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El corte de gas ruso aboca a Europa al carbón

La reducción en dos tercios de las llegadas de gas desde Rusia fuerza a países como Alemania, Holanda o Austria a recurrir a la fuente de energía más contaminante

Varios tubos del gasoducto Nord Stream 1, en Lubmin (Alemania), en marzo pasado.
Varios tubos del gasoducto Nord Stream 1, en Lubmin (Alemania), en marzo pasado.HANNIBAL HANSCHKE (REUTERS)

El invierno europeo ha empezado a torcerse en los primeros compases del verano. El drástico descenso en los envíos de gas ruso ha avivado el temor, a lo largo y ancho del continente, a una temporada de frío sin suministro suficiente para hacer frente a una demanda que no termina de responder a los reiterados llamamientos a la contención. Si hasta hace poco el debate era si los Veintisiete se atreverían a cortar amarras con el gas ruso para dejar de financiar la guerra, en cuestión de días el plano ha girado por completo: es el Kremlin quien ha precipitado todo, recortando en dos terceras partes sus exportaciones gasistas a sus vecinos del oeste. Y ha abocado a varias grandes economías europeas a volver sus ojos sobre el carbón.

Año atras año, los Veintisiete se aplican la moraleja de la cigarra y la hormiga: aprovechan la temporada de menor consumo (el final de la primavera y el verano) para llenar al máximo los depósitos y así pasar con cierta holgura las estrecheces propias de los meses en los que las calefacciones funcionan a pleno rendimiento y el uso de gas para generar electricidad también se dispara. Este 2022, la política de llenado exprés de depósitos para cumplir con el umbral de Bruselas (80% en noviembre) tenía más sentido que nunca: predecir el próximo movimiento de Moscú en el tablero energético es imposible. Pero Rusia ha pasado al ataque antes de lo esperado, cerrando el grifo anticipadamente y poniendo a los mayores países de la UE en un brete: quemar más carbón o aplicar un racionamiento severo de energía de durísimas consecuencias económicas.

Todos los mensajes que emanan de los mayores países del bloque en las últimas semanas van en la misma dirección: abróchense los cinturones. Alemania ha subido un escalón en su escala de alerta. Desde Berlín y también desde Holanda, Italia y Austria han advertido de que tendrán que utilizar más carbón —de largo la fuente de energía más contaminante— para ahorrar gas. Una situación que se ve empeorada por la inactividad de buena parte del otrora poderoso parque nuclear francés, que está forzando a sus vecinos (Alemania, España e Italia, fundamentalmente) a aumentar su generación eléctrica para abastecer al segundo país más poblado del euro.

“No debemos engañarnos: el corte en el suministro de gas es un ataque económico de [Vladímir] Putin contra nosotros”, aseguraba esta semana el ministro alemán de Economía y Clima, el verde Robert Habeck, al elevar a la segunda fase —de tres— el nivel de alerta en previsión de un racionamiento del gas. Berlín tiene claro que las explicaciones técnicas que ha dado Moscú para explicar el cierre parcial del Nord Stream 1, el principal tubo por el que el gas ruso llega a la UE, no son más que una excusa: “Es evidente que se trata de una estrategia para desestabilizar y elevar los precios”.

“Este año, las empresas energéticas europeas han hecho un esfuerzo extra para reconstruir sus inventarios. Y había ido bien, gracias a las importaciones récord de gas natural licuado (GNL, en la jerga del sector, el que llega por barco)”, expone Henning Gloystein, máximo responsable de temas energéticos en la consultora Eurasia, en un reciente análisis para clientes. Las cifras respaldan su argumento: los depósitos de gas están hoy al 55% en la UE, diez puntos más que hace un año. Sin embargo, a medida que en los últimos días Rusia iba restringiendo los envíos —esgrimiendo motivos técnicos que pocos creen—, el ritmo de llenado se ha frenado en seco, complicando cada vez más la meta comunitaria del 80%.

Si y solo sí el mercado de GNL opera sin grandes sobresaltos en lo que queda de 2022, dice Gloystein, la UE podría esquivar un racionamiento en invierno. Incluso si Rusia sigue cerrando el grifo. “De lo contrario, si se producen más disrupciones en los envíos procedentes de otros países [al margen de Rusia], habrá que reducir la demanda el próximo invierno”, avisa el analista de Eurasia.

