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Sandra Ortega, una millonaria de perfil bajo

Un año después del fallecimiento de su madre, Rosalía Mera, la hija del dueño de Inditex pide una auditoría de la sociedad patrimonial que heredó mientras lucha por mantener el anonimato

Sandra Ortega Mera y su marido Pablo Gómez.
Sandra Ortega Mera y su marido Pablo Gómez.XURXO LOBATO

En agosto del pasado año, Sandra Ortega Mera, hija de los fundadores de Inditex, Amancio Ortega y Rosalía Mera, apuró uno de esos malos tragos que tiene programados la vida. Enterró a su madre, fallecida a las pocas horas de sufrir un derrame cerebral. Sandra perdió con ella a una amiga, a una compañera de trabajo, y al escudo que la protegía. Quedó en el punto de mira como la mujer de los más de 5.000 millones de euros, la segunda fortuna de España, aunque a considerable distancia de la primera (la de su padre, a quien Forbes le calcula una fortuna de unos 43.000 millones), y la séptima mujer más rica de Europa.

Amancio Ortega salió del anonimato poco antes de que Inditex saliera a Bolsa y ahora lleva una vida calificable de normal, sin exhibiciones. Su primogénita, sin embargo, ha vuelto a la privacidad más rigurosa. Vive en una finca en la costa de Oleiros (A Coruña), en la que también tenía su casa su madre, y la siguen teniendo sus tías Josefa y Primitiva, de la misma forma que cuando era niña sus padres residían junto a la playa de Riazor, en el mismo edificio que su tío Antonio y los abuelos paternos. Sigue yendo a trabajar a la Fundación Paideia, en la plaza de María Pita de A Coruña, en su utilitario Renault, y sigue llevando a sus niños a centros públicos. Martiño y Antía ya van al instituto, pero Uxía aún va al colegio, y Sandra sigue siendo miembro del APA, que llegó a presidir en momentos en los que madres y padres tuvieron que ponerse bravos para conseguir el comedor en el centro.

Su marido, Pablo Gómez, tiene su misma edad (ella nació en julio de 1969) y lo conoció cuando decidió dejar el colegio de las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, que tenía en la acera de enfrente de casa, por el bastante más lejano, en todos los aspectos, Instituto de A Sardiñeira. Aunque ahora podría parecer un profesor de aquel instituto, entonces era —eran— unos heavys que no desentonaban en la zona, en aquel tiempo una tierra de nadie sobre las vías del tren, donde se acababa la ciudad y empezaba un polígono industrial, A Grela. Pablo Gómez soporta a diario los atascos en ese polígono y en el siguiente, Sabón, en donde está la sede de Inditex, en la que trabaja. De vez en cuando, se les puede ver tomando algo por la ciudad, como hace poco en una fiesta de la cerveza, en la Ciudad Vieja coruñesa.

Algunos fines de semana se van a las Fragas do Eume, un bosque atlántico de robles y fresnos, aunque cada vez más invadido de eucaliptos. Casi 10.000 hectáreas en las que viven menos de 500 personas. No es precisamente una zona residencial, sino todo lo contrario. Allí, en la parroquia de San Pedro do Eume, el matrimonio Gómez Ortega restauró una casa de piedra con una zona de huerta y cuadras para un caballo. Cerca, en Azureira, Amancio Ortega tiene un enorme terreno, pero la casa de su hija es una construcción normal, de aldea. El sueño de cualquier gallego urbanita es ese, una casa de piedra con un terreno en el que plantar algo —berzas, tomates, repollos, patatas— que consumir y regalar a los amigos. Rosalía Mera, hija de generaciones de obreros del barrio de Monte Alto, al pie de la Torre de Hércules, se quejaba de niña de “no tener aldea”.

