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Reportaje:LIBROS | PREMIO CERVANTES

Universo Matute

Ana María Matute fue una niña. Nacida en Barcelona en 1925, en una familia acomodada, de padre catalán y de madre castellana. A los cinco años sufrió una infección de riñón y a los ocho, otra grave enfermedad hizo que sus padres la enviaran a Mansilla de la Sierra, en La Rioja, donde la familia de su madre tenía una finca.

Tenía 11 años cuando empezó la Guerra Civil. Su infancia no fue feliz. Tímida, rebelde, solitaria, incomprendida, falta del cariño materno. Le gustaba esconderse en los armarios y no le importaba que la castigaran al cuarto oscuro. Allí empezó a crear sus mundos imaginarios y mágicos. A los cinco años escribió y dibujó su primer cuento, y siguió. Estos relatos están reunidos en Cuentos de infancia. A los 10, se inventó una revista, Shibyl.

Es habilidosa y ha construido sus propios teatros. Nunca ha jugado a muñecas, pero ha conservado toda la vida un muñeco negro, Gorogó, que le regaló su padre y al que le contaba las injusticias que veía. Aparece en Primera memoria, con Paraíso inhabitado, su novela más autobiográfica. Es una narradora oral excepcional. Odia las historias políticamente correctas de la factoría Disney.

De sus veranos en Mansilla de la Sierra, obtuvo una doble experiencia. El amor por la naturaleza, por los bosques, en los que vagaba trepando árboles y descubriendo sus misteriosos sonidos. Y el revés de la medalla: hombres y mujeres duros, niños hoscos, callados, sin infancia, trabajando en la tierra. La antigua Mansilla, desparecida bajo las aguas de un pantano, que ella denomina Artámila, aparece en varias de sus obras, como Fiesta al Noroeste, Los hijos muertos o el libro de relatos Historias de la Artámila.

Escribió Pequeño teatro a los 17 años. Cuando tenía 19, la llevó temblando como un flan a Destino, pero la novela ganó el Premio Planeta en 1954. En Destino apareció su primer cuento, El niño de al lado, en mayo de 1947. Al año siguiente, quedó finalista del Premio Nadal con Los Abel.

Ana María Matute, que ha sabido mezclar como nadie la realidad más cotidiana con lo mágico, es una escritora única, no se parece a nadie. Para ella, la literatura es una manera de ser y en ella recrea los temas que la obsesionan: la guerra y la posguerra, la infancia, la incomunicación, la injusticia, el mundo hostil, la naturaleza y el bosque.

Ilustración de Martin Elfman.
Ilustración de Martin Elfman.

1. LA GUERRA CIVIL / Años de desolación

La guerra y la posguerra cambiaron la vida de Ana María Matute. "Nadie me había dicho que la vida era así". Abordó el tema, que a menudo se cruza con el de la infancia derrotada en su obra, en varias de sus novelas. Son la historia de la desolación.

Conmueven Los hijos muertos (1958) y Primera memoria (1959), Premio Nadal y primera novela de su trilogía denominada Los mercaderes, continuada con Los soldados lloran de noche y La trampa.

En Los hijos muertos, Matute habla de clases sociales y de lucha fratricida entre dos Españas. Daniel pertenece a la clase dominante, pero se une a la desfavorecida por sus ideas, lo que le llevará al destierro, la enfermedad y el más completo desaliento. Miguel, hijo de un anarquista, también regresará a su ciudad donde no tendrá más salida que la delincuencia.

En esta novela de largo aliento, poético, retrata a personajes colectivos: los niños, las mujeres y los hombres que luchan por sobrevivir. La injusticia y el odio. Lo peor es el futuro: la pérdida progresiva de valores tanto entre los hijos de los vencedores como de los vencidos.

Una de las mejores novelas de la escritora es Primera memoria. En una isla, presumiblemente Mallorca, la guerra es algo lejano y próximo a la vez. Vive en una paz hipócrita, pero están los rencores soterrados, la violencia.

La primera incursión publicada de Matute en esos años desgarradores es Los Abel (1948), una novela de juventud en la que a partir de una historia bíblica, refleja la atmosfera de la posguerra.

En Luciérnagas (1949), la Guerra Civil no es el argumento principal, pero ahí está. Fue prohibida por la censura. En 1955, la revisó y se publicó con el título de En esta tierra, pero en 1993, recuperó la versión original.

