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Reportaje:

Los más odiados

La grúa municipal se lleva cada día unos 300 coches. Por la noche y los fines de semana recuperar el vehículo es una odisea

Daniel Verdú

"Es una profesión que puede ser desagradable. La gente tiene muy mal concepto de nosotros. Pero es como el enterrador, alguien tiene que hacerlo", explica un conductor de grúa que lleva 17 años al volante y que prefiere no revelar su identidad. Trabaja 7 horas y media al día y gana unos 1.400 euros.

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Pero si hay alguien más odiado entre los automovilistas que "el hombre de la grúa", es "la mujer de la caja". A ella llegan ya todos los "damnificados" bastante encendidos. Ella les recibe en el momento más doloroso, cuando toca rascarse el bolsillo. "El primer problema es la atención telefónica. Ahí ya les marean mucho y pierden tiempo y paciencia. Luego el trajín de las noches y el fin de semana", explica una de las cajeras.

Un cristal blindado las separa de la cólera del ciudadano. "Si me insultan no contesto. Pero cuando la cosa se pone demasiado tensa y no se quieren ir, tengo que llamar a la policía", explica esta empleada, que revela que cada noche tres o cuatro personas reclaman las hojas de queja.

Otros conductores, en una suerte de arrebato vengativo, se dirigen a la caja con la totalidad del importe en monedas de cinco céntimos. "Es la única manera que tienen de protestar contra lo que consideran injusto". dice la cajera con una sonrisa casi compasiva con la desdicha de los sancionados.

LUIS F. SANZ
LUIS F. SANZ
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Cuando la multa no es lo peor

A veces las administraciones, por desidia, ahorro o ensañamiento, consienten que a las sanciones que imponen pueda ir adosado un castigo suplementario. Y el ciudadano, quizá por esa culpa tremebunda que experimenta el infractor, traga o a lo sumo tira de hoja de reclamación. ¿Se le ha llevado el coche alguna vez la grúa una noche o durante el fin de semana?

A Gerardo, sí. El miércoles aparcó su coche en la plaza de la Ópera. Lo aparcó mal, vaya. A las diez de la noche, cuando fue a buscarlo, su Audi A6 iba ya bien amarrado encima de una grúa del Ayuntamiento camino de uno de los tres depósitos municipales. Llamada al número de la grúa y conversación con una máquina para localizar el coche. Sin saberlo, Gerardo, padre de familia de 60 años, comenzaba su particular vía crucis para recuperar su vehículo. Tres horas más tarde, previo pago de una "tarifa de depósito" de 136 euros, 22 euros en taxis y unos 15 kilómetros recorridos por las calles de Madrid, recuperaba su coche. La multa, eso es otro cantar, le llegará en unos días.

Madrid dispone de tres depósitos de coches que la grúa levanta por una infracción común. Están en el paseo Imperial, Colón y la calle Orense. Pero a partir de las diez de la noche y todos los fines de semana, el Ayuntamiento sólo habilita una caja en el depósito central de la plaza de Colón. Si el coche que busca está en otra base, prepárese para ir ahí a recoger la documentación (que obviamente tendrá en la guantera), volver a Colón y luego regresar a por él.

Una portavoz de la Consejería de Seguridad y Servicios al Ciudadano explicó que el Ayuntamiento es consciente de la deficiencia en el servicio y que estudia mejorarlo. Sin embargo, no quiso aportar datos sobre la recaudación y las estadísticas de la grúa. Según las cifras ofrecidas por fuentes sindicales y el cálculo que ha realizado este periódico, se retiran 300 vehículos de las calles de Madrid al día. El fin de semana la cifra se reduce a unos 120.

"He tenido que venir hasta el paseo Imperial para recoger la documentación del coche. Luego ir a pagar a Colón y después volver a Imperial", dice Gerardo, a punto de recuperar su vehículo la noche del miércoles. "No me parece mal que me sancionen y que se lleve el coche la grúa, estaba mal aparcado. Pero lo demás parece un castigo innecesario y premeditado", protesta aún tranquilo mientras se acerca el vigilante del depósito.

-Hola, vuelvo a ser yo. Ya me conocen, ¿no?

-Por desgracia para usted. ¿Me enseña el papel que le han dado y me firma aquí?

-Ya está bien. ¡He firmado 40 veces y he recorrido toda la ciudad! ¿Me estáis tomando el pelo?

Hasta el más paciente pierde los estribos ante la odisea de recuperar su coche. David e Irene, una pareja de 25 y 22 años, llegan al depósito de Colón detrás de la grúa que transporta su Opel Astra. Se lo acaba de llevar y no les ha quedado más remedio que seguirlo en un taxi. Él es de Getafe y necesita el coche. Pero vienen de buen humor. "Qué le vas a hacer, tampoco te vas a cabrear. Luego es peor, y ellos tampoco tienen la culpa", dice David en tono conciliador y en un alarde de buenrollismo inaudito en esa situación.

-Señor, el coche no está a su nombre.

-Bueno, pero es de mi padre. Mire el apellido... -contesta él todavía muy colaborador.

-Ya, pues tiene que venir él a buscarlo. No se lo puede llevar.

Y ahí se acaba el buen rollito.

-¡Me cago en la puta, sois todos iguales! Siempre a joder...

La cajera hace gala del arte que tiene su trabajo. Ni se inmuta, insiste en sus demandas y termina despidiendo educadamente a David y a su novia. "Pues te quedas a dormir en casa", le dice ella a su novio. Que le quiten lo bailado.

La base de Colón, la única que tiene caja los fines de semana, tiene unas 90 plazas. "Los viernes nos llevamos todos los coches a las otras bases para hacer hueco para sábado y domingo", explican fuentes sindicales del sector. Pero cuando se llena, los coches terminan en Orense. Los coches que llevan varios días en alguno de los depósitos sin que nadie los reclame son trasladados a las bases Mediodía 2 o Mediodía 3, ambas muy cercanas al poblado chabolista de Las Barranquillas. Ahí también van los vehículos retirados por controles de alcoholemia o por falta de documentación. Si es el caso, la odisea del afortunado se ve adornada con un paseo por uno de los mayores supermercados de droga de Europa, donde, además, no van los taxis.

En época de poda (una vez al año) o de obras (12 meses al año), la grúa se lleva vehículos que estorban el desarrollo de dichas labores municipales. En ese caso, el propietario no paga nada, pero tampoco recibe compensación por las molestias y por los taxis que corren de su cuenta para recuperar el vehículo. "Acaba de salir una señora que se le habían llevado el coche porque molestaba en unas obras. Ha tenido que ir a Colón y luego volver. Llevaba un cabreo...", dice uno de los vigilantes nocturnos del paseo Imperial. Ellos, como las cajeras, son los que más sufren las iras de los ciudadanos. "Lo entiendo. Toda la noche dando vueltas. Pero luego la pagan conmigo, que ni siquiera soy empleado de Madrid Movilidad".

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Sobre la firma

Daniel Verdú
Nació en Barcelona en 1980. Aprendió el oficio en la sección de Local de Madrid de El País. Pasó por las áreas de Cultura y Reportajes, desde donde fue también enviado a diversos atentados islamistas en Francia o a Fukushima. Hoy es corresponsal en Roma y el Vaticano. Cada lunes firma una columna sobre los ritos del 'calcio'.

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