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La cumbre de Annapolis
Columna
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Coalición de amedrentados

Lluís Bassets

Así como hubo una coalición de voluntarios, que arropó a Estados Unidos en la guerra de Irak, ahora hay una coalición de amedrentados que acompaña a la primera superpotencia en su intento de poner un poco de orden en Oriente Próximo. La primera comprometía fuerzas militares y voluntades políticas, hasta el punto de que quienes la apoyaron lo han ido pagando puntualmente ante sus electorados (el último, el Aznar australiano que es John Howard). La segunda ha obligado a los coaligados a trasladarse a la Escuela Naval de Annapolis, cerca de Washington, para prestar su apoyo y su rostro de figurantes de lujo a la foto opportunity que Bush ha querido hacerse con Ehud Olmert y Mahmud Abbas. Todos los actores de esta representación han acudido acuciados por el miedo. Cada uno de los tres protagonistas por sus miedos particulares: Bush, a un legado histórico vacío; Olmert, a un Israel asaltado por el dilema entre un país embarrado en un apartheid para los no judíos o un país ahogado por la inundación demográfica árabe; Abbas, a unos territorios palestinos gobernados por Hamás. Todos ellos, con los figurantes, por el miedo a Irán, la potencia regional nacida del error de Irak y que extiende sus tentáculos alrededor de Israel, en Gaza, Líbano, Siria y, por supuesto, el propio Irak chií. Si la coalición de voluntarios puenteaba a Naciones Unidas para atacar a Irak, preguntémonos por cierto a quién puentea la coalición de los amedrentados para una finalidad mucho más noble.

Los actores y figurantes de la representación de Annapolis han acudido acuciados por el miedo
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No ha sido fácil conseguir la asistencia de algunos, pero hubo empujones por parte de los que no sabían si estaban invitados. El precio del tique de entrada no era muy alto. No han tenido que firmar nada. Apenas aplaudir. Y la declaración leída por Bush, a fin de cuentas, es lo más próximo a la vacuidad que podía escribirse. Sólo la firman las dos partes, pero no la cincuentena de asistentes. No hay mención alguna al plan de paz saudí, concebido hace cinco años con el apoyo de la Liga Árabe y consistente en intercambiar el reconocimiento de Israel por parte de todos los países árabes a cambio del Estado palestino con las fronteras de 1967. Tampoco se mencionan los cuatro puntos críticos del litigio que deben acompañar al reconocimiento del Estado palestino: seguridad para Israel, regreso a las fronteras de 1967, capitalidad en Jerusalén Este y regreso de los refugiados. No hay fecha ni calendario obligatorio para la aplicación de la Hoja de Ruta. Hasta el 20 de enero de 2009, cuando Bush se vaya de la Casa Blanca, hay tiempo para salvarle la cara y firmar un acuerdo de paz, que éste sí debiera contar con fechas y plazos. O no. ¿Y el día señalado? ¿En qué momento preciso tendrán los palestinos un Estado soberano? Ni se sabe.

Israel quería una declaración vaporosa y sin concreción alguna. La Autoridad Palestina necesitaba fechas y compromisos concretos. Está bien claro quién se ha llevado el gato al agua. No es una derrota, todavía, porque tiene remedio, a menos que los radicales de uno y otro bando lo echen todo por la borda antes de que se ponga en marcha. Hay un año por delante para demostrar que hay voluntad de paz. Israel tiene millares de prisioneros palestinos por soltar, 600 controles y barreras en Cisjordania que dificultan la vida diaria de los palestinos, una valla cuestionada por el Tribunal de La Haya y decenas de colonias ilegales por desmontar. Pero hay que ser muy escéptico en cuanto a la presión que quiera ejercer y sobre todo que vaya a ejercer Bush sobre el Gobierno israelí. Ha gastado tres horas de su agenda en Annapolis: no es seguro que quiera dedicarle muchas más.

Bush ha buscado una síntesis ideológica con la que terminar su desastroso reinado, entre el ideario neocon, que es el que le ha dado la impronta y ha desencadenado esa larga temporada de catástrofes, y el internacionalismo realista que caracterizó al viejo Bush, su padre. Esta síntesis está expresada en su declaración final: "Cuando la libertad eche raíces en el suelo iraquí, en Cisjordania y en Gaza, inspirará a millones a través de Oriente Próximo que quieren construir sus sociedades en paz, libertad y esperanza". La escuela realista considera el conflicto israelo-palestino como el nudo gordiano de la estabilidad de la zona entera; mientras que los neocons, identificados con la derecha israelí, quieren creer que la cuestión palestina es una más, incluso marginal, en una región donde proliferan los estados fallidos y todos los peligros terroristas. Los primeros responsabilizan a Israel mientras que los segundos la exculpan y evitan la presión a la hora de las exigencias en la mesa de negociaciones.

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Con este nuevo proceso de paz en marcha, un acuerdo con el Gobierno de Irak para dejar allí bases permanentes y 50.000 soldados y esta síntesis entre sus ideas y las de papá, Bush puede salvar los muebles y demostrar que hasta el más débil de los presidentes sigue siendo el más fuerte en un mundo amedrentado. Es difícil que el próximo presidente, aun siendo demócrata, no respete su legado.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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