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La IA irrumpe en los trabajos de fin de carrera: “Estoy por poner en los agradecimientos a ChatGPT ”

Cada vez más alumnos usan la inteligencia artificial en los proyectos académicos. Aunque todavía es muy imperfecta, los profesores plantean poner más controles

ChatGPT
Una mujer utiliza ChatGPT.ALEX ONCIU
Elisa Silió

“A mis papás y a ChatGPT”. “Estoy por poner en los agradecimientos del TFG al ChatGPT porque me está echando un buen cable”. Las redes están llenas de mensajes de universitarios agradecidos por la aparición de la inteligencia artificial (IA) generativa que les hace o les ayuda a redactar el resumen de un libro que había que leerse, una disertación breve o la introducción a su trabajo fin de máster. Pero la IA se inventa lo que no sabe, sufre lo que los técnicos llaman “alucinaciones”, así que su uso ―sin ser detectado― es limitado. Sus creadores prefieren hablar de un “copiloto” que te orienta. Este marzo, la conferencia de rectores (CRUE) en Santiago volverá a abordar el tema que cada cual solventa como puede. Algunas universidades de Estados Unidos y Australia han prohibido su uso, pero los expertos creen que es tratar de poner puertas al campo.

Dos encuestas de Wuolah ―la plataforma que compra y vende apuntes de bachillerato y universidad― en las que participaron casi 5.000 usuarios dan idea de la expansión de la IA desde que en noviembre de 2022 se anunció en Estados Unidos el nacimiento de ChatGPT. El pasado junio usaba esta herramienta o pensaba hacerlo el 25,2% de estos alumnos (solo un 15% en sus estudios), frente al 60% de la pasada semana. En junio se preguntó también por el uso de otras tecnologías en el plano académico: el 64% empleaba Google, el 61% Youtube y el 38% WhatsApp/ Telegram. Les resulta útil la IA, en especial para hacer esquemas, reescribir con otras palabras y algo menos para resumir un texto o contestar a preguntas. Enrique Ruiz, cofundador de Wuolah, sostiene que no les afecta: “En nuestra página pueden encontrar contenido específico de cada asignatura y recursos de otros años, en cambio, en ChatGPT pueden encontrar soluciones sobre conceptos más globales”.

Robert Clarisó, profesor del área Estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicación de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), descarta que se puedan redactar así trabajos de fin de grado (TFG) o de máster (TFM), obligatorios para obtener el título: “Son trabajos muy extensos de hacer. No es tan sencillo. A lo mejor, el alumno lo que sí que puede pedirle a la IA es, por ejemplo, que le dé un primer borrador de una introducción con una serie de pistas sobre lo que quiere”, argumenta. “O pedirle fragmentos pequeños o, cuando ya lo tiene escrito, decir: ‘Reescríbelo para que sea un poco más claro o para destacar más esta idea...”.

“Además, sería muy fácilmente detectable [la mano de ChatGPT]. En un trabajo tan grande, las secciones no serían coherentes entre sí”, prosigue Clarisó. “Tiene tendencia a inventar. Si quieres que te haga la bibliografía, por ejemplo, la mitad de las referencias que te da no existen”.

Las empresas a las que se encargan estos trabajos finales aseguran no sufrir una caída de clientes. “No tenemos menos demanda, pero desde hace un año notamos que sí han cambiado las expectativas de los alumnos. Nos contactan porque han hecho un borrador con ChatGPT y no saben cómo utilizarlo o darle continuidad”, cuenta la directora de Proyecta tu proyecto, una compañía peculiar que asegura intentar convencer al cliente de que haga el trabajo él, guiado por un tutor o le fuerza a implicarse en el TFG aunque se lo redacten. “La inteligencia artificial no es lo que necesitan los estudiantes. [La herramienta] te puede escribir un texto general, pero sin referencias, que es lo requiere un proyecto de investigación. No sabe hacer una introducción sistemática”.