Ese escenario, el de casi total dependencia del GNL, sería especialmente arriesgado. Así lo demuestra, por ejemplo, la reciente explosión en la planta texana de Freeport —clave para el trasiego de gas estadounidense a la UE—, que mermará sustancialmente los flujos trasatlánticos en los próximos meses, como recuerda la jefa de análisis del mercado de gas natural de Goldman Sachs, Samantha Dart. La alerta no es solo de suministro (lo que más preocupa en el norte), sino también de precios (lo que más preocupa en el sur): el banco de inversión estadounidense no ve tan lejano un precio del gas de más de 200 euros por megavatio hora en Europa, frente a los 130 euros actuales.

Aún más contundente se muestra Katja Yafimava, especialista en gas del Instituto de Estudios Energéticos de la Universidad de Oxford: “Si los depósitos no se han podido rellenar en invierno, el racionamiento de gas y los apagones son inevitables, con Alemania y buena parte de Europa Central viéndose particularmente golpeados. Incluso si se aplica el mecanismo de solidaridad”. En ese extremo de emergencia, tal como adelantó EL PAÍS, los países que, como España, disponen de fuentes alternativas de aprovisionamiento de gas, tendrían que compartir su combustible con los países afectados por el corte.

Hasta ahora, los envíos mensuales de gas ruso por tubo han pasado de 13 a 5 millardos de metros cúbicos (bcm, por sus siglas en inglés), un descenso que los países europeos han sido capaces de cubrir redireccionando flujos de GNL, apunta Thierry Bros, profesor de Sciences Po Paris. Si los flujos siguen bajando, en cambio, “no habrá más alternativa que el racionamiento el próximo invierno: las llegadas de GNL están cerca de su techo, tanto por la capacidad del propio mercado como por la de la infraestructura de regasificación”, agrega Bros. Si algo tiene claro es que el Kremlin mantendrá bajo mínimos los envíos en los próximos meses como principal arma en su permanente tira y afloja con los Veintisiete.

“Estamos ante una guerra económica”, añade Georg Zachmann, investigador del centro de estudios Bruegel en Berlín: “Es una partida de ajedrez en la que cada jugador busca optimizar sus jugadas: si Rusia corta el gas del todo, ya no tendrá ninguna ventaja sobre Europa. Ahora mismo, con dos tercios del volumen menos, está ganando el doble de dinero”, apunta en referencia a la brutal subida de precios, que se han quintuplicado en cuestión de meses. Putin, sin embargo, es imprevisible. Y hay que prepararse para el cierre total, lo que —asegura— dejaría al continente en una situación “muy precaria”: “Reducir un 20% el consumo en Europa es factible; el 50% sería muy doloroso”.

Alemania, el punto más crítico

El miedo a tener que parar la industria para dar prioridad a las infraestructuras críticas y los hogares atenaza a la mayor economía de la UE. Los economistas advierten de que una interrupción brusca del gas sumiría a Alemania en una recesión relativamente rápido. El país se prepara para consumir menos, con campañas oficiales que instan a darse duchas más cortas y a menos grados. El Gobierno del socialdemócrata Olaf Scholz ya estaba dispuesto a desengancharse del gas ruso antes de los recortes, pero confiaba en el margen de encarar el invierno con los depósitos llenos. Aunque tampoco eso es la panacea. Si el grifo ruso se cerrara, con el almacenamiento al 100% el país aguantaría dos meses y medio antes de ver de nuevo los tanques vacíos, reconoció Klaus Müller, el funcionario que dirige la Agencia Federal de Redes.

Vista de la central de carbón de Boxberg, en Alemania.
Vista de la central de carbón de Boxberg, en Alemania.MATTHIAS RIETSCHEL (REUTERS)

El próximo momento crítico se vivirá el próximo 11 de julio, cuando toca el mantenimiento anual del Nord Stream 1. Habitualmente, ese proceso dura unos diez días, pero el temor es que acabe por no reabrir. “Si eso ocurre, se tendría que empezar a quemar carbón, con el consecuente aumento de emisiones, y a racionar gas de forma casi inmediata para preservar un volumen mínimo para el invierno”, apunta Gonzalo Escribano, director del programa de Energía y Clima del Real Instituto Elcano. Gazprom ha parado esta semana, alegando también trabajos de mantenimiento, el TurkStream, el gasoducto que transporta gas por el lecho de mar Negro y a través de Turquía hasta países como Bulgaria, Grecia, Rumania y Hungría. Está previsto que vuelva a funcionar el día 29, pero la parada añade tensión a la guerra europea del gas.

