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Reportaje:LOS NUEVOS PAÍSES DE LA UE

Dickens en Rumania

La política demográfica de Ceausescu arruinó la vida a miles de niños

Guillermo Altares

Tras la revolución de diciembre de 1989, una de las imágenes que más impresionaron fueron los orfanatos, en los que decenas de miles de niños vivían confinados en condiciones atroces, incluso para una novela de Dickens. Muchos acabaron convirtiéndose en niños de la calle, que durante los años noventa sobrevivían refugiándose del invierno en las alcantarillas de Bucarest. Aquel horror era el producto de la política demográfica del régimen estalinista de Ceausescu.

"En 1968 se prohibieron el divorcio, el aborto y toda medida de contracepción", recuerda la escritora Silvia Kerim. Las revisiones ginecológicas por el Estado eran obligatorias. Si se descubría que habían utilizado métodos contraceptivos o abortado, podían enfrentarse a la pena de muerte. Las conclusiones de la comisión para el estudio de la dictadura comunista en Rumania revelan que 10.000 mujeres murieron mientras trataban de abortar clandestinamente entre 1969 y 1989.

Había cien mil menores ingresados en 1989 en las instituciones comunistas

"Ya no existen lugares como los que vio todo el mundo. Pero aún hay muchas cosas que hacer; la asistencia social no es perfecta y tenemos que lidiar aún con la herencia de un sistema horrible, pero la situación ha mejorado mucho y el trabajo ha sido reconocido por la Comisión Europea", dice Cosmina Simiean, consejera del secretario de Estado para la Protección de la Infancia.

En 1989, había 100.000 menores ingresados en las instituciones comunistas; ahora, quedan 25.000 en unas condiciones que no tienen nada que ver con aquel infierno. "Esto no es ni Calcuta, ni Río de Janeiro", dice Pierre Poupard, representante de UNICEF en Rumania, que calcula que unos 800 menores viven actualmente en las calles rumanas, 500 de ellos en Bucarest. ¿Qué pasó con los niños de entonces? "Que se han hecho adultos. La última generación de Ceausescu ha crecido", señala. "Entre el Gobierno y las ONG logramos sacarles de las calles y la mayoría han sido integrados en la sociedad", asegura Simiean.

Eso no quiere decir que no existan los problemas. En 2004, ante las exigencias del Parlamento Europeo, Rumania suspendió las adopciones internacionales, salvo en el caso de los abuelos, por el descontrol que reinaba, que abría las puertas al comercio de niños. En mayo de este año, la ONG estadounidense Mental Disability International denunció, en un duro informe, las atroces condiciones de vida de los menores en las instituciones para enfermos mentales, una situación que, según Simiean está totalmente solucionada.

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Y otro problema persistente, con índices bastante superiores a los de otros países europeos, es el abandono de niños en las maternidades. "No es un fenómeno debido a la pobreza, sino a la persistencia de los reflejos del pasado", explica Poupard. "En muchos hospitales hay niños que pasan el invierno en las pediatrías, porque no había calefacción en las casas y la gente veía normal dejar al niño en el hospital durante todo el invierno y recogerlo en primavera. El abandono es un fenómeno que tiene su origen en la cultura de la época de Ceausescu", agrega. "Uno de los grandes problemas es que el 40% de esos niños abandonados no tienen identidad, lo que da lugar a todo tipo de tráficos", asegura UNICEF.

Otro problema son los matrimonios de menores entre los romaníes (que representan una parte importante de la población rumana: entre medio millón, según cifras oficiales, y millón y medio, según las cifras de la comunidad gitana). En marzo estalló un escándalo porque en Ramnicelu, al este de Bucarest, se celebraron nueve matrimonios el mismo día. Las novias tenían entre 8 y 11 años. "Hemos llegado a un acuerdo para que los matrimonios sean simbólicos y no se consumen hasta la edad legal. Es una situación que estamos controlando y los niños son sometidos a una vigilancia muy estrecha por parte de los servicios sociales", afirma Simiean.

Varios niños rumanos, apresados en una comisaría de Bucarest.
Varios niños rumanos, apresados en una comisaría de Bucarest.REUTERS

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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