Los talibanes atacan en Afganistán la base militar donde estaba Cheney
El vicepresidente de EE UU sale ileso de un atentado suicida que causa varios muertos
El vicepresidente estadounidense, Dick Cheney, comprobó ayer de cerca y en primera persona lo que había ido a averiguar a Afganistán: el desafío creciente de las fuerzas talibanes. Esa organización ultra religiosa y aliada de Al Qaeda reivindicó el atentado suicida cometido contra la base norteamericana de Bagram, cuando se encontraba en su interior el propio Cheney, quien podría haber sido el blanco mismo del ataque. Cheney comentó posteriormente que oyó la explosión, en la que murieron unas 15 personas. Su vida no corrió peligro en ningún momento.
Un portavoz talibán informó a la agencia AP que el atentado fue perpetrado por Mullah Abdul Rahim, quien parece haber actuado solo y a pie, y aseguró que su organización estaba perfectamente al tanto de que el vicepresidente de EE UU se encontraba dentro de la base atacada.
Aunque las fuentes norteamericanas niegan que la acción fuese específicamente contra Cheney, el hecho mismo de que los talibanes dispusiesen de datos sobre su localización es, ya de por sí, suficientemente revelador. Todo el viaje de Cheney, desde la misma salida de Washington con dirección, primero a Pakistán, ha estado rodeado de enorme secreto, precisamente por razones de seguridad. La estancia en la base de Bagram, de hecho, no estaba prevista en el recorrido y tuvo que hacerse en el último momento, porque el avión de Cheney no pudo llegar directamente a la capital afgana por culpa de una fuerte nevada.
Después del ataque, la caravana de Cheney reemprendió por carretera y a toda velocidad el viaje a Kabul para acudir a la cita con el presidente de Afganistán, Hamid Karzai, algo reducida respecto al tiempo inicialmente previsto. Tras la reunión, Cheney dijo que este nuevo episodio de violencia "es claramente un intento de socavar la autoridad del Gobierno central". Pero aseguró que "esto no va a modificar nuestros propósitos iniciales".
Por mucho que la diplomática reacción de Cheney tratase de ocultarlo, este episodio tiene el valor simbólico de recordar a la más conspicua figura de la Administración norteamericana y, de paso, a la opinión pública de su país, que la guerra de Afganistán está aún pendiente de ganar.
Cheney viajó a Pakistán y Afganistán para pedir a los Gobiernos de esos dos países nuevos y más decididos esfuerzos para luchar contra Al Qaeda -presuntamente establecida en las zonas montañosas que separan ambos países- y contra los talibanes. Y se vuelve convencido de que esos esfuerzos son más urgentes que nunca y que Estados Unidos va a tener también que implicarse más, con más dinero y más servicios de información.
Ofensiva de primavera
Obviamente, el tránsito de información, de personas y de armas entre las fronteras de Afganistán y Pakistán excede claramente al control de las fuerzas de seguridad de esos dos países, que no pueden o no quieren cumplir a fondo con su trabajo. En esas circunstancias, las condiciones de seguridad se deterioran cada día. El presidente, George W. Bush, ya reconoció la pasada semana que la actividad de los talibanes había aumentado en los últimos meses y que sería necesaria una fuerte ofensiva militar esta próxima primavera para que las fuerzas de la OTAN que ocupan Afganistán recuperen la iniciativa y restablezcan unas condiciones esenciales de seguridad.
El vicepresidente Cheney, uno de los diseñadores de esa estrategia, cree que, para que esta ofensiva funcione, es esencial que los dos presidentes -Musharraf, en Pakistán, y Karzai, en Afganistán-, fuertes aliados de Washington, sean conscientes de lo que está en juego y la respalden claramente. Y Cheney, al que se le podrá acusar de todo excepto de pusilanimidad, se puso ayer literalmente en primera línea en defensa de su política.
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