2. LA INFANCIA / Pérdida de la inocencia

Ana María Matute es quien mejor ha escrito sobre la infancia, la infancia como irreparable pérdida de la inocencia, la adolescencia y la entrada en la madurez, a menudo dolorosa. El mundo de los niños frente al de los gigantes (adultos). Es en buena parte una crítica a la educación en la época de su niñez.

"Te domaremos", dice la imponente abuela, en Primera memoria, a Matia, de 12 años, cuando esta llega a la isla. Su madre murió cuando ella tenía nueve. Su padre desapareció. Traída y llevada, sumida en la tristeza y el desamor, lo primero que aprende es a no llorar. Su primo Borja, débil, soberbio y cruel, le enseña, con el aplauso de los gigantes, lo que es la traición, a costa del muchacho más bondadoso. "El saber la oscura vida de las personas mayores, a las que sin ninguna duda pertenecía ya, me hirió y sentí dolor físico", dice la niña. Volvemos a encontrar a Matia en La trampa, vencida y descorazonada. Ha sufrido en carne y hueso la experiencia de un matrimonio desafortunado.

La infancia, la iniciación, el descubrimiento del amor atraviesan toda la obra de Matute, desde las novelas sobre la guerra a las de su saga medieval. Vemos en La torre vigía (1971), ambientada en la Alta Edad Media, al muchacho que a los siete años es apartado de su madre, que debe crecer prácticamente solo, pasando hambre y frío, hasta convertirse en caballero al servicio del barón Mohl. O a Aranmanoth (Aranmanoth, 2000), hijo del señor de Lines y de la más pequeña de las hadas del agua, mitad humano mitad mágico, que recorrerá hasta la muerte el camino de la diferencia, la amistad y el amor.

Ana María Matute es una fabuladora impresionante, una contadora de historias, y su castellano es tan transparente que reconforta.

3. LA INCOMUNICACIÓN / Faltan las palabras

"Nací cuando mis padres ya no se querían". Así empieza Paraíso inhabitado (2008), una de las novelas de Ana María Matute que mejor expresan la incomunicación y la incomprensión. Adriana recuerda su infancia, un mundo gris y autoritario.

Creció en soledad, más cerca de la tata María y de la cocinera Isabel que de su familia. Se escondía en los armarios, debajo de las mesas. Creó un mundo propio frente al de los adultos (gigantes), en el que se inventó amigos, en el que podía ver al unicornio del tapiz corriendo por la casa o relucientes estrellas en las lágrimas de las lámparas. Solo tía Eduarda, independiente y fuerte, la comprendía.

Matute tardó ocho años en escribir esta novela. Para los lectores valió la pena: el realismo de la vida cotidiana junto a un mundo mágico; la indefensión de la infancia frente a los adultos; la consciencia de ser diferente; Gavi, el compañero de juegos y del descubrimiento del amor, rechazado por los gigantes, porque es hijo de una bailarina eslava a quien no aceptaban las mentes biempensantes...

El choque definitivo con los gigantes llega el primer día de escuela. Hay unanimidad, es una niña rara. Todo esto pasa en el Madrid de los años treinta cuando ya se nota el olor a pólvora. "Es un grito de pena por la falta de comunicación entre los seres humanos", definió la escritora.

Se podría decir que es una de las mejores novelas de Matute, en la que destaca una impresionante sobriedad estilística, pero tiene tantas que son buenas. Hay que leerlas.

En este mundo especial de Matute, hay una apuesta por los seres desprotegidos, por la fragilidad de los débiles que sucumben ante los más fuertes.

En Pequeño teatro, vemos también el desamparo, la soledad, los odios, la ambición, la crueldad, las mezquindades, a los seres humanos que sienten y sufren.

4. LA CRUELDAD / Un mundo hostil

En las novelas, pero sobre todo en los cuentos para niños y para adultos, describe Ana María Matute un mundo hostil, la crueldad, porque "el mundo es cruel", dice. No da concesiones, el edulcorado paisaje Disney nada tiene que ver con ella. Lo que cuenta es la realidad, a veces mezclada con magia.

