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El hermoso viaje

El poeta C. P. Cavafis sigue hablándole a cualquier lector con esa sabiduría tan próxima propia del deseo de vivirlo todo intensamente

José Andrés Rojo
‘Los corceles de Neptuno’, lienzo de Walter Crane (1845-1915) que simboliza con el galope de los caballos la fuerza de las olas.
‘Los corceles de Neptuno’, lienzo de Walter Crane (1845-1915) que simboliza con el galope de los caballos la fuerza de las olas.akg images

Hay un poema de Cavafis en el que un anciano protesta contra su suerte. Se le está yendo la vida, qué breve le ha resultado, y se irrita con la Prudencia que tanto se rio de él cuando le decía: “Mañana. Aún tienes mucho tiempo”. Sabe ya que las horas se le han ido volando y se va enfadando con su “necia cordura” hasta que, de tanto cavilar, cae dormido sobre la mesa de un café. Así son las cosas: un parpadeo, la tremenda derrota y luego, al fin, un rato de descanso. Cavafis, ese alejandrino que viene de tan lejos, sigue hablándole a cualquier lector con esa sabiduría tan próxima que viene del deseo de vivirlo todo intensamente y de la certeza de que todo se acaba y de que se acaba muy rápido. “La obra de los dioses la interrumpimos nosotros, / torpes y apresuradas criaturas del instante”, dice en otros versos.

La vida intensa de los versos

Constantino Petrou Cavafis (Alejandría, 1863-1933) no publicó gran cosa durante su vida: poemas sueltos en revistas, folletos donde reunió algunos de sus preferidos, hojas sueltas que preparaba él mismo y que regalaba a sus amigos. Dos años después de su muerte se publicaron por primera vez sus 154 poemas llamados canónicos, que junto a los 78 inéditos que aparecieron en 1968 y tres composiciones en prosa componen esta nueva traducción de Juan Manuel Macías de su Poesía completa (Pre-Textos).

El escritor británico E. M. Forster, que fue uno de sus grandes amigos, lo describió una vez como “un gentleman griego, tocado con un sombrero de paja, en pie y absolutamente inmóvil, en una posición ligeramente oblicua en relación al universo”. Le gustaban los dulces, fue aficionado a algunos juegos –el bacará, la ruleta– y a hacer quinielas de todo tipo, muy reservado, brillante

conversador. Era homosexual y sus poemas celebran encuentros fugaces y furtivos. Gracias a esa desordenada sensualidad de su juventud, escribe, “se formaron los afanes de mi poesía, / se iba trazando el territorio de mi arte”. Procedía de una buena familia, pero no tuvo más remedio que ponerse a trabajar. Gracias a su buen dominio de los idiomas, encontró un puesto en la Sección Tercera de Riegos del Ministerio de Obras Públicas, en el que estuvo 30 años.

Quizá allí, como el escultor de Tiana de uno de sus poemas, pensaba también en cómo darle forma a los caballos de Poseidón: “Han de ser de tal modo ligeros / como para mostrar claro que sus cuerpos, sus pies / no pisan la tierra, sólo corren por las aguas”. Quién sabe si para hacer ese “hermoso viaje”: hacia Ítaca, y sabiendo que “si no es por ella no habrías emprendido el camino”.

elpaissemanal@elpais.es

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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