Marta, la otra Ortega

El dueño de Inditex, Amancio Ortega, tiene tres hijos: Pablo, Sandra (en la imagen, junto a su marido) y Marta. Esta última es la única hija de su segundo matrimonio, y está llamada a ser la heredera del imperio textil. También celosa de su intimidad, ella se deja ver en actos públicos; es habitual de los concursos hípicos como amazona. Su marido, Sergio Álvarez, es uno de los mejores jinetes españoles. Su boda, celebrada hace dos años ante 200 invitados, fue muy discreta. Pero ante el interés mediático que despertó, padre e hija se dejaron ver brevemente. Fue la única concesión.

No hay mucho más. Las amistades de Sandra Ortega parecen haber firmado un contrato de confidencialidad. “Ni los profesores, ni en la APA, ni siquiera en la peluquería a la que iba Rosalía y van Sandra y sus tías, que es a la que voy yo, van más allá de ‘son gente muy normalita y muy sencilla’…”, se queja con ironía Xabier Blanco, autor del libro De cero a Zara (La Esfera de los libros), quien prepara una biografía de Rosalía Mera (titulado, provisionalmente, Rosalía Mera. Un hilo suelto). “Lo que sí pasa es que con Sandra al frente, la Fundación Paideia ha perdido visibilidad. Rosalía era la rica comprometida y Amancio el multimillonario indiferente. Ahora es al revés. La Fundación Amancio Ortega construye residencias para pobres, guarderías, y acaba de donar dos millones de euros para equipos del Hospital de A Coruña y la de Rosalía no aparece”, analiza Blanco.

La Fundación Paideia Galiza, donde siempre trabajó Sandra Ortega, la creó su madre en 1986 como un espacio de formación e investigación en Ciencias Humanas y Sociales, determinada por la situación de su segundo hijo, Marcos, afectado por una parálisis cerebral. Sandra, licenciada en Psicología, siempre se ocupó allí del programa de voluntariado europeo (el tercer pilar de Paideia, con las empresas de economía social y los proyectos de desarrollo local), y gente que ha trabajado con ella asegura que tiene más mano izquierda para trabajar en equipo que Mera. Esta aparecía en todas las ruedas de prensa que convocaba la fundación y entraba a cuanto trapo se le ponía por delante, como decía ella misma, riéndose. Sandra Ortega no ha comparecido en ninguna.

Después de más de año del fallecimiento de su madre, la razón de la vuelta de Sandra Ortega a los titulares es la decisión de auditar Rosp Corunna, la sociedad patrimonial que antes agrupaba los bienes de Rosalía Mera y ahora de su heredera, a pesar de no estar obligada a ello. Rosp Corunna presentó cuentas consolidadas en el Registro Mercantil hace un mes por primera vez, y declaró activos por valor de 5.489 millones de euros.

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“La primera lectura es la más prosaica: que la heredera quiera saber lo que tiene, aunque ya era administradora solidaria. La segunda, quizá tenga que ver con el pago del impuesto de sucesiones, sobre el que no se sabe nada. Que quiera tener una valoración propia para contrastarla con la que pueda tener o pedir la hacienda autonómica”, analiza Julián Rodríguez, periodista económico autor del libro Señores de Galicia. En Rosp Corunna no hay respuestas.

Hay expertos que apuntan a esas y a otras razones. Uno de ellos, que prefiere mantener el anonimato, apunta a que “quieren conocer el valor de lo que tienen, porque están liquidando participaciones”. Menos Inditex (y aun así han bajado de un 7,5% al 5%) y las biotecnológicas como Zeltia, en la que Rosalía Mera invirtió cuando necesitaban apoyos, Rosp está abandonando los accionariados y centrándose en bienes inmuebles. “Aunque no creó ninguna gran empresa, cuando estaba en el Consejo de Inditex Rosalía Mera era muy activa. Sandra Ortega tiene la cabeza en lo social. Aunque con 70 millones al año solo en dividendos, y solo con la décima parte, se podía dinamizar mucho”, comenta el economista.

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