guerra civil y llegó a ser una de las glorias deportivas del franquismo, algo así (aunque en más rústico) como Max Schmeling entre los nazis. Murió a los ochenta y seis años, convertido en el tópico "juguete roto".

No voy a comentarles el libro de Iturralde, que les recomiendo, pero evocaré un recuerdo personal de Paulino Uzcudun. Cuando ya era muy viejo, solía coincidir con él en el autobús que tomaba para ir a la universidad. Paulino estaba allí cuando yo subía, sentado con su cachaba entre las piernas y la txapela en la cabeza desguarnecida. Casi nadie le reconocía, su leyenda era cosa remota. Un día montó una niña de ocho o nueve años, con su carterita de colegiala (no se estilaban las mochilas), deliciosa y formal, quizá orgullosa de volver ya sola a casa. Se agarró a la barra vertical junto al asiento del viejo, pero entre los acelerones del vehículo y el peso de la cartera le costaba mantener el equilibrio. Un par de veces pareció que iba a caerse. Entonces Uzcudun cubrió con su manaza la manita de la niña en la barra, sujetándola de modo que ya no había peligro. La rescatada le sonrió alegremente, sin asustarse del ogro demolido. Ese gesto, ese puño convertido en mano protectora, la redención de la fiera...

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