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Columna
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Nada inocentes

Ignoro si José-Miguel Ullán tenía muchos lectores. Seguramente no. Tampoco será enterrado en ningún panteón de hombres ilustres, ni parece que en vida fuera merecedor de muchos reconocimientos. Salvo el de sus lectores, fueran pocos o muchos. Yo le leí muy pronto, e incluso hablé de él en mi respuesta a la pregunta de un examen, allá cuando todavía florecíamos. No estaba, claro, en el programa oficial, pero si tenía que hablar de los Novísimos, no veía por qué no podía hablar también del excluido, cuya poesía me parecía tanto o más interesante. Ullán se ha muerto al filo de una polémica estúpida y banderizamente española, y no lo menciono aquí para sumarme a ella. Me ha vencido el recuerdo de los años idos, y la necesidad de homenajear una actitud. Hizo lo que tenía que hacer, de forma insobornable, y algunos se lo agradecemos. Punto.

Aun en el caso de que fueran pocos sus lectores, detalle que ignoro, seguramente fueron algunos más que los que tuvo la traducción italiana de una novela de Arno Schmidt, Dalla vita di un fauno. Se vendieron diez ejemplares, una muestra de la irracionalidad del mercado literario para Claudio Magris, que habla del hecho en uno de los artículos recopilados en su libro Alfabeti. Para Magris, el fracaso de la novela de Schmidt, a quien considera uno de los mejores escritores alemanes de los últimos cincuenta años, contrasta con el éxito multitudinario de la traducción de El código Da Vinci -esa "pretenziosa pizza"-. Naturalmente, Magris sabe muy bien que el éxito y el valor no se excluyen, pero lo que viene a criticar es la tendencia actual a confundirlos, que sea el mercado el que determine el valor de un libro. Los dos primeros best sellers de la historia -Robinson Crusoe y Werther- eran dos obras maestras, una feliz coincidencia que no siempre se cumple. Lo que le subleva es que una vacua impostura como El código dé pie a algunos críticos a erigirla en faro de la literatura de una nueva época, a la que definen como "la época de Dan Brown".

Un reciente artículo de Ross Douthat en The New York Yimes cuestiona, sin embargo, la vacuidad de pasatiempos de El código Da Vinci o de Ángeles y demonios. Dan Brown no sería un buen novelista, pero sí un escritor tremendamente serio: escribiendo thrillers, estaría vendiendo una teología, intención que habría hecho además explícita en alguna ocasión. Su imagen de Jesús -sexy, mundano, con mujer e hijos- sería un moderno tipo de mesías que conectaría con la nueva religiosidad, desligada de cualquier creencia establecida, que emerge y se generaliza en América. El éxito de ese mensaje no podría separarse, según Douthat, de su deshonestidad, de su falsificación de los textos históricos. Pero no son la verdad ni la verosimilitud, ni la historia ni la literatura, los que entran ahí en juego, sino la ideología. Los éxitos rara vez son vacuos, por cuestionables que puedan resultar.

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