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Reportaje:La lucha contra los trastornos alimentarios

"Hay que quererse mucho"

Dos enfermas de anorexia relatan el calvario de la enfermedad y su paso por el hospital para tratar de curarse

"Empecé con 14 años, aunque en realidad no sé cuándo comenzó todo. De la noche a la mañana me preocupaba mi imagen y hacía más deporte. Ahora me doy cuenta de que todo era fruto de la inseguridad y de los miedos que tenía. Dejé de comer".

Teresa tiene 28 años y ha convivido con la anorexia la mitad de su vida. Prefiere guardar el anonimato, por lo que el nombre es ficticio. En julio de 2006, tras intentar llevar una vida normal, decidió pedir su ingreso en un hospital, ya que la enfermedad acabó por devorar su cerebro.

"En ese instante sólo quería morirme. Siempre he sabido que estaba enferma, aunque no lo reconociera ante los demás", relata. El pasado diciembre dejó el hospital y ahora está bajo supervisión periódica. Recuerda que antes de caer en la enfermedad, en el colegio, las relaciones con los demás eran normales. "Estaba en el grupo de los enrollados", precisa.

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En su 1,62 metros de estatura se contenían sus 56 kilos, y de buenas a primeras, y en menos de un año, se quedó en 42 kilos sin que hubiese una causa. "Comencé a aislarme de mi grupo de amigos y a centrarme mucho en los estudios", cuenta. Sus padres se percataron de que algo ocurría y la llevaron al médico inmediatamente. "Recuerdo que con 15 años me quedaba escondida en un armario de clase por no ir al comedor del colegio. Esperaba que no me echasen de menos". Hasta los 18 años contuvo a duras penas el problema y el primer curso universitario volvió a recaer. Retomó las visitas al psicólogo y contuvo como pudo la enfermedad hasta julio de 2006. El ingreso fue voluntario y recuerda que en el hospital lloraba "20 veces al día. Era como decir '¿cómo he podido caer tan bajo?".

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Llegó a someter a su cuerpo a pruebas tales como estar 20 días alimentándose a base de líquidos (zumo, agua, leche...) o nutriéndose todos los días durante un año con "una loncha de pavo y una manzana". Incluso, dice que en cuanto podía evitar la leche, lo hacía. Califica como alimentos prohibidos aquellos que no son fruta, verdura, pasta y arroz.

La enfermedad no sólo le ha afectado en sus relaciones sociales, sino también en las personales. "Evitaba salir a cenar con mi chico y le decía que no me tocase porque me sentía mal". Ahora, con el paso de los años, recuerda que ya cuando era pequeña hacía lo mismo con los niños en el colegio para evitar que "me pudiesen tocar algún michelin". Ella compara lo que le ha ocurrido con tener el "síndrome de Peter Pan. No quieres crecer. Lo evitas".

Incluso hoy le cuesta ir a comprar ropa. De hecho, reconoce que sólo lo hace cuando sabe que le "entra" en una talla 36. Para salir de la enfermedad, da un consejo: "Quererse mucho. La base está en la autoestima".

Pero no todos los casos de anorexia tienen como origen el aspecto físico. María, una ingeniera química de 26 años, dice que cayó en la enfermedad por "perfeccionista". María -nombre ficticio- colgó las zapatillas de ballet con 20 años y sintió que tenía que concentrar todos sus esfuerzos en los estudios. "No podía permitirme perder el tiempo hablando por teléfono. Cuando ocurría, me castigaba", recuerda.

Hasta llegó a estar 19 horas encerrada entre cuatro paredes sin permitirse ni comer ni salir, ver la tele o leer un libro que no fuese de clase. Y eso que su régimen de estudio ya era duro de por sí, ya que, según cuenta, se acostaba a la 1.30 mañana y se levantaba a las 6.30.

Al año de comenzar sus estudios universitarios tuvo que ir al médico, después de mucha insistencia de sus padres. Desde entonces, y hasta que comenzó su vida laboral a los 23 años, no volvió a tener otra recaída. Ella mide aproximadamente 1,70 metros de estatura y cuando ingresó pesaba 33 kilos, 15 menos de los que tiene ahora. "No era consciente de la degradación física y psicológica en la que me encontraba", aclara.

Reconoce que sigue luchando y que aún oye "esa vocecilla interior", pero mira el futuro con esperanza.

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