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Tecnología: el tren que Europa no puede perder

Mckinsey, la consultora más influyente del mundo, centra su cumbre anual en la robótica, la inteligencia artificial y los chips

Space Tech Expo Europe
Robot presentado en la feria Space Tech Expo Europe de Bremen, el pasado día 14 de noviembre.Sina Schuldt (picture alliance/Getty Images )
Miguel Ángel García Vega

A 10.000 pies de altura, en el vuelo de la mañana que enlazaba el pasado 15 de noviembre Madrid y Fráncfort, un treintañero anda concentrado entre turbulencias, y un viento que golpea el fuselaje, zarandeando el aparato, en la lectura del éxito de ventas The New York Times: El método Warren Buffett. Los secretos del mayor inversor del mundo (editorial Hoepli, 2022). El avión se desplaza a 900 kilómetros por hora hacia la capital europea del dinero. Allí donde el sol refleja la arquitectura (algo ya antigua) de cristal del Banco Central Europeo (BCE) y cotiza el poderoso índice DAX.

La consultora McKinsey, LA, organiza su reunión anual con la prensa y entre los medios invitados estuvo EL PAÍS. Hasta la CNN cubre el encuentro en el hotel JW Marriot. La agenda es un repaso a la Europa de nuestro tiempo. Su infinidad de promesas, su infinidad de contradicciones. Tres ideas para varias horas de paneles. Marcan el ritmo la competitividad europea, la sostenibilidad y, claro, la inteligencia artificial generativa. Aunque, fuera de programa, una sorpresa —pensado en la Iberia geográfica— aguarda a los periodistas españoles y portugueses. Los paneles se suceden con el ine­vitable discurso de las inmensas opciones de la IA, la robótica, la necesidad de la colaboración público-privada, la fabricación de chips o la urgencia de atraer y retener el talento. Bajo la fuerza que da ser la tercera economía del mundo y representar el 14,55% de la riqueza (PIB) de la Tierra. Sostenido en una Unión Europea con un 40% de mujeres.

Esta es la geografía humana. Sin embargo, o hay un cambio radical o podríamos convertirnos, como afirmaba en un canal británico Ana Patricia Botín, presidenta de Banco Santander, “en un museo”. La respuesta incluye dos intangibles: el optimismo frente al pesimismo. “Es una frase que ya he escuchado antes”, comenta Sven Smit, presidente del McKinsey Global Institute (MGI). “No se trata de una narrativa nueva y estamos lejos de convertirnos en un espacio caduco, pero hay que trabajar muy duro para que no suceda”, avisa.

Su propuesta tiene un eco periodístico, cambiar, entre todos, el relato, que se vea al Viejo Continente como un lugar que ofrece “energía limpia a precios razonables”. Y tecnología. “¿Cuántas regiones del mundo pueden escribir estas líneas?”, sostiene. “Nos falla la educación, porque parte de la gente no ha hecho los deberes [actualizar su formación]. Tenemos una elevada densidad de población y esto garantiza que surja talento”. También materias primas valiosas e industrias verdes procesadoras.

Tenemos, desde luego, al famoso gato de Schrödinger metido en la caja. Smit, sin duda, cree que está vivo. “Cuántas personas no estarían dispuestas a teletrabajar desde España, Holanda o Alemania: hay que aprovecharlo”, avanza. “Europa puede ser el hogar de las mejores empresas y la automatización. Resulta muy fácil crear una narrativa negativa, pero la mía es la contraria”, defiende. Siempre existen complicaciones. “¿Acaso no se queja California por las ventajas fiscales de Texas?”, se cuestiona. Desde luego es más fácil gestionar un Gobierno Federal que 27 Estados distintos. “Vivimos un momento de aprendizaje tecnológico”. Quizá por eso no existe un Meta o un Amazon en la UE. Pero la dependencia energética del exterior se ha reducido algo.

Acceso al capital

Quizá deberíamos sustituir el optimismo o la esperanza en vez del euro como moneda. “En los últimos años se han creado más de 200 fondos de inversión globales con un enfoque sostenible o verde”, desgrana Martin Linder, socio de la consultora. La palabra sostenibilidad es una de las que más se escuchan. Salta de un lado al otro de la sala al igual que un jilguero imposible de atrapar. “Tenemos estupendas empresas de reciente creación e innovadoras que pueden liderar este campo”. Falta, claro, más facilidad de acceso al capital. “Porque el talento está en casa. Aunque tenemos que contar más con el sur global”, admite Anja Huber, asociada también de Múnich. “Además, los inversores están apostando mucho por los criterios ESG [medioambiente, sostenibilidad y gobernanza, en su traducción al inglés]”. ¿Los brotes iniciales del Pacto Verde Europeo?

Llegan las discusiones de la tarde y con ellas la inteligencia artificial. Plantea todas las dudas, bien conocidas, sobre privacidad, distorsión informativa o riesgo para los más vulnerables. Y aquí se mezcla el interés empresarial y la condición humana. “Todas las grandes compañías están interesadas en esta tecnología”, indica Ruben Schaubroeck, otro socio de McKinsey.

Esta idea recorre Europa. Dan ganas de preguntar de forma sencilla: ¿es buena o mala? ¿Mejora la vida del ser humano o la empeora? Ese es un libro distinto al de Buffett, y más complejo. “Creo en la necesidad de la curiosidad y, lo más importante, en el pensamiento útil”, sintetiza Eric Hazan, socio francés de la firma. Detrás —mientras habla el experto— transcurre una corriente de fondo. Cualquier tecnología, aunque le salgan los números, y técnicamente resulte viable, debe rechazarse si no sirve para mejorar la existencia de todos los seres humanos. Eso sí, nadie duda de que habrá más presión para que las compañías cumplan la normativa. El avión aterriza en Fráncfort, el chico guarda el libro y quizá esa noche sueñe con un multimillonario de más de 90 años que acumula tanto dinero que sin él resulta imposible explicar la inequidad que sufre el mundo. Tiempos de ídolos de oro a 10.000 pies de altura.

Mercado ibérico

Hace años el premio Nobel de Literatura, José Saramago, propuso la idea de una gran Iberia. La unión de ambos países. Al escritor le habría gustado la idea. Es un escenario. Una propuesta saramagista en las que todas las piezas del puzle deben encajar, aunque algunas parecen demasiado complicadas, como armonizar una regulación europea común. La idea es crear una Iberia energética de cara a la transición verde. Dos tierras que miren con una visión única al reto de las emisiones netas cero de 2050.  España debería invertir 2,5 billones de euros —acorde con la consultora— y Portugal, 0,5 billones. Harían falta más de un millón de trabajos cualificados en 2035 si quiere que este sector aporte entre el 10% y el 20% del PIB del país. Es reindustrializar la Península (acero verde, baterías, aluminio sostenible…) e impulsar más las renovables o el aún incipiente hidrógeno verde. “Hace falta un legislación estable, clara y duradera en el tiempo”, avanza José Pimenta da Gama, socio senior de Mckinsey en Madrid y Lisboa. “Es una forma de reindustrializar nuestros países y hacerlos crecer”, incide.  Reconoce que por ahora se trata de un “escenario” y no se lo han presentado a ningún cargo de la Administración. El impuesto a las eléctricas no le gusta, lo cual nada sorprende, pero sí el momento: Portugal ha convocado nuevas elecciones para el 10 de marzo y España intenta dar forma a su complejo encaje estatal. “La oportunidad es ahora y es el momento de actuar. Necesitamos ejecutarlo, y ejecutarlo bien”, destaca de Gama. 

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.
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