Quemar más carbón —más del que ya quema Alemania: junto con Polonia, el país de la UE que más sigue dependiendo de esta fuente de energía— sería muy traumático para el Gobierno de coalición, que incluye a los ecologistas y que hace poco más de seis meses pactó abandonar su uso antes de 2030. Ha sido precisamente un ministro de Los Verdes el encargado de anunciar la dolorosa medida, que pone en riesgo el cumplimiento de los compromisos climáticos del país. Austria y Holanda también recurrirán a ese combustible fósil para producir electricidad si deja de llegar el gas, lo que aumentará sus emisiones de gases de efecto invernadero. Las renovables son la única alternativa de futuro, pero a corto plazo esta parece la única vía para salir del atolladero.

Berlín consiguió reducir su dependencia del gas ruso del 55% de antes de la guerra al 35% en menos de dos meses, pero el órdago de Moscú le ha pillado en plenos esfuerzos para conseguir proveedores alternativos y, sobre todo, construir regasificadoras para poder recibir gas natural licuado por barco. Alemania carece de estas instalaciones porque los Gobiernos de las últimas dos décadas lo fiaron todo al gas barato de Moscú y no construyeron infraestructuras alternativas a los gasoductos de Gazprom. Dar todavía más cancha a las centrales térmicas de carbón es un trago “amargo, pero imprescindible”, dijo un cariacontecido Habeck cuando anunció que la prioridad es ahora usar el gas que llega para llenar los depósitos. Alemania ya venía quemando más carbón del que le gustaría: en 2021 produjo un 30% de la electricidad así, frente al 24,9% del año anterior.

Para Austria la decisión de poner en suspenso la transición a la energía verde es todavía más controvertida porque el país había conseguido decir adiós a la generación de electricidad con carbón y convertirse en un modelo para sus vecinos europeos. En 2020 cerró la última planta, dentro de su plan para producir electricidad enteramente a partir de renovables en 2030. Ahora las maniobras de Putin —Gazprom ha reducido sus envíos al 40%— le obligan a dar marcha atrás: el Gobierno se prepara para reabrir la central de carbón de Mellach, a unos 200 kilómetros al sur de Viena. Desde su cierre, la energética Verbund la había reconvertido en un centro de investigación sobre el hidrógeno y el almacenamiento en baterías a gran escala.

El regreso a la era del carbón también es un trago amargo para Holanda, que tiene sus propias reservas de gas en Groningen, en el noroeste del país, pero prefiere explotarlas al mínimo porque la extracción genera actividad sísmica. Aunque la dependencia del gas ruso es mucho menor que en Alemania y Austria, de un 15%, el Gobierno holandés ha decidido aumentar la capacidad de producción de sus centrales eléctricas de carbón para reducir el uso de gas natural. Las plantas operaban hasta ahora con capacidad limitada para reducir en lo posible las emisiones de gases de efecto invernadero. Amsterdam se había marcado el mismo objetivo que Berlín: clausurar todas sus centrales de carbón en 2030.

“Europa tiene que estar lista para un corte total en el suministro ruso de gas”, alertaba este miércoles el director de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), Fatih Birol, en el Financial Times. “Los recortes [en el suministro ruso de gas] buscan evitar que Europa se aprovisione”, agregaba al tiempo que pronosticaba “más medidas y más profundas” para contener la demanda “a medida que se acerque el invierno”. A pesar de los reiterados avisos de las autoridades nacionales y comunitarias para tratar de reducir el consumo de gas y carburantes, por ahora la demanda no ha respondido a esas plegarias. Ahora, es un imperativo. “Si no lo hacemos por las buenas, lo haremos por las malas, con racionamientos”, expone Escribano. “Lo malo es que solo estamos al principio: lo peor está por venir”.

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