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Reportaje:MATANZA EN KURDISTÁN

Aquel aire maldito

Los kurdos culpan de la leucemia infantil a las armas químicas de Sadam

l viento traía un extraño olor a manzana podrida. Se colaba por las laderas de las montañas que rodeaban la ciudad y se llevaba por delante las hojas de los árboles. Los hombres actuaban deprisa. Cogían a los niños y a las mujeres y los llevaban lo más lejos posible, a las cuevas de las montañas, y de allí a otros pueblos cercanos. Muchos se asfixiaban y morían antes de llegar. En la memoria de Gul Taufik, una joven madre kurda, el relato de aquellos hechos no tiene ni fecha, ni número de víctimas concreto. Sólo sabe que fue hace mucho tiempo en su ciudad natal de Dohok, a pocos kilómetros de la frontera turco-iraquí. Y que a ella, el gas sarín le huele a manzana.

Dohok es una de las ciudades que, según el tribunal que ha condenado a muerte a Sadam Husein, sufrió los ataques con armas químicas que mataron a miles de kurdos entre 1987 y 1988. El máximo exponente de todas esas localidades es Halabja, donde 5.000 personas murieron por la misma causa en sólo una hora de bombardeos. "No recuerdo bien. Era niña y no he estudiado", dice Gul mientras tapa con una manta a su hijo de cuatro años, Renaz, en un hospital de Erbil, la capital de Kurdistán.

"Enterraron vivo a mi marido. Luego se llevaron a mi hija de ocho meses. No la he vuelto a ver"
"El mal se ha disparado. El 70% viene de las zonas que gaseó Sadam", afirma un médico

Los recuerdos que sí tiene más claros vienen de años después, cuando al niño empezó a hinchársele la parte superior de la nariz y, tras un peregrinaje por varios médicos de la zona, le diagnosticaron una leucemia. Ella y todos los kurdos ven en aquellos ataques de la operación bautizada por el partido de Sadam como Al Anfal (Botín de Guerra) la causa directa del aumento de esta enfermedad en el territorio. "Este mal se ha disparado en los últimos años, y cerca del 70% de los enfermos viene de las zonas que gaseó Sadam", asegura el doctor Ali Sindi, médico y asesor del primer ministro de Kurdistán. Otras fuentes no kurdas aseguran, sin embargo, que el aumento de las leucemias es generalizado en todo el país y se debe a los bombardeos estadounidenses en la guerra del Golfo (1991).

"En este hospital, los médicos trabajan sólo con enfermedades de la sangre. Es el único centro de este tipo que funciona actualmente en Irak, así que nos vienen pacientes de muchos lugares. Sin embargo, tenemos problemas para dar medicamentos a todos, y aplicar tratamientos como el transplante de médula o la radioterapia es impensable porque no tenemos los equipos", explica Sindi.

En la habitación contigua, otra madre acompaña a su hijo Arkan, otro niño con leucemia, también de Dohok, que contempla serio la llegada de los médicos. "Recuerdo que, durante los ataques, a los niños les lloraban los ojos y la gente vomitaba sangre en las cuevas. Padecemos en nuestros hijos lo que pasó entonces", comenta la mujer. "Les estamos tratando con inyecciones", dice uno de los médicos, "pero son de las pocas que nos quedan".

En otros casos, los médicos no pueden hacer mucho. Kadria, una mujer de 35 años con problemas respiratorios desde hace 15, recuerda que estaba preparando la cena para su marido y su hija en una pequeña aldea a 200 kilómetros de Erbil cuando 12 aviones del ejército de Sadam descargaron bombas de gas sarín sobre 300 casas. El ataque ocurrió en 1987. Quince años después, la mujer relata: "Murieron unas mil personas, pero no todas ese día. Fue poco a poco. Nosotros nos salvamos, pero un día vinieron y se llevaron a mi marido. Me dijeron que lo enterraron vivo. Luego se llevaron a mi niña de ocho meses. No la he vuelto a ver".

