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Reportaje:

Cómo hacerse la foto y salir corriendo

En las grandes cumbres de donantes algunos gobernantes hacen sonoras promesas de ayuda a países necesitados, que luego incumplen - Faltan controles para frenar el 'marketing solidario'

Fernando Peinado

Cerca de 3.500 millones de euros para Gaza, 5.700 millones más para Afganistán, otros 22.000 millones contra el hambre... Son algunas de las recientes promesas que los países ricos han anunciado a bombo y platillo que destinarán al mundo pobre y necesitado en cumbres al más alto nivel. Los mandatarios tiran de la chequera, se estrechan las manos y se hacen la foto con sonrisas de buenos samaritanos pero, el día después, ¿quién controla que ese dinero llega a su destino?

Las conferencias internacionales de donantes, que han proliferado en la última década como reacción a catástrofes naturales o bélicas o con metas generales como la reducción de la pobreza, no suelen establecer un órgano que controle el cumplimiento de las promesas dinerarias. "En estos foros solidarios existe una gran brecha entre las declaraciones de los líderes mundiales y los desembolsos reales", lamenta José Antonio Sanahuja, experto del Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI).

El día después nadie vigila que se desembolse lo prometido
"Se anuncian, como si fueran nuevas, ayudas existentes", dice Intermón
Las ONG quieren información más simple y accesible sobre las donaciones
El Gobierno afgano desconoce cómo se ha gastado un tercio de los fondos

El formato de estas cumbres favorece que los participantes incurran en una carrera alocada por hacer la aportación más elevada. Representantes de más de 70 Estados y organizaciones internacionales se dieron cita a principios de mes en Sharm el Sheij (Egipto) para protagonizar un nuevo campeonato de la solidaridad con los atribulados palestinos. La medalla de oro se la colgaron los países de la Liga Árabe con 1.300 millones de euros; la plata, Estados Unidos, con 716 millones, y el bronce, la Unión Europea, con 440 millones. Los países árabes, precisamente, han sido hasta hoy los principales incumplidores de la Conferencia de París de 2007, se queja la Autoridad Nacional Palestina, en la que los donantes internacionales habían comprometido 5.154 millones de euros.

"Es cierto que se han dado casos de promesas desmesuradas, pero cada vez menos", concede Fernando Mudarra, asesor de la Secretaría de Estado de Cooperación Internacional. "El Gobierno acude a estas citas con una previsión aproximada de lo que va a aportar", añade.

Los donantes aprovechan la inexistencia de controles y la presencia mediática para hacer marketing solidario. Es frecuente que no todo el dinero anunciado sea fresco, critica Irene Milleiro, portavoz de Intermón Oxfam: "Los Estados proclaman una donación ya anunciada anteriormente como si fuera nueva".

Un ejemplo de esta mala costumbre fue la reunión por la seguridad alimentaria de Roma en 2008 en la que gran parte de los 22.000 millones de euros anunciados habían sido comprometidos anteriormente. Aún así, en este caso se fijó un sistema de seguimiento: en enero de 2009 se han hecho efectivos sólo 1.500 millones de euros, recordó a los donantes Jacques Diouf, director general de la FAO.

"Con una rendición de cuentas al menos podemos conocer quién va de gorrón a estas conferencias, a apuntarse el tanto para que luego paguen como siempre los escandinavos", reclama Sanahuja: "El avergonzamiento público de los deudores sería la respuesta adecuada".

A pesar de que los expertos en ayuda al desarrollo coinciden en que estas reuniones son usadas propagandísticamente, creen que no deberían dejar de convocarse. "Antes, los donantes actuaban a su libre albedrío y cada vez tienen más en cuenta la necesidad de coordinarse", asegura Milleiro. "Son de gran utilidad porque cohesionan a la comunidad internacional y permiten que se adopte una estrategia común", opina Daniel Korski, experto del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores, una fundación presidida por el Premio Nobel de la Paz finlandés, Martti Ahtisaari.

