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MANERAS DE VIVIR
Columna
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Todas esas cosas de las que nunca hablamos

Lo cierto es que el sexo sigue siendo un enorme tabú, aunque parezca que hay superabundancia

Rosa Montero

La hija de 17 años de una amiga mía me confesó, después de dar mil vueltas y muerta de vergüenza, un problema que la estaba torturando: había intentado hacer el amor dos veces con su novio, pero no lo había conseguido porque le dolía demasiado y se ponía nerviosa. Como es natural, la segunda vez fue aún peor que la primera, porque a la dificultad física se añadió la angustia creciente y el temor al fracaso. A su alrededor, las demás chicas de su edad parecían tener relaciones sin ningún problema, y además, según muestran las películas y los programas de la tele, se diría que lo normal es que el sexo sea una tórrida actividad sumamente fácil de practicar y que todo el mundo se lo pase de fábula. O sea que la hija de mi amiga se sentía una friki, un bicho raro, una verdadera anomalía, y empezaba a pensar que quizá ella nunca sería capaz de hacer el amor en toda su vida. No se había atrevido a decírselo a nadie; ni a sus amigas ni desde luego a su madre, y si al final habló conmigo quizá sea porque también considera que soy una friki a mi manera (y a mucha honra).

El problema de la hija de mi amiga, que desde luego era enorme en su cabeza y que la estaba torturando, me hizo pensar en las muchas cosas que jamás confesamos, que jamás preguntamos, que nunca decimos; en todos esos secretos íntimos que en realidad pueden ser nimiedades o tener un arreglo fácil, pero que, sepultados bajo la pesada losa del silencio social, terminan convirtiéndose en verdaderas tragedias personales. Todo lo que tiene que ver con el sexo, con la zona genital y con lo anal parece estar maldito. Los médicos saben que los “tumores vergonzosos”, aquellos que aparecen en zonas íntimas de las que no se habla, suelen tener un diagnóstico más tardío porque la gente se resiste a ir al especialista, a mencionarlos y a mostrarlos.

Un ejemplo clarísimo de esas realidades absolutamente generales que caen bajo la línea de lo indecible fue durante muchos años la menopausia. Nadie mencionaba jamás la menopausia, salvo para denigrar a una mujer definiéndola como temperamentalmente poco fiable: “¡Está menopáusica!”. En la generación de mi madre, las mujeres no tenían nada claro lo que les podía esperar y se enfrentaban a ello en silencio y como podían; recuerdo a mis tías abanicándose furiosamente contra los collares de falsas perlas. Sin embargo, luego con la menopausia pasó algo muy curioso, y es que el tema fue tomado al asalto por los laboratorios farmacéuticos, y a partir de entonces se habló abundantemente (y en ocasiones exageradamente) de los síntomas, los sofocos, los calambres, la pérdida de concentración, las alteraciones en el sueño y demás. Y, aun así, el asunto dista de estar normalizado (por ejemplo, se mencionan muy poco detalles tan habituales como la sequedad vaginal).

Volviendo al sexo, lo cierto es que sigue siendo un enorme tabú, aunque parezca que vivimos en una sociedad en la que hay una superabundancia de sexo explícito por todas partes. O quizá el problema sea justamente eso: que parece que todo está dicho y que lo sabemos todo sobre el sexo, cuando en realidad no se sabe ni se dice nada. De entrada, por ejemplo, hay muy pocas parejas estables que confiesen, ni a sus amigos más cercanos, con qué frecuencia hacen el amor. De hecho, a muchos les preocupa si su frecuencia será “la normal”, o si será menor, o si será una birria. Y, sin embargo, se trata de un tema importante en la vida, ¿no es así? Algo que, si no te sintieras inseguro sobre la brillantez de tu desempeño, probablemente compartirías con tus más íntimos.

La hija de mi amiga se sentía rara, torpe, mal hecha. Se sentía hasta culpable por no ser una de esas chicas neumáticas y maravillosamente sexuales que vemos en las pe­lícu­las. No sabía que perder la virginidad suele ser un trámite bastante engorroso y que, por lo general, duele bastante. Cuesta relajarse, dejar hablar al cuerpo, aprender a volar en el deseo, apagar la cabeza para encender la piel y el sentimiento. La virginidad, en fin, es un fastidio. Por eso es conveniente escoger de pareja a alguien a quien verdaderamente quieras y echarle mucha emoción, mucha complicidad y mucho amor para convertir esa primera vez en algo bello. Se lo dije a la hija de mi amiga: eres normal; concéntrate en disfrutar y ten paciencia. Sólo el hecho de saber que las cosas eran así y que ella no era un monstruo ayudó mucho. Sé que ya ha resuelto su problema. Espero que sea capaz de comentarlo con sus amigas.

@BrunaHusky, www.facebook.com/escritorarosamontero, www.rosa-montero.com

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