Las secuelas del régimen de Sadam se mezclan con el caos que gobierna ahora en Irak. Los mismos hospitales que albergan a gente como Kadria sirven para curar de sus heridas a Ahmed, un soldado de 20 años del ejército iraquí con el cuerpo vendado como una momia tras un atentado de la insurgencia en Bagdad.

Pero ésa es la otra Irak, la que se vive un poco más abajo, en Bagdad, o en ciudades como Mosul, en el mismo Kurdistán, a tan sólo 40 kilómetros de Erbil. Es la excepción en este territorio semiautónomo desde 1991 que se expande más allá de las fronteras de cuatro países (Siria, Irak, Irán y Turquía). Los iraquíes kurdos -o más bien los kurdos iraquíes, si atendemos a su nacionalismo militante- suponen un 20% de la población de todo el país. Al menos por ahora, sus autoridades han optado por abandonar sus reivindicaciones nacionalistas en favor de un Estado federalista que les permita vivir en paz con chiíes y suníes, las otras dos etnias de Irak. El temor a que la vecina Turquía no tarde en anexionárseles es la primera razón para elegir esa opción.

La segunda es la seguridad de la que gozan. Rodeada por un foso de tres metros de ancho por tres de profundidad, la ciudad de Erbil se protege de las incursiones de terroristas, y la gente disfruta en la calle de la celebración de una boda o yendo al supermercado. "Todo puede pasar en Irak; pero mientras haya seguridad, nosotros seguiremos viviendo", señala Bazer, un profesor de escuela que trabaja por las tardes como técnico de mantenimiento. Hay gente que dice que Kurdistán es sólo un territorio árido con ciudades aburridas como Erbil o Dohok. Hoy en Irak, eso es un piropo.

7.000 niños a la espera de ser operados

LAS ARMAS QUÍMICAS que lanzó Sadam

Husein contra los kurdos entre 1987 y 1988 en el norte del país mataron a miles de personas. Hace unos meses, durante el juicio que

acabó condenándole a muerte, el ex dictador

se llegó a encarar con los testigos. "La gente

vomitaba. Estábamos ciegos y gritábamos.

No había quien nos salvara, sólo Dios", decía una de las víctimas. "¿Quién te ha dicho que digas eso?", le increpó Sadam. La defensa

del ex dictador iraquí justificó las acciones

represoras acusando a los kurdos de colaborar con el vecino y enemigo Irán durante la guerra entre ambos países (1980-1988).

La leucemia producida, según las autoridades, por aquellas bombas es una de las enfermedades que más afectan a los niños kurdos. Unos 7.000 niños de la región están a la espera de ser operados, según las estimaciones, no sólo de leucemia, sino de otras enfermedades o heridas surgidas, por ejemplo, cuando un grupo de niños juega con una bomba de las lanzadas entonces y que no había explotado. En otras ocasiones son simplemente la miseria y las malas condiciones de vida las causantes de los accidentes.

En el hospital de emergencias de Erbil,

los pacientes ingresados por las quemaduras ocasionadas por viejas estufas de queroseno entre 2005 y 2006 llegan a los 1.000. Casi los mismos que han sido tratados por heridas

de guerra. "Es la situación general que se vive en la zona. La guerra incide porque trae miseria y al país le cuesta mucho avanzar. Esta gente viene del campo, y allí la calefacción

es muy peligrosa y acaba afectando siempre a los niños, que son los más débiles",

comenta el embajador oficioso del Kurdistán en Madrid, Carlos Kurdi.

Representantes de la ONG española Mensajeros de la Paz se entrevistaron la semana pasada con varios representantes del Gobierno kurdo para tratar de conseguir, como

en otras ocasiones, que el mayor número

de niños posible sea operado en quirófanos españoles. Tras varios días de gestiones,

el padre Ángel, presidente de la organización, consiguió los primeros expedientes médicos.

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