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ENERGÍA
Tribuna
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La energía fotovoltaica: un cisne verde para la economía española

Nuestro país afronta, por primera vez, una revolución industrial con una ventaja competitiva en el precio de la energía eléctrica

La planta fotovoltaica Olivares, en Jaén, en mayo.
La planta fotovoltaica Olivares, en Jaén, en mayo.

Hace unas semanas se puso la primera piedra de un proyecto que puede llegar a ser emblemático de lo que puede llegar a ser la energía fotovoltaica para nuestro país. Una fábrica de diamantes artificiales en el pueblo cacereño de Trujillo que puede llegar a generar empleo para 1.000 personas, cuya razón primordial de su instalación en España es el poder disponer, a través de una planta solar en régimen de autoconsumo, de una energía eléctrica de precio competitivo.

En los últimos años se ha hecho desafortunadamente popular el concepto del “cisne negro” de Nassim Taleb. Un cisne negro sería un fenómeno negativo, inesperado y de consecuencias sistémicas, como el covid-19 o la invasión rusa de Ucrania y sus repercusiones en la economía mundial.

Frente a este concepto tenemos el de “cisne verde” de John Elkington: oportunidades inesperadas, que generan efectos exponenciales que antes de ellas se consideraban improbables, genera resiliencia y efectos positivos que se extienden a las próximas generaciones. A diferencia de los cisnes negros, en los cisnes verdes, según Elkington, el papel de los responsables políticos en generar las condiciones adecuadas de mercado, regulatorias y de gobernanza es clave para poder aprovechar la oportunidad que se abre.

La energía fotovoltaica plantea a nuestro país la posibilidad de ser nuestro cisne verde, transformando un problema ambiental en una fuente de mejora de nuestras condiciones socioeconómicas. Particularmente en la España rural.

La tecnología fotovoltaica es una tecnología simple y sencilla, al alcance de todos los países en igualdad de condiciones. La diferencia en el precio producido por kilovatio hora (KWh) la generan dos factores: las horas de sol y la disponibilidad de territorio para poder aprovechar las economías de escala. De ambas condiciones, España es el país europeo mejor posicionado. Para hacernos una idea, pensemos que en Alemania la media de horas de funcionamiento de una planta está por debajo de las 1.000 horas, mientras que en España están en las 1.900. Eso implica que deberíamos ser capaces de producir la energía eléctrica a la mitad de precio.

El mundo está abordando su cuarta revolución industrial, basada, según la definición del Foro Económico Mundial, en una fusión de tecnologías con fronteras difuminadas entre lo físico, lo digital y lo biológico.

Por primera vez nuestro país afronta una revolución industrial con una ventaja competitiva en el precio de la energía eléctrica. Ventaja que nos debe de hacer que empecemos a hablar más frecuentemente de nuevas localizaciones industriales que de deslocalizaciones especialmente en los casos de aplicaciones industriales electrointensivas.

Pero este proceso no está exento de desafíos para que podamos aprovecharlo adecuadamente. Por razones de equilibrio territorial y de justicia estas inversiones deberían priorizar aquellas regiones de nuestro territorio en las cuales se están llevando a cabo más proyectos de energía solar y que en general coinciden con la España rural. Tenemos que conseguir que regiones que hasta ahora han sido fuente de emigración se conviertan en destino de inmigración.

Tampoco se debe perder la importante aceptación social con la que ha contado hasta ahora nuestra tecnología. Para ello es la fundamental la responsabilidad en los comportamientos tanto de las empresas como de los responsables políticos, actores sociales y medios de comunicación. Los posicionamientos neonegacionistas no pueden poner en riesgo de forma injustificada esta oportunidad. Y se debe, también, contar con sistemas de fijación de precios para la energía producida que a la vez que permitan a los consumidores industriales beneficiarse de la competitividad de la energía solar den una señal de precio suficiente para incentivar las inversiones.

Para poder desarrollar al máximo este potencial tenemos que incrementar la electrificación y regular adecuadamente y cuanto antes el almacenamiento y la producción de hidrógeno, así como unas tramitaciones administrativas ágiles que faciliten la implantación de estas nuevas empresas. Por último, se debe revisar de forma realista el Plan Nacional de Energía y Clima (PNIEC) de acuerdo a este nuevo escenario, elevando el objetivo a una horquilla de entre 55 y 65 gigavatios (GW) al año 2030.

Además de producir una industrialización indirecta a través de la atracción de nuevas inversiones, tenemos que promover también una industrialización directa de la cadena de valor fotovoltaica. Los cisnes negros que comentaba al principio nos han demostrado que las distopías existen y se pueden repetir. La consolidación de las energías renovables como fuente primordial de producción de energía eléctrica hacen que el concepto de geoestrategia energética por el de tecnoestrategia energética. Y no es lo importante controlar determinadas zonas del mundo por su capacidad de producir petróleo o carbón, lo importante es controlar la tecnología que nos permite aprovechar el sol o el viento que es común en todos los países.

En España tenemos una cadena de valor capaz de producir un 65% del coste de producción de una planta fotovoltaica. Pero el 35% restantes son los paneles, de los cuales tenemos una fuerte dependencia de Asia. Tenemos el reto de tener la capacidad de fabricar en España en condiciones de competitividad el total de la cadena de valor. Igual que anteriormente hablábamos del concepto de reserva estratégica de petróleo, ahora tenemos que hablar de reserva estratégica tecnológica.

Este cisne verde nos pone por delante una oportunidad histórica. Vamos a aprovecharla.

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