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El Gobierno eleva a más de 12.000 millones el PERTE de los semiconductores

El Ejecutivo ha aprobado este martes el proyecto, con el que pretende convertir a España en eje de las inversiones en chips gracias a los fondos comunitarios

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al consejero delegado de Intel, Pat Gelsinger, con el que se ha reunido este martes en el Foro Económico Mundial en Davos.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto al consejero delegado de Intel, Pat Gelsinger, con el que se ha reunido este martes en el Foro Económico Mundial en Davos.Moncloa/Fernando Calvo (Moncloa/EFE)
Álvaro Sánchez

El Gobierno ha dado este martes un paso hacia la vieja aspiración de reindustrializar España y reducir así la dependencia económica del turismo. El Consejo de Ministros ha aprobado el nuevo Proyecto Estratégico para la Recuperación y Transformación Económica (PERTE) sobre microchips y semiconductores, que estará dotado finalmente con hasta 12.250 millones de euros de inversión pública hasta 2027 —gracias al impulso de los fondos europeos—, 1.250 millones más de los previstos inicialmente. Eso lo convierte en el mayor de los 11 PERTES contemplados, una muestra de la importancia que concede el Gobierno a esta agenda, símbolo de los problemas de Europa para proveerse ante los problemas de las cadenas de suministro durante la pandemia.

La vicepresidenta primera, Nadia Calviño, que ha presidido el Consejo de Ministros, lo ha calificado como el proyecto más ambicioso del plan de recuperación “por su cuantía, por su impacto transformador y por su contribución a la autonomía estratégica de España y la Unión Europea”. La iniciativa cuenta con cuatro ejes: reforzar la capacidad científica, la de diseño, la de la industria de las tecnologías de la información y la comunicación, y la más importante, la de construir plantas de fabricación de semiconductores de un tamaño superior e inferior a cinco nanómetros. Un comisionado especial liderado por el experto en microelectrónica y telecomunicaciones Jaime Martorell Suárez comandará el proyecto.

El movimiento pretende convertir a España en motor de uno de los grandes propósitos de la Comisión Europea: alcanzar en 2030 el 20% de la cuota mundial de fabricación de microprocesadores —actualmente ronda el 10%— gracias a un desembolso conjunto de 43.000 millones de euros. Pese a las enormes cantidades comprometidas, el objetivo no es nada sencillo. Primero porque se trata de una de las industrias más complejas tecnológicamente, y no se levanta de la noche a la mañana. Solo poner en marcha una fábrica puede llevar entre dos y cuatro años, y suponer un importante gasto, por lo que son casi inviables sin la colaboración público-privada. Unas “barreras de entrada” en capital y sofisticación a las que ha hecho alusión Calviño.

La ministra Portavoz, Isabel Rodríguez; la ministra de Hacienda y Función Pública, María Jesús Montero y la vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital, Nadia Calviño, tras la reunión del Consejo de Ministros.
La ministra Portavoz, Isabel Rodríguez; la ministra de Hacienda y Función Pública, María Jesús Montero y la vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos y Transformación Digital, Nadia Calviño, tras la reunión del Consejo de Ministros.Eduardo Parra (Europa Press)

Y segundo, porque no solo Europa se ha dado cuenta de su relevancia para la autonomía estratégica. EE UU calcula que su cuota de producción ha caído del 37% al 12% en los últimos 30 años, y se ha propuesto recuperar el espacio perdido: cuenta con un plan de 52.000 millones de dólares en inversiones públicas, y las empresas han comprometido ya otros 80.000 millones hasta 2025, entre ellos 20.000 millones para una planta de Intel en Ohio, la joya de la corona. China está en la misma carrera, y algunas de sus principales tecnológicas, como Baidu y Alibaba, han lanzado sus propios modelos de chip.

La competencia por esas inversiones amenaza con ser áspera. Mientras en Madrid los ministros daban luz verde al plan, en la ciudad suiza de Davos, el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se reúne este martes con los máximos representantes de cuatro empresas clave del sector —las estadounidenses Intel, Micron, Cisco y Qualcomm—, y esta noche asiste a un acto organizado por esta última, una de las proveedoras de Apple.

