El batallador incansable
El ex alcalde de la ciudad más grande del continente americano es el último fenómeno político de México. Sin su presencia las elecciones de hoy no habrían despertado tanta expectación. Aunque oficialmente fue inscrito como candidato a la presidencia el pasado mes de enero, Andrés Manuel López Obrador ha estado más de un año en campaña, cuando todavía presidía el Gobierno de la Ciudad de México. Estuvo a punto de quedar apartado de la carrera electoral, al perder el fuero por desacato a la Justicia, en relación con un conflicto urbanístico de poca monta. Luchó, resistió y movilizó a cientos de miles de mexicanos y acabó ganando la batalla a la fiscalía y al Gobierno.
Así es López Obrador, batallador incansable, firme en sus convicciones y a la hora de enfrentar todo obstáculo que se interponga en su camino. Está convencido de que tiene una misión en la vida: trabajar junto a los pobres. Ha dado un revolcón a la política mexicana y se ha convertido en la esperanza para muchos y la pesadilla para otros. Pero a nadie deja indiferente. Si gana las elecciones, será el primer presidente de izquierdas elegido en México. Nació hace 52 años en Tepetitán, un pequeño pueblo tabasqueño de 1.000 habitantes, donde su abuelo materno, José Obrador Revuelta, santanderino de origen, abrió una tienda. Es el primogénito de siete hermanos, el segundo de los cuales, Ramón, murió en un accidente jugando con una pistola en octubre de 1968. Andrés Manuel tenía 15 años y fue testigo de la escena.
En la esfera personal ha encajado golpes que dejan huella. Sobre todo entre los años 2000 y 2003, probablemente el periodo más amargo de su vida. Perdió a tres protagonistas centrales de su biografía: su padre, Andrés López; su madre, Manuela Obrador, y su esposa, Rocío Beltrán. Huérfano, viudo y padre de tres hijos, López Obrador se volvió más taciturno, según cuentan quienes le conocen.
Desde joven destacó en las luchas junto a las comunidades indígenas de Tabasco y otros movimientos sociales; dirigió el Partido Revolucionario Institucional (PRI) en su Estado; y participó en la escisión más importante que ha tenido el histórico partido mexicano, en 1988, que derivó en la fundación del Partido de la Revolución Democrática (PRD).
La hiperactividad de López Obrador está fuera de duda. Lo ha demostrado en sus recorridos a lo largo y ancho del país, en campañas a ras de tierra y cuando ha ejercido el poder. En su etapa como alcalde del Distrito Federal fue imparable. Los programas sociales de ayuda a ancianos y madres solteras, la construcción de grandes obras viales, la remodelación del centro histórico y la fundación de la Universidad de la Ciudad de México, pueden ser controvertidos y objeto de crítica, pero han cambiado la cara de una ciudad mastodóntica. Son hechos y no palabras.
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