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¿Qué queda al margen de la inteligencia artificial?

El desarrollo, cada vez más acelerado, de esta tecnología alcanza ya a casi cualquier ámbito de nuestra vida cotidiana. Pero lo mejor, dicen, está aún por llegar

Inteligencia Artificial
Un radiólogo en un hospital berlinés mira las imágenes del cerebro de un paciente a través de una 'app' basada en inteligencia artificial.Monika Skolimowska (picture alliance/Getty Images)
Nacho Meneses

En la encrucijada del siglo XXI, la humanidad ha sido testigo de una revolución tecnológica sin precedentes, encabezada por la inteligencia artificial (IA). Una herramienta a la vez poderosa y versátil que impulsa innovaciones y cambios radicales en prácticamente todos los aspectos de nuestras vidas: de la atención médica a la investigación científica; de la neurología a la educación; de las series que vemos en las plataformas de streaming al aprendizaje personalizado e incluso a la toma de decisiones políticas. La IA está presente en virtualmente todos los ámbitos.

“Es difícil predecir el futuro de una tecnología que está en un momento de constante evolución. De hecho, esa es un poco la magia de la IA: su capacidad de desafiar los límites de lo que creíamos posible”, cuenta Pau Garcia-Milà, cofundador y CEO de Founderz. Y, aunque no haya sido sino hasta hace unos pocos años cuando la sociedad empezó a ser consciente de su importancia, el término fue acuñado por primera vez en 1956, y sus orígenes se pueden encontrar incluso antes, con los trabajos del gran matemático británico Alan Turing, ya en los años 30.

Ahora, con el auge de los modelos de inteligencia artificial generativa, las posibles aplicaciones parecen infinitas. “El boom de los modelos basados en el procesamiento del lenguaje natural nos permiten aplicar la IA a nuestro día a día, sin ser expertos ni tener conocimientos de computación”, reflexiona Garcia-Milà. “Y por eso creo que la innovación irá en esa línea: ir perfeccionando la forma en que nos comunicaremos con esa tecnología para que cada vez sea un apoyo más normalizado en todas nuestras tareas”.

¿Hacia dónde va la IA?

Hace apenas unas semanas Jack Hidary, experto en IA y tecnología cuántica, afirmaba en este periódico que, en solo cinco años, “la mayoría de los contenidos de internet no los generarán los humanos, sino la inteligencia artificial”. Lo cierto es que, se asuma o no tal extremo, su presencia es cada vez mayor, como lo es la necesidad de una normativa que regule su uso. “Nuestro objetivo como sociedad no debería ser crear tecnología que nos reemplace, ni que sienta o tenga una conciencia como nosotros. El objetivo debe estar en analizar el uso que podemos darle, ver qué nos aporta y cómo puede acompañarnos en nuestro día a día para potenciar lo que nos hace humanos”, sostiene Garcia-Milà.

En ese punto, el dominio que logremos sobre esta tecnología dependerá del voto de confianza que le demos: “Todos los cambios dan miedo, y siempre que probamos algo por primera vez nos sentimos inseguros. Pero una vez lo normalizamos y vemos todas sus ventajas, nos hace sentir más seguros y preparados que nunca. Y con la IA yo creo que va a pasar igual”, añade.

La ubicuidad de la inteligencia artificial hará necesario desarrollar perfiles especializados en IA; profesionales que desarrollen las habilidades necesarias para aplicarla en su trabajo o área de conocimiento, de manera que le ayuden a optimizar su tiempo, ser más productivo y potenciar los conocimientos que ya se poseen. “A la hora de apostar por una formación determinada, es importante escoger un programa que cuente con profesionales con una amplia experiencia en la investigación o uso de la IA; y que los contenidos combinen los aspectos teóricos con aplicaciones y herramientas prácticas como ChatGPT, BingAI o Midjourney”, esgrime Garcia-Milà. Founderz, por ejemplo, ha desarrollado un máster online en IA e innovación de la mano de Microsoft.

Retos de la IA en educación

Uno de los campos más afectados por el auge de los modelos de IA generativa es, sin duda, el de la educación, donde el uso del ChatGPT ha planteado dudas acerca del peligro de plagio por parte de los estudiantes. De hecho, y según un reciente informe del Instituto Capgemini, casi la mitad de los profesores de Secundaria (el 48 %) afirma que sus centros han bloqueado o restringido el uso de estas herramientas, mientras que un 19 % las permite en casos muy concretos.

¿Se trata de un acierto o de un error? Los expertos consultados por este periódico se inclinan por considerar que las ventajas y las oportunidades pesan más que sus potenciales peligros, siempre que los centros educativos sepan adaptarse y cambiar tanto la forma de enseñar como de evaluar: la IA, por ejemplo, puede ser el punto de partida de discusiones y debates en el aula. Tratar de ignorarlo o de prohibir su uso, afirman, puede ser tan poco efectivo como ponerle un tapón al mar.

