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El Gobierno apunta a 2030 para la entrada en servicio del gasoducto entre Barcelona y Marsella

España aspira a empezar a exportar hidrógeno verde al resto de la Unión Europea a partir de ese año

Ignacio Fariza
puerto de Barcelona
Vista de la regasificadora de Enagás en el puerto de Barcelona, desde donde partirá el gasoducto a Marsella.Albert Garcia

Siete años. El Gobierno español cree que habrá que esperar hasta 2030 para la entrada en funcionamiento del gasoducto entre Barcelona y Marsella. Con este calendario en la mano, la obra —de más de 300 kilómetros de trazado y sobre la que París, Madrid y Lisboa develarán todos los detalles en la cumbre Euromediterránea del viernes que viene— se antoja como una vía fundamental para la exportación de hidrógeno verde, pero no podrá solucionar el problema más inmediato: la crisis energética que asola Europa. Hasta que el BarMar —o H2Med, como se ha rebautizado en las últimas semanas— no entre en servicio, seguirá siendo muy difícil que la enorme capacidad española de regasificación pueda ayudar a aliviar el ingente apetito del norte del continente.

“La fecha de 2030 está basada en la experiencia con otros proyectos de interés comunitario (PCI, por sus siglas en inglés) en el pasado”, explican fuentes del Ministerio para la Transición Española y el Reto Demográfico. “La realidad es que los procesos europeos de tramitación pueden tardar entre uno y dos años, más otro año hasta que todos los países [de la Unión] dan su visto bueno y otros cuatro o cinco de construcción”, detallan. El plazo es notablemente más largo de lo que habría sido de haber seguido adelante con el MidCat, el proyecto original de gasoducto por debajo de los Pirineos, defenestrado por la firme oposición francesa.

El último precedente de gran gasoducto submarino es el Nord Stream 2, una infraestructura sentenciada antes siquiera de entrar en funcionamiento. Y, a la vista de los plazos que se manejaron entonces, “es bastante improbable que [el BarMar] pueda estar en un plazo menor. Esas son nuestras estimaciones técnicas”, refrendan las fuentes consultadas. El horizonte temporal, no obstante, es “orientativo” y se podría modificar al alza o a la baja en función de cuánto aceleren las autoridades comunitarias o de otros factores, “como la disponibilidad de materiales”.

El plan de los países implicados y de las autoridades europeas es que, hasta que el hidrógeno verde sea una realidad tangible en todo el continente, el ducto entre Barcelona y Marsella se utilice para trasladar gas fósil. En un plazo más largo, sin embargo, el proyecto pasa por que sea el hidrógeno verde el que fluya. “Transportará un 10% del objetivo de 20 toneladas que la UE prevé consumir en 2030. Creemos que es objetivo factible”, deslizan desde el departamento que dirige Teresa Ribera.

El hidrógeno verde, competitivo en menos de una década

La mayoría de proyecciones sobre el hidrógeno verde en España contemplan que, en una primera fase —de aquí a 2030, el mismo año en el que se prevé la inauguración del BarMar—, la producción interna se dedique casi íntegramente a cubrir el medio millón de toneladas de consumo nacional, especialmente intensivo en industria y refinerías. A partir de entonces es cuando la península Ibérica tiene una oportunidad de oro para exportar este vector energético al resto de la UE.

La revisión al alza de los objetivos europeos ha llevado a España a elevar también sus propias metas. “Queremos convertirnos en un gran suministrador de hidrógeno barato del resto de la UE, que ya prevé tener que importar de fuera del bloque. Nuestro objetivo es poder aportar una parte importante del hidrógeno que necesita Europa, que no todo tenga que venir de fuera”, agregan desde el ministerio. “Hay que evitar repetir los errores del pasado, con dependencias como las que hemos visto en los últimos años”.

El año 2030 es, también, la fecha marcada en rojo por el Ejecutivo para que el hidrógeno sea totalmente competitivo en precio con el gris, el producido con combustibles fósiles. “El gas natural ha subido tanto que, poco a poco, ha convertido al hidrógeno verde en competitivo”, explican. A partir de entonces, será incluso más barato que la alternativa sucia. Este combustible —o sus derivados, como el metanol o el amoniaco— constituye la alternativa más lógica para descarbonizar los sectores en los que la electrificación no es la solución más eficiente a corto plazo. Entre ellos, el transporte de mercancías por mar o por tierra.

Con unos vastísimos recursos de energía renovable —sobre todo, de solar fotovoltaica—, España parte con varios cuerpos de ventaja en la carrera global del hidrógeno. Al ser un país mayoritariamente seco, sin embargo, hay un pero: el agua. “Las necesidades hídricas son evidentes, pero cada kilo producido con hidrógeno gris requiere mucha más agua que el verde”, argumentan desde el Ministerio. La desalinización, un proceso también muy intensivo en energía, es una alternativa factible: “Es cierto que añade un coste, pero este es ridículo en comparación con el del electrolizador [el aparato] que permite”. Para mediados de siglo, el Gobierno calcula que las necesidades de agua serán más de 100 veces superiores para agricultura y ganadería que para la producción de hidrógeno verde.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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