La realidad, en cualquier caso, es que los donantes son legión cuando hay periodistas presentes, pero dejan la silla vacía en crisis más olvidadas. "Cuantos más medios de comunicación hay acreditados, mayor la concurrencia y más elevadas las promesas. Sin embargo, la ONU hace llamamientos anuales para países en situación desesperante, como los africanos, que quedan desiertos", lamenta Milleiro.

Una de las promesas que en su momento obtuvo más publicidad y que va camino de ser palmariamente incumplida es la que en 2005 el G-8 hizo a África en Gleneagles (Escocia): un incremento progresivo de las ayudas hasta alcanzar 40.000 millones de euros anuales en 2010. A los pocos días de anunciar la cifra con pompa y boato, algunos de los Estados -Francia y Canadá- rebajaron o clarificaron sus declaraciones hasta dejar el esfuerzo colectivo en 3.650 millones de euros menos. Para más inri, se aproxima la fecha clave y los donantes sólo han cumplido en un 14% con sus compromisos.

"Estas conferencias no son el problema, sino que escenifican un mal de fondo: la arbitrariedad de la cooperación al desarrollo", asegura Sanahuja, quien pide ordenar la ayuda, tanto la que se canaliza a través de las conferencias de donantes, como fuera de ellas. El desorden de la cooperación al desarrollo es tal que en 2007 el dinero internacional financió más de 256 proyectos solidarios en Sierra Leona, la gran mayoría a espaldas del Gobierno, que luchaba infructuosamente por capturar información sobre las diversas iniciativas, según Access Info Europe, una ONG que lucha por introducir transparencia en la ayuda pública al desarrollo.

Los Estados necesitados son tan débiles que apenas tienen capacidad de presión sobre los donantes, a pesar de que la incertidumbre sobre si recibirán los fondos les impide planificar coherentemente sus presupuestos. "Los donantes parecen gozar de una bula papal que los exceptúa de responsabilidades por el mero hecho de dar dinero", critica Kattya Cascante, experta de la Fundación Alternativas. "Es necesaria una rendición de cuentas mutua que, además, no sea sólo de carácter estatal, sino en la que pueda participar también la sociedad civil".

Desde que en 2002 se celebró la Cumbre de Monterrey (México), la comunidad internacional es consciente de que aumentando la suma de dinero no se resolverán por sí solos los problemas del desarrollo. Hacía falta mejorar su eficacia. "Poco a poco se consolidan unos principios de buena donación humanitaria con el fin de que la ayuda sea previsible y responda a necesidades reales de los Estados en vías de desarrollo y no a intereses nacionales de los donantes", afirma Manuel Sánchez-Montero, especialista de FRIDE en ayuda al desarrollo.

Afganistán, uno de los países que ha recibido más promesas de inversión millonaria -18.600 millones de euros en cinco cumbres de donantes celebradas desde 2002-, es un claro ejemplo de la desastrosa gestión. El Gobierno no sabe cómo se ha gastado un tercio de la ayuda comprometida, según Access Info. El ministerio afgano de Finanzas estima que en marzo de 2008 España sólo había enviado un 18% de la ayuda comprometida entre 2002 y 2011. El Gobierno español responde que ha cumplido con sus promesas al 60% desde 2005.

La confusión y falta de transparencia en la ayuda oficial al desarrollo están muy relacionadas con los casos de corrupción, por eso la iniciativa Publique lo que financia, de Access Info, aboga por hacer más simple, comprensible y accesible al público la información sobre la ayuda, para así rastrear hasta el último céntimo de euro gastado en la cooperación. "Si un ciudadano quiere conocer el coste y el estado de un proyecto de ayuda en un poblado de Perú, debería estar a su alcance con todo detalle en Internet", propugna Eva Moragas, abogada de Access Info.

La presión social es elemental para que los gobernantes entreguen el máximo de información posible, asegura Moragas, que añade que en Reino Unido se han realizado grandes avances desde que se promulgó en 2005 la Ley de Acceso a la Información.

"Los grupos de presión cobraron mucha fuerza en Reino Unido después del escándalo del Pergau en los noventa", asegura Nick Highton, experto del Overseas Development Institute (ODI), un think tank británico especializado en cooperación internacional: "Se descubrió que el Gobierno Thatcher había condicionado la entrega de ayuda a Malaisia a la compraventa de armamento británico".

