Cristóbal Serra y el taoísmo
A sus 84 años, Cristóbal Serra (Mallorca, 1922), nuestro gran "micrólogo", acaba de ser investido recientemente doctor honoris causa por la Universidad de las Islas Baleares, y en su honor se ha plantado una higuera en el jardín. No sé si estos homenajes tardíos lograrán que este humilde y modesto escritor salga de la aurea mediocritas que le ha rodeado siempre, a pesar de los elogios de algunos grandes -como Octavio Paz, Pere Gimferrer, Juan Larrea, José Bergamín o Joan Perucho- pues siempre ha visto sus numerosos libros publicados por pequeñas editoriales y parecen haberse perdido en el piélago del mercado. Pero Cristóbal Serra es un gran escritor, un artista y un poeta enmascarado debajo de una cultura inmensa y global, dispersa y fragmentaria, creador de una "literatura salteada" que ha hecho siempre "de la brevedad bandera", pero de acceso sencillo, discreto, humilde, transparente y de una innegable originalidad.
OBRA COMPLETA DE CHUANG-TZU
Versión de Cristóbal Serra
Edicions Cort
Palma de Mallorca, 2005
366 páginas. 14 euros
Hasta el momento, Serra ha editado unos veinte libros de creación, y sigue adelante tras haber recopilado su "obra completa" de los nueve primeros en el volumen Ars Quimérica hace diez años (Bitzoc, 1996), en una especie de homenaje a Ramon Llull, pero ni los honores, ni los homenajes que se le han tributado desde entonces le han arredrado, pues ha publicado otros diez libros tras haberse jubilado -como profesor de idiomas- y ha continuado también su otra profesión de traductor, lo que nos permite acercarnos a su última joya, esta traducción de la Obra completa de Chuang-Tzu (o Chuang-Tse) el más original, divertido y creador de todos los filósofos "taoístas" (según Etiemble), en su segunda incursión en este extraño y misterioso asunto, pues la primera fue en 1952, cuando tradujo y presentó El Libro del Tao, de Lao-Tse, El Viejo, el libro fundador de la saga. Se trata, pues, de una confirmación, de una constante reafirmación de una fidelidad a sus orígenes, a su vida entera, que ha sido la de una especie de "taoísta" de siempre, algo que le ha caracterizado desde cuando Octavio Paz le llamó "el ermitaño de Palma de Mallorca" (en 1961).
Pero, dejando aparte las le-
yendas, ¿qué es exactamente el "Tao"? Si quisiéramos utilizar un término occidental, tendríamos que referirnos, como metáfora, a la tercera regla de la dialéctica hegeliana (tesis, antítesis y síntesis), la que habla de la "unidad de los contrarios". Pues el Tao, que se origina en la doctrina de Lao-Tse (siglo VI antes de Cristo) llamado El Viejo, pues ya nació como tal, estuvo ochenta años en el vientre materno (las leyendas siempre funcionan) cuyo precedente es el anónimo I Ching o Libro de las transformaciones, autor de los ochenta "poemas" que configuran el Tao-Te-King, ya vertido y presentado por Cristóbal Serra como he dicho. Y el segundo gran autor del Tao es este Chuang-Tzu (autocorregido por el propio traductor, que antes le citaba como Chuang-Tse, que es más conocido así, pero entrar en las versiones del chino antiguo es como penetrar en una jungla, sobre todo en esas edades tan alejadas en el tiempo, pues si Lao-Tse es del siglo VI antes de Cristo (como Confucio, que no fue taoísta) y Chuang-Tzi es de tres siglos después, como el tercero, Lie-Tse, autor de El verdadero clásico del vacío perfecto, el último libro canónico del taoísmo, según la recopilación de Etiemble para La Pléiade que después y con otros preparadores ha publicado el segundo y último tomo el Huainan Zi, una verdadera enciclopedia del taoísmo, colectivo y de un siglo posterior, dirigido por el príncipe Liu An, que acabó sus días ejecutado por el poder central después, en una de las frecuentes guerras en la China de la época.
Con su habitual cuidado, Cristóbal Serra llama a su traducción "versión" y no traducción propiamente dicha, y la presenta con su habitual sencillez y humor; pero la he compulsado con la de La Pléiade y está completa y perfectamente correcta, aunque alguno de sus apelativos sea personal ("Dorondon" y "Borrasca" suenan a sus personajes de Cotiledonia) y su estilo sea el de siempre, tan sencillo como personal y misterioso, un verdadero poema. Lao-Tse es el primero y mejor, el más riguroso en sus ochenta poemas, mientras Chuang-Tzu es un verdadero centón de anécdotas e historias traspasadas por la risa (y por sus continuos ataques a Confucio, objeto de todas sus burlas).
"Mientras Lao-Tse sonreía, Chuang-Tzu ríe francamente", dice Serra, antes de empezar contando cómo el último soñó ser una mariposa y cuando despertó no supo si era de verdad, o era una mariposa que soñaba ser Chuang-Tzu, y así sucesivamente. Poco después nos da una de las buenas metáforas del Tao, la de la utilidad de un árbol inútil, por ser tan demasiado nudoso de tronco y ramas que no era posible sacar de él ninguna madera, pero que al menos es tan frondoso que da buena sombra al caminante, o puede dar un buen fuego en la chimenea, que tanto da, el "Tao" lo preserva de todo.
El Tao es un antecedente directo del quietismo, y contribuyó a la rápida difusión del budismo en China. "Donde hay reposo hay vacío, donde hay vacío está la plenitud, que es totalidad", dice Chuang-Tzi. El "taoísmo" no parece ser sino una metáfora de la persona y obra de Cristóbal Serra, que lo es desde el principio y luego sucesivamente todo a la vez: vanguardista (Péndulo), surrealista (Viaje a Cotiledonia), traductor de Blake, místico negativo (Léon Bloy) o positivo (Catalina de Dulmen), cristiano heterodoxo (el Apocalipsis) o adorador del Asno eterno (El asno inverosímil). Traductor, presentador, poeta al final de todo, el Tao parece protegerle hasta el final, y que siga así todo su tiempo, que sigue siendo felizmente el nuestro.
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