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el pulso
Columna
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Menos ‘coaching’ y más cábala

En Barcelona hay cien personas que estudian con Sabán los misterios cabalísticos. Comentan textos de los siglos X y XI

Una miniatura incluida en un tratado cabalístico manuscrito en griego, datado del siglo XVI.
Una miniatura incluida en un tratado cabalístico manuscrito en griego, datado del siglo XVI.a. dagli orti (getty)

La ciencia moderna avanza por los caminos de la cábala”, me dice el profesor argentino Mario Sabán. “Toda la física cuántica y la posibilidad de que en los próximos años el hombre domine las variables del espacio y del tiempo ya están en lo que llamamos el universo de Atzilut”. Y añade en tono de oráculo: “No le puedo explicar más. Son secretos que se deben mantener ocultos hasta que la conciencia del hombre esté capacitada para comprenderlos”.

“De Más Platón y menos Prozac hemos pasado a Menos ‘coaching’ y más cábala, o a El ‘coaching’ se inventó en la Edad Media”, pienso mientras converso con este doctor en filosofía y en antropología. Es uno de esos individuos que inspiran confianza, porque para ellos el saber no está reñido con la simpatía, y la simpatía no es incompatible con la contundencia. El éxito del misticismo judío en el siglo XXI, me cuenta, se basa en que “la cábala intenta dar respuesta a dos interrogantes fundamentales: por qué se ha creado el universo y qué sentido tiene la vida de cada ser humano”. Bienvenido sea el coaching trascendental.

En Barcelona hay cien personas que estudian con Sabán los misterios cabalísticos. Comentan textos de los siglos X y XI, como el Sefer Yetzira y el Bahir, que fueron escritos muy cerca de aquí, en Girona, cuya escuela fue uno de los centros mundiales del pensamiento hebreo. O como El Zohar, que terminó Moisés de León a finales del siglo XIII, una época en que Ávila, Guadalajara, Valladolid o Toledo estaban unidas por una densa red de nomadeos y conversaciones, como explicó Gerschom Scholem en Grandes temas y personalidades de la cábala.

El éxito del misticismo judío en el siglo XXI se basa en que “la cábala intenta dar respuesta a dos interrogantes fundamentales”

“Barcelona tiene energía mística, la misma que recorre Segovia y Ávila, entre otras ciudades de la antigua Sefarad”, cuenta. Evoca un eco lejano de su propia presencia en esta metrópolis cuyas calles judías han sido reivindicadas en los últimos años: Abraham Abulafia, que entre 1270 y 1272 estudió y enseñó en la Ciudad Condal. Pero enseguida matiza la afirmación, o directamente la contradice: “Los antiguos cabalistas dijeron que dentro de cada ser humano existe un templo interior, por lo que cualquier sitio en el mundo puede ser un lugar de santidad; no es el lugar lo que hace santo al hombre, es el hombre quien santifica a este”.

Madonna puso de moda la cábala a finales de la década pasada. En el mundo laico, las dos grandes tendencias son la de Michael Laitman y la de Philip S. Berg. Ambos provienen de un mismo maestro: el rabino Ashlag. Laitman ha creado el movimiento Bnei Baruj, mientras que Berg se ha hecho muy famoso gracias a las celebridades de Hollywood que forman parte de su grupo de estudio. Cuando en 2009 le preguntaron por ello a Laitman, respondió: “La Klipa (concha o piel) ayuda al fruto a crecer, y cuando el fruto madura, es descartada y el fruto se come; esa es la misión de Berg y de Madonna, ayudar a que la gente se vuelva más inteligente y a que entre en el mundo de la auténtica cábala”.

En otras palabras, menos coaching y más cábala, pero con rigor. Y menos Prozac disfrazado de cábala.

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