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Reportaje:Alemania 2006

El inglés detestado

Owen Hargreaves, un canadiense que hace carrera en Alemania con el Bayern Múnich, es internacional aunque nadie le quiere

Santiago Segurola

Inglaterra tiene una poderosa línea de centrocampistas, pero Eriksson no acaba de tocar la tecla correcta. Beckham, Lampard y Gerrard necesitan de alguien que les abastezca y les proteja. Son jugadores de vocación ofensiva que maquillan el problema de su delantera. Sin Rooney, Inglaterra no tiene un goleador capaz de marcar diferencias. Owen se pelea con las lesiones y con las limitaciones que han desvirtuado su carrera. Crouch es el héroe de última hora y el probable villano de este Mundial. Son los centrocampistas los que intimidan a sus rivales. Lampard y Gerrard lo hacen por su dinamismo y la precisión de sus duros remates. Beckham se encarga de los centros. En eso, no admite rival. Pero detrás, Eriksson ha probado todo tipo de fórmulas: Ledley King -central del Tottenham-, Jamie Carragher -central y lateral del Liverpool-, Phil Neville -eterno suplente en el Manchester, discretísimo titular en el Everton y defensa, por decir algo-. Ninguno ofrece garantías como medio tapón. Hay otra posibilidad que los ingleses detestan. Se trata de Owen Hargreaves, un caso curioso de futbolista. Es canadiense, juega en Alemania, ha ganado numerosos títulos con el Bayern de Munich y nunca ha pertenecido a un club británico. Pero es internacional inglés desde hace seis años, aunque nadie le quiere.

Su sentido táctico le convierte en un buen medio defensivo, justo lo que necesita Inglaterra

Hargreaves tiene el estigma de los apátridas. Se siente extranjero en todas partes. Podría decir que es un ciudadano del mundo, y más en estos tiempos de globalidad sin fronteras. El caso es que los hinchas ingleses no lo tienen por uno de los suyos. Le abuchean, crean foros en Internet para criticarle y se indignan cada vez que le seleccionan. No saben por qué Eriksson le convoca. En realidad, no saben cómo juega. La televisión inglesa apenas presta atención a la Bundesliga, y Hargreaves sólo ha jugado en el campeonato alemán. A los aficionados les resulta más fácil criticarle que definirlo como futbolista. Quizá necesitarían la opinión de Lampard, Gerrard y Beckham.

Procedente de un país sin tradición en el fútbol, nacido en las Montañas Rocosas, de familia originaria de Inglaterra y País de Gales, Hargreaves se integró en el Bayern Munich hace diez años. Jugaba en un equipo juvenil de Calgary, alentado por su padre, ex jugador del Bolton Wanderers. Sus cualidades no pasaron desapercibidas a Harald Hoppe, ojeador del Bayern. Viajó a Alemania sin demasiadas esperanzas: "Me dijeron que no lograría enrolarme en el equipo juvenil. Luego pronosticaron que no alcanzaría el primer equipo. Toda mi vida he tenido que esforzarme por vencer los prejuicios contra mí". Lo que veían era un jugador ligero, de aspecto frágil, difícil de ubicar porque no disponía de la habilidad y el olfato goleador de los delanteros, ni de la presencia física que se espera en los centrocampistas de la Bundesliga. Pero Hargreaves tenía cualidades indiscutibles. Siempre ha sido dinámico, inteligente y con una gran capacidad para asociarse en corto. Y a pesar de su aparente debilidad, su sentido táctico le convierte en un buen medio defensivo cuando es necesario. Justo lo que necesita Inglaterra en estos momentos.

Hargreaves es titular en el Bayern Munich desde los 19 años. No es un cualquiera. Y además no tiene el ego de las estrellas. Actúa donde le piden y nunca se queja de los abucheos que recibe en Inglaterra. Hace dos semanas fue machacado por los aficionados cuando ingresó en el campo para jugar los últimos minutos frente a Hungría. No se inmutó. Escogió jugar con Inglaterra tras descartar a País de Gales y Canadá, selecciones en las que pudo enrolarse por origen y nacimiento. Se lesionó en el Mundial 2002 en el encuentro con Argentina y regresó a Múnich, donde es un futbolista apreciado. Un poco a la manera de Ardiles: el socio de todos. Ahora podría serlo en una selección que posiblemente le necesita más de lo que creen sus aficionados. Eriksson lo intuye. Prueba a sus defensas en el medio campo, pero no termina de convencerse. En el banquillo tiene un centrocampista ligero, laborioso y eficaz. Le detestan los hinchas, pero eso no importa si funciona.

Owen Hargreaves, a su llegada al aeropuerto de Baden-Baden.
Owen Hargreaves, a su llegada al aeropuerto de Baden-Baden.REUTERS

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