Su intención es vender España como destino ideal donde asentar sus plantas de producción, como parte de los esfuerzos europeos por romper la actual dependencia de las situadas sobre todo en Taiwán y Corea del Sur, las dos grandes potencias del sector gracias a los gigantes TSMC y Samsung. “Queremos convertirnos en el mejor socio de la industria y de sus esfuerzos por ampliar y diversificar la fabricación de microchips para hacer frente a la creciente demanda y las interrupciones de la cadena de suministros. España no va a perder la carrera hacia las tecnologías más avanzadas”, ha afirmado Sánchez durante su intervención en el Foro Económico Mundial.

Las etapas de la concepción de los semiconductores son muchas, dado que la cadena de suministro es extensa. Incluye procesos de diseño, fabricación, ensamblaje, empaquetado y ensayos en los que se cruzan fronteras una y otra vez hasta llegar a las empresas que los integran en sus productos y los ponen a la venta finalmente al consumidor. Calviño ha concretado que el objetivo es abarcar toda la cadena de valor, desde el diseño a la producción. En 2021, las ventas de semiconductores movieron en todo el mundo 555.900 millones de dólares (517.900 millones de euros), un 26,2% más, según la Asociación de la Industria de Semiconductores (SIA). Y sus previsiones para 2022 auguran un crecimiento del 8,8%.

Una crisis de suministro global

La pandemia ha alterado el paradigma, prácticamente inamovible en las últimas décadas, de que la globalización y sus cadenas de suministro bastaban para proveer de recursos a todo el planeta de forma segura, rápida y barata. Términos como desglobalización y relocalización han entrado con fuerza en el vocabulario de políticos y expertos, más conscientes ahora de que ceder soberanía tecnológica a cambio de un producto más asequible puede salir caro a la larga.

La falta de semiconductores derivada de los cierres de fábricas en Asia por la pandemia, y sobre todo de la alta demanda de dispositivos electrónicos por el teletrabajo, ha provocado parones en las fábricas de automóviles españolas, escasez de productos como videoconsolas o electrodomésticos, y ha destruido empleo y crecimiento. En Europa, el retraso en la producción se cuenta en cientos de miles de vehículos, lo que ha propiciado largas esperas por parte de los usuarios, o que estos se decanten por coches de segunda mano, que además son más contaminantes que los nuevos. En EE UU, ese mismo problema ha disparado los precios de los coches usados.

Es cierto que el automóvil, con la irrupción de los modelos eléctricos y autónomos, necesitan de cada vez más semiconductores, pero esta industria es solo una de las muchas que los emplean: teléfonos móviles, ordenadores, videojuegos, equipos médicos, aspiradoras, neveras o lavadoras, entre otros muchos, se valen de estos minúsculos componentes inteligentes para funcionar. “Raro es el utensilio de nuestra vida cotidiana que no tiene dentro un chip”, ha señalado Calviño. De hecho, los que se utilizan en la automoción están entre los menos sofisticados, porque no se necesitan tamaños tan pequeños, lo que ha facilitado que haya algunas empresas europeas que sí sean capaces de fabricarlos. En otros ámbitos, como los móviles y ordenadores, sin embargo, hay una feroz competencia que se mide en nanómetros: las grandes compañías libran una batalla continua por la innovación que gana quien es capaz de reducir el tamaño del chip, cuyo techo ronda ahora los tres nanómetros, aunque con medidas aún menores en el horizonte.

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Sobre la firma

Álvaro Sánchez
Redactor de Economía. Ha sido corresponsal de EL PAÍS en Bruselas y colaborador de la Cadena SER en la capital comunitaria. Antes pasó por el diario mexicano El Mundo y medios locales como el Diario de Cádiz. Es licenciado en Periodismo por la Universidad de Sevilla y Máster de periodismo de EL PAÍS.

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