Los tentáculos del fondo saudí en Occidente: de Telefónica al coche eléctrico, el fútbol o los videojuegos
El Public Investment Fund es el vehículo con el que el país árabe canaliza su desembarco en múltiples empresas para diversificar sus ingresos más allá del petróleo
La irrupción saudí en empresas occidentales durante los últimos años, de la que la española Telefónica es el último ejemplo, no ha sido un fenómeno improvisado. Los millonarios desembolsos que cada cierto tiempo ha ido acometiendo el fondo soberano del país, el todopoderoso Public Investment Fund (PIF), obedecen a una ambiciosa estrategia nacida en 2016, la llamada Visión 2030. Con ella, el Reino del Desierto inició la diversificación de su economía para reducir su dependencia del petróleo, tradicionalmente la fuente de ingresos en la que ha cimentado su progreso, y su objetivo final es aumentar la contribución del sector privado al PIB saudí del 40% al 65% para finales de la década.
La lista de compañías internacionales, sobre todo estadounidenses, que desde entonces han visto como de la noche a la mañana entraba en su capital el vehículo presidido por el controvertido príncipe heredero Mohamed bin Salmán, desde finales de septiembre también primer ministro saudí, es muy extensa. En ella hay nombres como el fabricante de coches eléctricos californiano Lucid Motors, una de sus principales posiciones; el equipo británico de fútbol Newcastle; los gigantes de los videojuegos Electronic Arts y Activision Blizzard; y otras que no necesitan presentación como Uber, Meta, Microsoft, Starbucks o Booking.
En su informe anual, el fondo afirma contar con 556.770 millones de euros en activos bajo gestión. Y esa cantidad no deja de crecer: en el último año ha aumentado un 10%, con 25 nuevas empresas incorporadas. Pese a su aterrizaje masivo fuera de las fronteras saudíes, sus inversiones en el extranjero representan todavía una parte minoritaria de su cartera, del 23% del total. En el documento, el PIB destaca que sus participaciones “incluyen sectores de alta tecnología y alto crecimiento, como los videojuegos y las industrias creativas en general, así como empresas e iniciativas ligadas a las industrias de viajes y turismo, en rápida expansión”.
Es difícil encontrar una firma relevante de Arabia Saudí donde no esté presente el PIF. Aramco, la gran petrolera nacional, propiedad del Estado, y una de las mayores empresas del mundo, es un ejemplo de ello: este abril, el fondo soberano duplicó su participación hasta el 8% de su capital. En el caso de Saudi Telecom (STC), ahora en el punto de mira en España por la adquisición del 9,9% del capital de Telefónica, el PIF posee una participación mayoritaria del 64%.
La evolución en Bolsa de STC, que entre otras cosas comercializa paquetes de internet y televisión, y vende teléfonos móviles, ha sido positiva en el último lustro. En ese periodo acumula una revalorización del 19,50% en un entorno de fuertes retrocesos de las grandes operadoras occidentales, como Vodafone, Orange, BT y la propia Telefónica. Eso ha allanado el camino para que sus pares árabes se lancen a la caza de oportunidades a un precio reducido. Primero fue la emiratí Etisalat al comprar el 9,8% de Vodafone por 4.220 millones en mayo de 2022 —desde entonces las acciones de la británica han caído casi un 40%—. Y un año después STC ha replicado ese movimiento en Telefónica.
Eso no implica que todas las apuestas de Arabia Saudí en empresas occidentales estén siendo éxitos rotundos. El fabricante de vehículos eléctricos de lujo Lucid Motors, en la que algunos vieron como un futuro rival para la Tesla de Elon Musk, está decepcionando con sus datos de reservas y ventas, lo que se ha traducido en un descenso en Bolsa del 60% en el último año. Tampoco está yendo bien otra de sus posiciones, el Saudi National Bank, que dilapidó más de 1.000 millones de euros en solo cinco meses en su ruinosa compra de acciones del banco suizo Credit Suisse, un gigante en horas bajas al que esperaban contribuir a resucitar para rentabilizar así su compra, pero que finalmente fue absorbido por su rival UBS a precio de saldo en medio de una retirada masiva de fondos de sus clientes.
Un mar de liquidez
Ambos contratiempos, y algunos otros, son, sin embargo, gotas de agua en el océano de liquidez en que nada el fondo soberano. En tiempos de reconversión hacia las energías renovables, hubo quien pensó que el negocio del petróleo se encaminaba hacia una lenta decadencia, pero la salida de la pandemia, con su auge de la demanda, volvió a catapultar los precios del crudo en los mercados internacionales, y Arabia Saudí se erigió en una de las ganadoras de la elevada inflación que asfixia a los hogares occidentales. Según el Fondo Monetario Internacional, en 2022 fue la economía de más rápido crecimiento del G-20, con un avance del 8,7%, “lo que refleja tanto una fuerte producción de petróleo como un crecimiento del PIB no petrolero del 4,8% impulsado por un consumo privado robusto y una inversión privada no petrolera, incluidos megaproyectos”.
Este año el llamado oro negro dio un respiro durante varios meses, pero los sucesivos recortes de producción anunciados por Arabia Saudí y Rusia han sacado oferta del mercado y elevado los precios a máximos anuales por encima de los 90 dólares el barril. De nuevo, la amenaza inflacionista crece en los surtidores, y regresan las enormes transferencias de recursos de los consumidores de los países importadores hacia los exportadores. O lo que es lo mismo, los conductores, la industria y todos los sectores necesitados de petróleo o sus derivados alimentan la riqueza con la que Arabia Saudí luego compra las empresas y clubes deportivos de sus países.
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