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DIETARIO VOLUBLE
Columna
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Ladrón de autobús

1. "La vida es una sorpresa, de modo que también puede serlo la muerte"

(Oído en un autobús de la línea 24 el 15 de noviembre de 2006)

2. A veces tengo la impresión de que, en el autobús de la línea 24, el que va en Barcelona por el paseo de Gràcia, Lesseps, parque Güell y el Carmel, algunos pasajeros ponen a buen recaudo sus conversaciones cuando me ven. No en balde llevo tiempo ejerciendo de espía casual de los diálogos casuales que se oyen en ese autobús que tantas veces me rescata del centro de la ciudad y me lleva a casa. No es que esté siempre por la labor de escuchar, de espiar. He pasado por periodos de abstinencia, de extrema discreción. Pero siempre acabo cayendo en la tentación y escucho algo. El 24 es mi universidad. Y no es ningún secreto que tengo una gran carpeta en casa, un archivo de frases y conversaciones escuchadas a través del tiempo en la línea 24. Podría escribir una novela infinita como aquella que quería hacer Joe Gould sobre Nueva York. He robado o registrado todo tipo de frases sueltas, conversaciones extrañas, disparatadas situaciones.

3. Un ladrón del tres al cuarto me roba protagonismo desde hace tiempo. Le llaman directamente el "lladre del 24". En cuanto sube al autobús, con su chaqueta en el brazo, preparado para desvalijar a alguien, los pasajeros que le conocen advierten espontáneamente a gritos a los incautos.: "¡Cuidado con los bolsos!", "ha pujat el lladre del 24!". La escena es siempre conmovedora y tiene grandeza y hasta algo de épica popular, recuerda a M, el vampiro de Dusseldorf, aquella película de Fritz Lang en la que la gente se moviliza para estrechar el cerco de un delincuente. Al forajido habitual le han detenido unas 500 veces seguidas, pero siempre le sueltan y regresa al 24, donde es terriblemente famoso y aseguran que hasta feliz. No parece interesarle una línea distinta ni otro autobús. Le debe de encantar repetirse.

4. Algunas frases antológicas oídas y consecuentemente anotadas en el autobús de la línea 24 a través del tiempo:

"Tiene siempre los pies en las nubes" (2 de junio 2003).

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"En la vida hay que saber soportar las injusticias, hasta el momento en que puedes cometerlas tú mismo" (7 de enero de 2006).

"En el aeropuerto hay mucha policía para la inspección de la pasta dentífrica" (el otro día, sin ir más lejos, el 2 de noviembre de 2006).

"Vamos servidos de huesos" (el mismo 2 de noviembre).

"Le regalé unas magnolias y no me lo perdonó nunca" (14 de diciembre 2005).

5. Ayer iba yo de pie y con el autobús a rebosar (en medio mismo del populus, como lo llamaba alguien). Iba apoyado distraídamente en una de las barras de la plataforma central del 24 (no confundir con el B-24, en el que realiza sus largos viajes mi amigo Pérez Andújar) cuando oí que a mi lado una mujer hablaba por su móvil y decía: "Voy a bajarme ahora, en Fontana. Tengo 48 años, pero no sé si los aparento. No soy guapa ni fea. No ha de ser difícil que des conmigo".

Iba junto a mí, al lado mismo, pero de espaldas, de modo que no le podía ver la cara, a menos que diera dos pasos (imposibles) para ponerme delante de ella o hiciera un gesto con la cabeza muy forzado que habría quedado, en el autobús tan concurrido a aquella hora (como sardinas en lata íbamos), muy poco natural.

Aquel "no soy ni guapa ni fea" me llegó al alma. Era una frase que había oído mil veces, pero que ahora escuchaba con intensidad desacostumbrada. ¿Se puede realmente ser algo intermedio? ¿Qué podía haber ocurrido en la vida de aquella mujer para que se valorara tan poco a sí misma y no tuviera problema en formularlo en voz alta? Tal vez era muy fea y entonces la frase tenía más sentido, porque prefería negar que era horrenda. ¿O simplemente le gustaba ser una mujer común, del montón, humilde, sencilla, de las que no llaman la atención? ¿Le gustaba ser modesta?

Junto a las preguntas, la curiosidad por verle la cara. Si no era horrendamente fea, tenía que ser guapa o tener una vaga tendencia a serlo. Me quedé plantado allí (no tenía, por otra parte, otro remedio que estar así, plantado) en medio de la plataforma del autobús, aguardando a que ladeara la cara o hiciera cualquier movimiento y pudiera ver su rostro. Pero no se movía, o no la dejaban moverse. Vista de espaldas, era bajita, vestía de forma muy corriente, llevaba una bolsa de El Corte Inglés que habría resultado un dato para identificarla más útil que aquel "no soy ni guapa ni fea". Por un momento, pensé en seguirla cuando se bajara en Fontana y ver con quién se encontraba, entrar de lleno en el comienzo de una novela real. Pero seguirla me pareció una excentricidad y, además, corría el riesgo de adentrarme en una aventura ni guapa ni fea y encima llegar tarde a casa.

Esperé pacientemente para verle la cara. Cuando el autobús se detuvo en Fontana, la mujer se giró bruscamente hacia mí sin mirarme para nada (debí de resultarle a ella también ni feo ni guapo) y fue hacia la salida. La vi en un perfecto primer plano. Un rostro de ojos verdes, muy bello, castigado por la tristeza y la modestia, y diría que por la desesperación. De pronto, nuevamente la tentación de descender del autobús tras ella. Bajó en Fontana y me quedé temiendo que en la calle su belleza se actualizara a cada instante, según el aspecto del rostro de los otros.

6. Al llegar a casa retomé Al dictado de la locura, el libro de Gérard de Nerval que estaba leyendo: "Yo no he visto jamás a mi madre. Sus retratos se perdieron o fueron robados. Sé solamente que se parecía a un grabado de la época, un grabado de la escuela de Fragonard y que podía titularse La Modestia".

"Ya va terminando noviembre", recordé que también había oído en la línea 24 y que, además, era viernes día 24 y que todo eso aún no lo había anotado.

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