_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Belleza

Paul Dirac nació en Bristol, hijo de un suizo católico y de una inglesa metodista. Él se declaró ateo convencido siempre que tuvo ocasión de hacerlo. Su padre era profesor de idiomas y había nacido en el Valais. Pretendió imponer el francés como lengua familiar, decisión que provocó situaciones tan chocantes como que él y su hijo Paul comieran en el comedor mientras su mujer y sus otros dos hijos, Félix, que se suicidaría en plena juventud, y Betty, comían en la cocina. Paul recordaría más tarde aquellas comidas en francés como una tortura. Jamás sintió aprecio por su padre y tampoco por la lengua francesa. La otra lengua extranjera que conocía, el alemán, también se negó a utilizarla tras la llegada de Hitler al poder. Manifestó simpatías por la revolución soviética, aunque su interés por la política fuera muy limitado. En cualquiera de los ranking que se elaboran sobre los mayores científicos de la historia, Paul Dirac siempre está presente. En 1933 se le concedió el Nobel de Física. Tenía 31 años.

Parece que hablaba también muy poco en su lengua materna, el inglés. Prefería escuchar y sus intervenciones se limitaban a responder "yes" o "no", y, cuando se explayaba, "I don't mind", y hay quienes le han diagnosticado postmortem haber padecido el síndrome de Asperger, una forma de autismo, extremo que otros ven discutible. En sus artículos y libros sobre física cuántica desarrolló un estilo de una claridad y precisión deslumbrantes, cualidades que también destacaban en sus exposiciones orales. Sus gustos culturales eran muy limitados y hay una anécdota suya en Göttingen con su amigo de por vida Robert Oppenheimer que merece ser contada. A este último le gustaba también la poesía, incluso la practicaba, una afición que a Dirac le resultaba extraña, así que le espetó que no entendía cómo podía compaginarla con la Física: "En la ciencia uno trata de decir algo que antes nadie conocía con palabras que pueda entender todo el mundo, mientras que en poesía estás abocado a decir algo que todo el mundo sabe ya con palabras que nadie entiende". Sin embargo, si algún criterio hubo que guiara todo su quehacer científico no fue otro que el de la Belleza.

Para Dirac, ninguna ecuación, ninguna teoría, podía ser verdadera si no era bella en sí misma. Pensaba que si una teoría fea era confirmada por la observación eso no pasaba de ser una mera coincidencia, o que si, al contrario, una teoría bella no era confirmada por la experimentación era ésta la que fallaba. A Freeman Dyson, cuando le pidió su opinión sobre los nuevos desarrollos en electrodinámica cuántica, le respondió que podría pensar que las nuevas ideas eran correctas si no fueran tan feas. Hubo un poeta, John Keats, que escribió en una de sus odas aquello de que "la belleza es verdad, la verdad belleza". Para el poeta era la Imaginación la fuente de esa identidad. ¿Habrá también una belleza no sensible, una belleza percibida por el Intelecto, que sea un indicio de verdad?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_