La biblioteca de la Universidad Carlos III ha optado por enseñar a sus alumnos a referenciar la IA, lo que da idea de su implantación en las aulas. “Igual que si se tratara de una conversación personal, una charla o una clase escuchada a un profesor, en el texto se debe citar como ‘comunicación personal”, recomiendan. Ya hay herramientas que rescriben para maquillar el uso de ChatGPT.

Senén Barro, exrector de la Universidad de Santiago y catedrático de Ciencias de la Computación, lo tiene claro y así lo hizo saber a sus compañeros en un reciente encuentro de digitalización organizado por CRUE en Valladolid. “No hay que prohibir la inteligencia artificial. Quienes somos profesores tenemos que aprenderla a usar para integrarla en nuestra docencia, porque los alumnos la van a tener que usar sí o sí en su ejercicio profesional. La van a usar igual con nosotros o sin nosotros. Para mí es una herramienta muy útil en mi labor docente”, argumentó. Y añadió: “El sistema educativo sigue muy anclado en la memorización, la redacción… y eso, o lo cambiamos, o no tiene sentido ninguno porque la máquina lo hace mejor que el alumno medio. Nos va a obligar a cambiar. La única forma de llegar a la enseñanza personalizada son los asistentes de aprendizaje”.

Herramientas antiplagio

Muchas páginas que hacen trabajos finales entregan al cliente un informe positivo de una herramienta antiplagio para demostrar que es un documento totalmente original, como se le requiere al estudiante, pero no existe ningún instrumento fiable para perseguir el uso de IA generativa. “Hay herramientas que te dan un indicador de sospecha: por ejemplo, que a un 70% diría que ese trabajo ha sido realizado con inteligencia artificial. El problema es que estas herramientas tienen falsos positivos o negativos”, explica Clarisó, de la UOC. “Con el antiplagio, puedes comprobar si la coincidencia realmente es significativa o no; en el caso de la IA, no tienes este elemento, pero es una alarma para estar pendiente de si lo ha generado IA. El profesor puede hacer unas preguntas muy específicas para ver si realmente el alumno ha hecho el trabajo o mirarlo con más detalle”.

No solo los profesores hacen cada vez más preguntas para cerciorarse de que los universitarios han hecho ellos el trabajo, hay quien reivindica que en los científicos vayan al laboratorio o quien pide que las disertaciones sean a mano para, al menos, forzarles a que se lo lean. En la Universidad Blanquerna-Ramón LLull los que se examinan del trabajo final tienen que argumentar por qué y en qué momento del proceso usan la IA, pero no está prohibida. Tampoco en la Universidad de Alcalá, donde deben de explicar qué le han preguntado y repreguntado a la máquina y qué contestó; le dan ahora más relevancia a la presentación.

El debate de si es lícito y moral que un universitario pague por no hacer el trabajo provoca que este tipo de negocios que los redactan rehúya siempre de la prensa. Este periódico ha contactado con una decena de empresas que no han querido contestar. La mayoría subcontrata la redacción a un externo, en una especie de subasta. Se queda con el encargo del cliente el mejor postor y muchos trabajan desde Sudamérica. ¿Usarán la IA para hacer el trabajo como autores en la sombra? Es posible.

EL PAÍS se negó a incluir un enlace que publicitase las páginas de dos compañías que hacen trabajos dispuestas a hablar a cambio de esta contraprestación. Es su “política”, argumentan, porque la única forma de darse a conocer es internet cuando la competencia por posicionarse es feroz y más si la IA se va perfeccionando. “Sin enlace no vamos a perder toda la mañana en contestar todas las preguntas”, explica por teléfono un trabajador. Relata que, por sus conversaciones con “cientos de alumnos”, conocen bien los “problemas” que está generando la IA entre ellos, pero asegura que a la página no le afecta en la demanda de sus servicios.

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Sobre la firma

Elisa Silió
Es redactora especializada en educación desde 2013, y en los últimos tiempos se ha centrado en temas universitarios. Antes dedicó su tiempo a la información cultural en Babelia, con foco especial en la literatura infantil.
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