_
_
_
_
_
MIRADOR
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Muerte por minucia

No hay una pequeña comunidad blindada ni una personalización de la víctima en el terrorismo que mata en nombre de Alá

Manuel Jabois

Matan a gente con brutalidad, y la matan por minucias miserables. La frase es del último libro de Sergio del Molino, La España vacía(Turner), que sale a la venta el 6 de abril. Del Molino se refiere a una violencia que se gesta en pueblos despoblados y vecindarios tranquilos, casi siempre aislados; un aburrimiento tal que provoca que cualquier detalle se amplifique hasta convertirse en el eje de una vida. Ese odio que se incubó en Puerto Hurraco, Tor, Fago o Petín, la aldea de Ourense en la que el asesino se acercó a su víctima, un extranjero, para decirle: “Ya estás gordo para matarte”.

La España vacía no es un ensayo sobre la violencia ni un estudio acerca del odio; Del Molino escribe sobre la comunicación entre dos Españas ajenas a debates identitarios. Pero al acabar de leerlo recordé Perros de paja, la película de Peckinpah que el autor utiliza como ejemplo de las pasiones de una tribu enferma. Del Molino explica lo que no hizo Peckinpah; los perros de paja aparecen en una cita del Tao Te Ching de Lao Tsé: “El cielo y la tierra no son humanos, y contemplan a las personas como perros de paja”.

Si en la tierra puede adivinarse el rencor local y cerrado del vecino, el odio excluyente y larvado que remite a la turba de El informe de Brodeck, un libro de Claudel imprescindible para entender cómo se maneja una sociedad cuando se empieza a frotar en su delirio, en el cielo se encuentra la razón de ser de los asesinos de Bruselas, mártires en definición propia, destinatarios de un paraíso que, dicen, la tierra no les dio. No hay una pequeña comunidad blindada ni una personalización de la víctima en el terrorismo que mata en nombre de Alá. No es el miedo al otro, la heterofobia que describe Del Molino para señalar el nosotros y ellos, en donde ellos es la amenaza.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

La minucia por la que matan, un objetivo imposible de cumplir y una guerra que no aspiran a ganar, no tiene nada que ver con la causa por la que mueren sus víctimas, que es la más grande de todas: vivir en libertad. Ir a los estadios, bailar en las discotecas, escuchar música, viajar. Una victoria no menor sobre ese terrorismo consiste en aceptar que si alguien quiere matar a un grupo de gente es posible que lo logre. Será así porque aunque para el cielo y la tierra las personas seamos perros de paja, la realidad es que nunca dejaremos de hacer lo que el terrorismo quiere evitar.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_