Veamos algunas de sus historias. La de Yungo, el niño mudo de El saltamontes verde. Huérfano, sus padres se ahogaron en el río cuando empezaba el deshielo y el río se desbordó. Fue recogido por una granjera, pero los chicos de la granja no le querían, pensaban que era estúpido, solo porque había perdido la voz. Un día salvó a un saltamontes de las garras de los niños de la granja. Se hicieron amigos, juntos intentaron encontrar el Hermoso País, pero su liberación solo llegó con la muerte.

Jujú fue criado por tres tías solteronas, que lo encontraron en un capazo frente a la casa. En El polizón de Ulises (1965), el pequeño héroe, triste de soledad, se refugia en el desván, que convierte en su barco, el Ulises. Le acompañan la señorita Florentina (una paloma) y el contramaestre (un perro). Un día llega un polizón y ambos sueñan con la huida, otro de los temas favoritos de Matute.

Muchos de los protagonistas son chicos huérfanos o los que no quieren sus padres (sobre todo, sus madres), marginados, inocentes y asombrados, desplazados.

De sus cuentos, reunidos en La puerta de la Luna, editado por María de la Paz Ortuño, solo hace falta leer 'Los niños tontos' (1956) para comprender ese mundo de tristeza y desazón. 'La niña fea', de quienes se burlaban sus compañeros; 'El negrito de ojos azules', rechazado porque no lloraba; 'El hijo de la lavandera'... Ese mundo hostil en el que se margina a los débiles.

5. EL BOSQUE / Imaginación y fantasía

"EL MUNDO que me ha fascinado desde mi más tierna infancia, que desde niña me ha mantenido atrapada en sus redes: el bosque, que para mí es el mundo de la imaginación, de la fantasía, del ensueño, pero también el de la propia literatura", dijo Ana María Matute en su discurso de entrada en la Real Academia, en 1998. El bosque real y el creado por las palabras, misterioso, atractivo, terrorífico, lejano y próximo, oscuro y transparente.

El bosque es el lugar al que le gustaba escapar en la niñez y en la adolescencia, en Mansilla de la Sierra, Artámila en sus historias, y los cuentos que le contaban las niñeras y la soledad le hicieron posible recrear mundos fantásticos mediante la imaginación y la palabra.

Olvidado rey Gudú (1996), la novela con la que regresó tras 20 años de silencio, es el mejor ejemplo de esta fascinación, pero también lo es un cuento presuntamente incorrecto, El verdadero final de la Bella Durmiente (1995). Tan diferentes y tan fantásticos.

Cuando empiezas a leer Olvidado rey Gudú es fácil sentirse como Alicia (el País de las Maravillas), entras como en un sueño, en una fábula de imaginación desbordante, llena de seres mágicos que viven historias aúnmás mágicas. Al Norte está la selva, donde hay la mejor caza; al Oeste, la alta y espesa tundra que lleva a Occidente, hacia el Rey; al Sureste, las montañas Lisias. La estepa y sus infernales Jinetes Esteparios, inviernos, hielos y deshielos, tierra de niebla, donde los caballeros feudales mantienen luchas infinitas.

Es un mundo mágico, de Ardid, que a los siete años fue reina; del Hechicero y su sabiduría y bebedizos; del Trasgo del Sur, que incumplió las reglas y se contaminó de los humanos; de la bellísima Ondina, que vive en el fondo del más bello lugar del Lago de las Desapariciones; de la Gran Dama del Lago; del Reino de las Tinieblas... Esta fábula explosiva y mágica es en el fondo una metáfora del hombre y de su historia, en la que se mezclan realidad y leyenda, pasado y futuro.

Aparentemente en las Antípodas está El verdadero final de la Bella Durmiente. El argumento es una patada a la falsa tradición Disney. El recorrido por el bosque de la Bella Durmiente y del Príncipe Azul da pavor y anuncia lo peor. Ya casados, atravesaron bosques, praderas, donde pacían ciervos; las fuentes donde solían aparecer silfos, elfos, hadas y gnomos.

Más adelante, hacia el reino del Príncipe, todo empezó a oscurecer, desaparecieron los pájaros y las mariposas.

Los árboles estaban cada vez más y más apretados. Luego entraron en una región sombría pantanosa; el bosque se hizo espeso y oscuro. Como el bosque cambiante, el futuro de la Bella Durmiente parece cada vez más incierto.

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