Dos datos más para el debate: seis de cada 10 profesores que participaron en la encuesta de Capgemini afirman que saber interactuar con sistemas de IA será una habilidad necesaria en los trabajos del futuro, y un porcentaje similar (56 %) piensa que se deben adaptar los planes de estudios y las evaluaciones. Pero, a la vez, un 78 % de los profesores de Secundaria a nivel global expresa su preocupación por el impacto negativo de las herramientas de IA generativa en los resultados de aprendizaje, incluyendo un impacto negativo en las habilidades de escritura (66 %) y en la creatividad de los alumnos (66 %).

Primer plano de la mano de una mujer usando una pantalla interactiva.
Primer plano de la mano de una mujer usando una pantalla interactiva. ANGEL SANTANA (Getty Images)

Inteligencia artificial y salud

Las aplicaciones de las tecnologías relacionadas con la inteligencia artificial, el aprendizaje automático y el Big Data serán cada vez más importantes en las profesiones médicas. No solo para mejorar tanto la prevención como la precisión y rapidez de los diagnósticos, sino también el desarrollo de tratamientos personalizados y fármacos más eficaces y menos tóxicos, lo que sin duda redundará en una mayor calidad de vida para el paciente. Para ello se necesitarán equipos multidisciplinares con personal médico, científicos de datos y programadores.

En áreas como la neurología, los sistemas de inteligencia artificial tienen ya una gran relevancia tanto en el diagnóstico (reduciendo el tiempo de interpretación de pruebas, estandarizando los criterios diagnósticos o creando nuevos biomarcadores), como en el pronóstico y las aplicaciones terapéuticas (individualizando las terapias, desarrollando ensayos clínicos basados en IA y acelerando el descubrimiento de nuevos tratamientos, entre otros). Pero es solo una muestra de lo que está por venir.

“Existen, por ejemplo, sistemas basados en dispositivos portátiles que son capaces de predecir, con un alto grado de acierto, la aparición de una crisis de migraña o de epilepsia en las horas siguientes, lo que permite al paciente estar preparado para tomar el tratamiento lo antes posible, evitar actividades o estar en un lugar seguro”, explica el doctor David Ezpeleta, secretario de la junta directiva de la Sociedad Española de Neurología.

Toda esa investigación seguirá progresando, además de conseguirse nuevas aplicaciones basadas en IA generativa: “Se están produciendo ya avances en interfaces cerebro-computadora que para muchos son sorprendentes e incluso increíbles”, continúa Ezpeleta: a través de una encefalografía cortical, se decodifica la señal en forma de texto de lo que el paciente quiere decir o de lo que está pensando, con un alto grado de precisión. Pero los verdaderos avances llegarán en el futuro, cuando estas interfaces sean portátiles, “en forma de casco o diadema, o mediante pequeños implantes intracraneales: así, personas que no pueden emitir lenguaje podrán hacerlo solo con pensarlo; pacientes que no pueden mover una extremidad podrán mover una exoprótesis robótica a voluntad... Y todo esto será posible con una IA estándar o generativa adecuada a las necesidades del paciente”, añade.

Otras aplicaciones de la IA

Como decíamos al principio, la inteligencia artificial tiene ya aplicaciones en muchos aspectos que forman una parte habitual de nuestro día a día. La IA, por ejemplo, está detrás de asistentes de voz como Alexa o Siri; de los sistemas de navegación, que nos sugieren rutas más cortas o eficientes; de los automóviles inteligentes, que pueden detectar si el conductor está cansado; o en múltiples aplicaciones de domótica, que son capaces de dejarnos entrar en casa sin llaves o de encender la luz de una habitación con un comando verbal o simplemente entrando en dicha estancia.

Y es que una innovación tan sorprendente como la inteligencia artificial puede tener (y tiene, de hecho) usos hasta en campos dedicados al estudio de civilizaciones pasadas, como la arqueología: los algoritmos permiten, por ejemplo, captar imágenes aéreas de grandes extensiones de terreno o transformar datos provenientes de satélites, para así facilitar la búsqueda de lugares con potencial arqueológico; o incluso a la hora de clasificar fragmentos de cerámica hallados en las excavaciones, enseñándole a una máquina a observar detalles como el decorado, la pintura o el desgrasante del material cerámico.

¿Nativos digitales?

La supuesta competencia digital nativa de las generaciones más jóvenes queda en entredicho ante lo que el estudio de Capgemini considera una brecha de percepción: el 70 % de los profesores y el 64 % de los progenitores cree que los alumnos tienen las competencias necesarias para triunfar en el mercado laboral, mientras que solo un 55 % de los jóvenes entre 16 y 18 años comparte dicha visión. 


Al comparar el entorno rural con el urbano, se percibe también una cierta descompensación, ya que los docentes de las grandes ciudades expresan una confianza mucho mayor (83 %) que los de las zonas rurales (40 %). Una brecha que alcanza a las mujeres jóvenes (de 16 a 18), ya que las que viven en un entorno urbano sienten casi el doble de confianza que las rurales. 

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Sobre la firma

Nacho Meneses
Coordinador y redactor del canal de Formación de EL PAÍS, está especializado en educación y tendencias profesionales, además de colaborar en Mamas & Papas, donde escribe de educación, salud y crianza. Es licenciado en Filología Inglesa por la Universidad de Valladolid y Máster de Periodismo UAM / EL PAÍS

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