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No hay flores ni en los funerales

La industria da por perdida la temporada alta de este cultivo y augura unas pérdidas millonarias, sobre todo en Andalucía

Puesto de flores en Madrid antes de la crisis del coronavirus.
Puesto de flores en Madrid antes de la crisis del coronavirus.Alvaro Garcia

El confinamiento decretado por el Gobierno para luchar contra la expansión del coronavirus está arrasando el negocio de la floricultura y la floristería en España. En todos los eslabones de la cadena de valor se escucha la misma palabra: ruina. La pandemia se ha llevado por delante la temporada alta del año y ha dejado en estado de shock, incertidumbre y máxima preocupación a productores, distribuidores, tiendas y empleados. A los trabajadores de este sector, donde casi nadie tiene contratado un seguro que cubra esta situación de fuerza mayor, les resulta difícil hacer estimaciones precisas del impacto económico.

En el caso de las floristerías, Gabriel Ordóñez, presidente de la Asociación Española de Floristas (AEFI), calcula que las pérdidas representan ya alrededor del 40% de la facturación anual de todo el comercio mayor y menor de flores y plantas —sin contar con los productores—, que suma unos 1.000 millones de euros anuales. “La cancelación es total. Bodas, bautizos, comuniones, eventos empresariales, Sant Jordi, San José, Semana Santa, las Fallas. Ni siquiera los funerales. Entendemos las medidas que se han tomado, pero es la situación más difícil que hemos vivido nunca”, indica. La magnitud del abismo dependerá de hasta cuándo se prolongue esta situación. Lo que tienen claro es que su sector será de los últimos en levantarse.

La flor cortada es un producto efímero que necesita ser puesto en el mercado inmediatamente. Con el desplome de la demanda, crisantemos, lirios, claveles, jacintos, bromelias, calas, gerberas, paniculatas, lisianthus y otros miles de toneladas de flores de temporada ya se pudren en vertederos de toda la geografía nacional. Millones de euros invertidos durante meses de producción pasan a engrosar la cuenta de pérdidas.

Además de ser profundamente estacional, este sector está siendo especialmente castigado porque está muy atomizado en pequeñas empresas familiares (6.424). La inmensa mayoría de sus 21.351 trabajadores asalariados (según datos de la Seguridad Social a junio de 2019) está pendiente de un ERTE, los 16.467 autónomos al borde de la quiebra técnica, y otros —sobre todo el 95% de los temporeros de la recolección de flor— están directamente despedidos. Solo las empresas más grandes mantienen uno o dos administrativos en la oficina, que logran bandear el temporal dedicándose a la realización y mantenimiento de jardines, único activo en pie en medio de este descalabro comercial.

Es el caso de Floristerías Castilla, en Burgos, una de las empresas más grandes del sector, con dos millones de euros de facturación anual y 38 empleados, que participó en la decoración de la boda del rey Felipe VI. “La mitad de nuestro negocio es la jardinería y nadie nos ha dicho que tengamos que parar”, explica José Manuel González, fundador de la empresa hace 40 años y también creador de la Escuela Española de Arte Floral. “Perderemos unos 300.000 euros en marzo, pero saldremos adelante”. Y la venta online tampoco es una salida porque apenas representaba un 2% del sector antes de la crisis. “Nos tomamos este tiempo para hacer mejoras en el producto y salir con más fuerza”, expresa Elena Zhabreva, fundadora hace dos años Florster, en Barcelona, una start-up que reparte ramos en bicicleta y filma la entrega. Calculan unas pérdidas de 30.000 por el confinamiento.

Sin precedentes

Gabriel Lliso, propietario de la valenciana Flores Lliso, una de las más veteranas de España, define con pesadumbre la situación, “la más complicada por la que hemos pasado en 130 años de historia”. Y añade: “Esta tienda no cerró ni durante la Guerra Civil y en un mes estaremos con el agua al cuello”. Para los floristas de Valencia se une, además, la cancelación de las Fallas, que ha dejado pérdidas de cinco millones de euros, justo cuando acababan de recibir los pedidos. En este contexto de preocupación, Lliso, tosiendo al teléfono, expresa con elocuencia el drama del sector: “Nosotros vivimos de la alegría. Eso es lo que representa regalar flores. Seremos los últimos en salir del agujero”.

En esto coinciden todos los actores, ya que su producto no es de primera necesidad y creen que será lo último que se levante, con una recuperación —el que lo logre— en L. También están de acuerdo en que esta crisis será peor que la de 2008. De la noche a la mañana se ha pasado a cero ingresos, cero pedidos y un aumento de la deuda por las inversiones previas, especialmente cuantiosas en el eslabón de la producción.

Detrás de cada ramo de flores frescas hay un agricultor que se ha pasado al menos cuatro meses trabajando e invirtiendo, desde el semillado, el cuidado en invernaderos con calefacción, tratamientos fitosanitarios, hasta la recolección. Todo ese tiempo y dinero se traduce hoy en desesperación y números rojos para los agricultores dedicados al cultivo de flores y plantas. El cultivo de flor y planta ornamental en España da trabajo a más de 40.000 personas, factura unos 1.000 millones de euros anuales y acaba de perder hasta el 80% de sus ventas, según la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG). “Esto es la muerte del sector productor”, dice sin medias tintas Luis Manuel Rivera, responsable de flor cortada de COAG Andalucía, comunidad que concentra el 70% de toda la floricultura nacional.

Desde Chipiona, Cádiz, punto neurálgico de la producción en España, Laura Román, concejala del Ayuntamiento explica que “el 50% de la población —11.000 familias— vive aquí de la flor”. Johny Lázaro, de Flores Lázaro, agricultor de la zona, pone voz a la desolación generalizada. “Esto es terrible para todos los sectores, pero un restaurante no tiene que tirar las cocacolas que no vende. Llevo diez días que no puedo dormir”. Para mayor decepción, el Gobierno, dentro del paquete de ayudas al sector agrario publicado en el BOE el pasado 9 de abril, ha dejado fuera de la reducción fiscal por módulos a los autónomos de la flor cortada.

Tampoco ayudan las ventas en el exterior. España exporta flores por valor de 430 millones de euros al año, muchas de las cuales van a parar a la subasta de Aalsmeer, en Holanda, la más importante del mundo. Ahora está prácticamente desierta y bajo mínimos. “Los precios alcanzados ni siquiera cubren los gastos de transporte. Esta crisis va a hacer desaparecer a los productores pequeños”, se lamenta al teléfono en perfecto castellano Jan de Boer, mayorista holandés que ha visto cancelado el 95% de su negocio de 20 millones de euros anuales, cinco de los cuales se cierran con España.

En la distribución mayorista, las cosas pintan igual de mal para las empresas más grandes y terrible para las pequeñas. Guillermo Gómez maneja Coflores, con nueve millones de facturación anual tiene a sus 32 trabajadores pendientes de un ERTE y 45.000 euros de flor en stock perdidos. “Decidimos regalarlas a hospitales, farmacias, Guardia Civil y residencias de ancianos para solidarizarnos, antes de tener que tirarlas”, afirma Gómez. Del mismo modo, los transportistas se consumen en casa con impotencia. Luis Vaca, repartidor autónomo de 52 años de la floristería Bourguignon, entre otras, muestra su angustia: “Estoy asustado, tengo mujer y dos hijos y ya estoy con una mano delante y otra detrás. De la noche a la mañana te quedas a cero”.


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