Una de las ocasiones en que la ayuda al desarrollo ha sido concebida más claramente como una oportunidad para hacer negocios fue la conferencia de donantes organizada en Madrid en 2003 para organizar la reconstrucción de Irak. Celebrada en IFEMA, contó con un foro paralelo al de los gobernantes al que asistieron 255 empresarios.

Con el tiempo se empieza a conocer la envergadura del fraude que los gestores de la reconstrucción del país árabe han perpetrado. La Oficina Especial del Inspector General de EE UU para la Reconstrucción de Irak (SIGIR, por sus siglas en inglés) ha calculado que la malversación podría ascender hasta los 40.000 millones de euros. SIGIR ha descubierto cómo algunos responsables de gestionar el dinero para la reconstrucción se fotografiaban triunfantes al lado de montañas de billetes que luego empaquetaban y enviaban en avión a Estados Unidos. Entre tanto, las únicas obras que se llevaban a cabo eran la replantación de palmeras en las medianas de las carreteras.

La incertidumbre sobre si recibirán los fondos impide a los países necesitados planificar coherentemente sus presupuestos.
La incertidumbre sobre si recibirán los fondos impide a los países necesitados planificar coherentemente sus presupuestos.AP

¿Tiene la ayuda efectos negativos?

Cooperantes sobre el terreno y académicos reconocen que la ayuda al desarrollo no funciona como es debido, pero unos pocos han dado un paso más allá y piden que se cierre el grifo cuanto antes. "Las donaciones del mundo rico a África, más de un billón de dólares en 60 años, sólo han generado dependencia y corrupción", censura Dambisa Moyo, una economista nacida y criada en Zambia, con formación en Harvard, que en febrero publicó en Reino Unido y Estados Unidos el libro Dead aid (Ayuda muerta).

Propone suprimir la ayuda a África en cinco años. "Es necesario un límite temporal para que de una vez alguien se tome esto en serio", asegura Moyo por teléfono desde Londres: "Ningún país ha alcanzado el desarrollo económico a base de donaciones", asevera, y pone como modelo a China. Moyo acaba de regresar de Ruanda, donde ha hablado con el presidente, Paul Kagame, al que le ha expuesto sus recetas de libre mercado para que África salga del ciclo de la pobreza.

Las ideas de Moyo no son nuevas. Desde los sesenta, los autores post-desarrollistas han propugnado que la ayuda no sólo no desarrolla, sino que obstaculiza a los países que la reciben. Sin embargo, que una mujer de raza negra y origen africano comience a hacer campaña con esos argumentos ha hecho reflexionar a muchos que advierten de que vivimos un momento de fatiga de la ayuda. "Ya va siendo hora de que África escriba su propia historia. Hasta ahora contada, escrita e interpretada por todas las potencias excoloniales y derivados", valora Kattya Cascante, de la Fundación Alternativas: "África hace tiempo que tiene voz propia y potencial suficiente para liderar sus procesos de desarrollo".

Los críticos de Moyo le reprochan que el debate debe centrarse en más y mejor ayuda y no en suprimirla de raíz. "El dinero que el mundo pobre recibe del rico es todavía insignificante -los 23 países donantes de la OCDE aportaron 75.540 millones de euros en 2007-", sostiene José Antonio Sanahuja, experto del Instituto Complutense de Estudios Internacionales, quien critica que las donaciones son poco más que limosna. Sanahuja recurre a la comparación de cifras: "Sólo los intereses de la deuda pública que los países necesitados pagan a los más pudientes son tres veces superiores al total de la ayuda". La ayuda oficial neta de los donantes de la OCDE en relación con el Ingreso Nacional Bruto fue de 0,28% en 2007, muy por debajo del objetivo trazado por la ONU de 0,7%.

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Fernando Peinado
Es reportero de la sección de Madrid desde 2018. Antes pasó ocho años en Estados Unidos donde trabajó para Univision, BBC, AP y The Miami Herald. Es autor de Trumpistas (Editorial Fuera de Ruta).

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