De solterones a ‘singles’: el alto precio de vivir solo
El número de personas sin pareja crece en el mundo, condicionando los hábitos de consumo y las políticas públicas como las pensiones
En un tercio de los hogares en la UE viven solteros sin hijos. En Estados Unidos, donde las personas sin pareja entre 25 y 54 años suponen el 38% de la población, el 28% de los hogares son unipersonales. En China, se prevé que el número de adultos que viven solos alcance los 92 millones en 2022. En España, uno de cada cuatro hogares tiene un único inquilino, más de la mitad de ellos son menores de 65 años. Los solteros son un grupo poblacional creciente para el que vivir es más caro, que mantiene una dinámica propia con el consumo y cuyo posible impacto en la macroeconomía a largo plazo está ligado a la natalidad.
La economía y las relaciones guardan, a su vez, relación entre sí. Jesús Sanz, profesor de Antropología Social de la Universidad Complutense de Madrid, habla, por ejemplo, de Eva Illouz, reconocida socióloga que lleva años estudiando las relaciones sexoafectivas y cómo el capitalismo impacta en ellas. También menciona cómo la emergencia del amor romántico vino de la mano de la división sexual del trabajo, lo que ha sido y es funcional al capitalismo. Así que no es extraño encontrar una cuestión económica, la extensión del trabajo asalariado, entre las que ayudan a explicar el origen del aumento de los solteros.
“Antes del trabajo asalariado, la familia no solo tenía un papel reproductivo, sino que jugaba un papel fundamental en la organización de la subsistencia”, cuenta por teléfono. “Con la extensión del trabajo asalariado, lo que nos encontramos es que la subsistencia depende de que una persona venda su fuerza de trabajo, lo que permite una mayor autonomía respecto al grupo doméstico”, añade. Ante esta nueva receta, los ritos de paso dejaron de estar tan marcados. Los solteros, además, han dejado de ser solterones. “Antiguamente, las personas que vivían solas parecía que tenían una connotación negativa y hoy en día casi se asocian más al concepto de libertad”, dice Ana López, vicedecana primera del Colegio de Economistas de Madrid (CEMAD).
El precio de la soltería comienza a notarse en el bolsillo del individuo. “Ser soltero, podríamos decir, sale caro”, cuenta Vicent Borràs, investigador y profesor de Sociología de la Universitat Autònoma de Barcelona. Uno de los aspectos en los que es más palpable es en la vivienda, que normalmente se lleva las partidas más grandes del presupuesto, “entonces si hablamos de una persona sola, lógicamente, el acceso es más complicado”, cuenta Sanz. Joan Llull, investigador de la Fundación MOVE y profesor de Economía de la Universitat Autònoma de Barcelona, señala que las personas emparejadas o casadas tienden a tener más vivienda en propiedad que los solteros.
La carga de gasto se lleva en solitario. “La sociedad, en cierta medida, está pensada y favorece el hecho de vivir en pareja”, comenta Sanz. Juan Carlos Martínez Lázaro, profesor de IE University, coincide: “Solo tenemos que pensar en la tributación. Los sistemas tributarios, el IRPF, están más pensados hacia las familias que para una persona que vive sola”. Como ser soltero es caro, dice Borràs, los que pueden permitirse vivir como tal son, normalmente, los más favorecidos.
El peaje de la maternidad
En un análisis reciente que el Pew Research Center ha hecho del censo de Estados Unidos, sin embargo, se extrajo un dato que puede sonar contradictorio. Los hombres casados ganan más que los solteros porque, según los autores, los que parten de una buena situación laboral tienen más posibilidades de emparejarse y los emparejados producen más. Reconocen haberse “centrado menos en los beneficios para las mujeres”, pero aseguran que la cohabitación o el matrimonio están relacionados con mejores salarios para las mujeres, eso sí, para las que no tienen hijos. En España, por ejemplo, la penalización salarial por hijo a largo plazo es del 28% para las mujeres, mientras que el sueldo de los hombres apenas varía, según datos del Banco de España.
“Es verdad que la gente que es soltera tiene mayor dinamismo en el mercado de trabajo porque tienen mayor facilidad para saltar entre empleos, incluso emigrar, que la gente casada”, dice Llull. Esto puede influir en una mayor progresión de los solteros en el terreno laboral. “Sin embargo, cuando tienes una familia, está también la necesidad de alimentarla, y puedes tener una mayor necesidad de invertir en tu carrera profesional”.
Los solteros llevan años en el punto de mira de las empresas, son un objetivo cada vez más cotizado. Según los indicadores de consumo, un hogar pluripersonal consume más, pero el soltero lo hace más para sí mismo. “Está claro que consumen mucho ocio”, señala Silvia Pinto, investigadora y profesora de Marketing de la Universidad Autónoma de Madrid. “Hay una tendencia muy alta, en general en la sociedad, y se ve reflejada en estos solteros, a disfrutar durante más tiempo de una vida que se considera como de libertad”, señala. Sus hábitos de consumo cotidianos, como la compra, también difieren: “En el caso de los solteros que viven solos suelen comprar con más frecuencia y en menor cantidad”, relata Pinto. “También son grandes consumidores de comida a domicilio, que no quiere decir basura”.
Dentro de este universo, López pone el foco en aquellos solteros, de entre 50 y 55 años, cercanos a la denominada silver economy. “Las connotaciones que tienen para la economía son claras. Son un grupo importante con una capacidad de ahorro considerable”, dice. Se trata de personas que destinan recursos al cuidado personal, al deporte, a una alimentación más exquisita.
A largo plazo, algunos expertos ven un peligro económico en el aumento de la soltería. “Desde un punto de vista de la natalidad, podría plantear un problema”, dice López. A más solteros, menos niños. “Esta tendencia va a agudizar los problemas que va a suponer esa caída y ese cambio de la estructura poblacional”, señala Martínez, que habla de un cambio en la prestación de los servicios del Estado del bienestar. “Sin olvidar que una sociedad más envejecida se convierte en una sociedad menos innovadora, mucho más conservadora, donde las políticas públicas van a ir orientadas a satisfacer las necesidades de los mayores, dejando de lado seguramente muchas orientadas a los más jóvenes”.
Llull lo ve de otra manera. “No tengo claro que haya un posible problema a largo plazo más allá de ir solucionando e ir ajustando las políticas a las situaciones cambiantes”, dice. “Las estructuras y las políticas se tienen que ir adaptando a los cambios de la sociedad. Y un ejemplo son las pensiones”, añade.
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