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El miedo como política

La dictadura dejó como herencia la desconfianza y, sobre todo, el miedo a la política. Es propio de cualquier tiranía no sólo provocar el temor al dictador, al Estado. También instalar el miedo en la cotidianidad, de los unos a los otros. Como decía Tocqueville, a los gobernantes autoritarios no les importa no ser queridos, lo que se proponen es que unos no se quieran a los otros, que desconfíen todos de todos y se teman. Hoy, en democracia ésto no debiera ser así. Sin embargo, asistimos a unos usos perversos del miedo por parte de algunos responsables políticos, de medios de comunicación y de la sociedad civil que degradan la democracia y la convivencia entre los ciudadanos.

En el reciente acto de recuerdo a Gregorio López Raimundo el rememorar a la persona se mezclaba con el retorno de las vivencias pasadas durante la dictadura, la preocupación absorbente por la seguridad, la ansiedad incorporada en la vida clandestina y también la imposibilidad para muchos de soportar esta tensión. Diana Garrigosa, en una honesta y bella intervención, recordó a su padre, detenido a finales de los años 40 y condenado a muerte. En aquellos tiempos, Gregorio pasaba las mañanas en su casa, que le servía de despacho, pero la detención se produjo durante su ausencia y no estaba relacionada con él. La sentencia fue conmutada y cuando el padre regresó su esposa le pidió que nunca más la política entrara en la casa. A nadie se le puede exigir que conviva con la muerte. El rechazo de la política en este caso fue un acto de afirmación de la vida.

"Difundir el pavor reporta ventajas políticas a la oposición irresponsable. Y económicas a los que desean asustar a los asalariados"

En el mismo acto otras mujeres, de edades cercanas a los 90 años o más, como María Salvo, Trinidad Gallego, Carme Casas, dones del 36, explicaron momentos de su vida. A los 20 años ya habían convivido con la guerra y con la muerte. Su discreto y tenaz heroísmo posterior fue su modo de enfrentar la muerte que se había incorporado a sus vidas. Solamente manteniendo sus creencias y luchando contra la dictadura portadora de la muerte podían ellas afirmar su amor a la vida. En ambos casos, el rechazo de la política para vivir en un caso, y el hacer de la militancia política la razón de ser de su vida en los otros, se explica por la no aceptación del miedo como política. Para la esposa del ingeniero Garrigosa la proximidad de la política era la amenaza permanente de la muerte, el miedo para siempre y para cada día. Las mujeres del 36, que se habían hecho adultas antes de cumplir los 20 años, como Las Trece Rosas, luchando en la Guerra Civil y en la aterradora posguerra, afirmaban su voluntad de vivir resistiendo a la dictadura portadora del miedo.

Hoy, la vida política y nuestra vida cotidiana son otra cosa. Por ello resulta inaceptable que la política del miedo, por otros medios, pretenda llevarnos de nuevo al miedo a la política. No nos referimos ahora al invento malvado de George W. Bush y sus amigos como José María Aznar a un hipotético, poderoso e invisible eje del mal. El discurso del miedo también se utiliza cada vez más en múltiples aspectos de la cotidianidad política y económica.

Hay indicios de recesión económica, probablemente no catastrófica, pero parece como si hubiera interés en provocar un miedo irracional en vez de una prudencia razonable. Se nos dice que la "crisis" nos acecha, sabiendo que en economía este tipo de amenazas actúan como la predicción de autocumplimiento, se reduce la inversión y el consumo, se retraen bienes y capitales del mercado, la recesión se multiplica. Mejor sería analizar y explicar que el capitalismo especulativo, como el que ha seguido España, haciendo del negocio inmobiliario el motor del desarrollo, lleva necesariamente a un final similar al del juego de la pirámide. ¿Por qué razón se difunde el miedo de esta forma? Es lógico suponer que reporta ventajas a algunos. Ventajas políticas a una oposición irresponsable. Y ventajas económicas a los interesados en atemorizar a los asalariados para que acepten reducciones en sus ingresos y a los inmigrados para que se adapten a condiciones de trabajo cada vez más duras.

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En el ámbito local ya hemos criticado en anteriores artículos el uso perverso del miedo, por ejemplo en relación con la inmigración. O mediante las mal llamadas "ordenanzas de civismo", que criminalizan a colectivos sociales y agravan el problema. Hoy corresponde referirnos a una cuestión de especial actualidad: el AVE y su llegada a Barcelona. El AVE llegará, pero esto no es lo más importante. Es una buena noticia saber que podremos ir a Madrid sin depender del puente aéreo, pero siempre se ha dicho que lo que importa no es que llegue el AVE a una ciudad sino que pase por ella. Lo cual significa, en nuestro caso, que atraviese la ciudad y conecte con la red europea. Por cierto, echamos en falta una política más activa de los poderes públicos y económicos catalanes respecto a la conexión con Francia, pues si bien el túnel de los Pirineos avanza y podremos llegar hasta Perpiñán, el tramo hasta Montpellier está muy verde.

Pero para que esta conexión sea posible falta un detalle: resolver el pase por Barcelona. Nos parece irresponsable la campaña tan poco fundamentada como la supuesta amenaza que gravita sobre las viviendas del Ensanche y la Sagrada Familia. En un artículo anterior ya expusimos que, a nuestro parecer, fue un error optar por Sants como primera estación de llegada, atravesando una zona de suelo incierto y mal estudiado, en lugar de dar prioridad a la entrada por la Sagrera, sin perjuicio de una conexión posterior. Ahora hay que denunciar la irracional campaña del miedo, cuando se trata de un suelo conocido y se han tomado el doble de protecciones de las necesarias. Que haya habido una pésima gestión política del asunto y una ministra empeñada en que los catalanes no voten al actual Gobierno del PSOE no justifica una campaña demagógica digna de la España provinciana de otros tiempos. Se crea artificialmente alarma social basada en la desconfianza atávica respecto de la política y el temor ignorante a lo desconocido, como si se tratara de un túnel satánico que hará temblar las paredes del templo. Si la Sagrada Familia ha resistido a la fechoría arquitectónica perpetrada por los continuadores de la obra hasta desnaturalizar la idea y el espíritu de Gaudí mucho más puede resistir a un túnel que probablemente será no el mejor, pero sí el más estudiado que se haya hecho nunca.

Jordi Borja es profesor de la Universitat Oberta de Catalunya.

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