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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una secuela de la doble hélice

James D. Watson (Chicago, 1928) es un científico de fama mundial: él y Francis Crick (1916-2004) descubrieron en 1953 la estructura (una doble hélice) del ácido desoxirribonucleico (ADN), la "molécula de la herencia". Pocos hallazgos científicos han tenido y tendrán esta importancia y repercusiones, como es patente inmersos como estamos en una revolución científica que tiene como protagonista a las ciencias biomédicas, en general, y a las biológico moleculares, en particular.

En 1968, ya científico con

GENES, CHICAS Y LABORATORIOS

James D. Watson

Traducción de

Joandomènec Ros

Tusquets. Barcelona, 2006

401 páginas. 23 euros

sagrado y reconocido con el Premio Nobel de Medicina y Fisiología (1962, compartido con Crick y Maurice Wilkins), Watson publicó un libro que hizo historia: The double helix (existe traducción al español: La doble hélice). La celebridad de este texto se debe a la manera, tan desenfadada como descarnada (por no decir cruel), en que su autor reconstruía el camino que le condujo, junto a Crick, al hallazgo de la estructura del ADN. En lugar de seguir los procedimientos habituales, dando preferencia a las ideas y tratando a los personajes única o preferentemente como investigadores dedicados a desentrañar el comportamiento y leyes que sigue la naturaleza, Watson se refería ampliamente a su vida "fuera del laboratorio" y no ocultaba la dimensión de ambición e intrigas que con frecuencia forman también parte de la competencia entre científicos, despachándose en especial con Rosalind Franklin (1920-1958), a la que dedicaba frases tan despectivas como machistas (Franklin había obtenido imágenes de difracción de rayos X de cristales de ADN que resultaron vitales para la propuesta de la doble hélice).

Cerca de cuarenta años después, desaparecidos ya muchos de los protagonistas (Franklin, Perutz, Chargaff, Wilkins, Crick) del mundo científico del que brotó aquel esplendoroso resultado, y con una larga y eminente carrera profesional a sus espaldas -que incluye la dirección del Laboratorio de Cold Spring Harbor y, durante algún tiempo, del Proyecto Genoma Humano-, Watson ha escrito un libro que bien puede considerarse como la segunda parte de La doble hélice con el título de Genes, chicas y laboratorios. Una "segunda parte" porque este nuevo libro arranca inmediatamente después del descubrimiento de la estructura del ADN, y también porque Watson utiliza en él el mismo estilo que empleó en 1968.

Desgraciadamente, el viejo dicho de "nunca segundas partes fueron buenas" se cumple en alguna medida también aquí. Hace ya mucho tiempo que sabemos perfectamente que los científicos participan, como cualquier otra persona, de todas las miserias -también de las grandezas- a las que los humanos somos susceptibles, y que la mayoría de ellos también tienen, naturalmente, vidas fuera de sus laboratorios o despachos. Contemplado desde esta perspectiva, las páginas y páginas que Watson dedica a detallarnos su -no sería exagerado decir "casi obsesiva"- búsqueda de una pareja (preferentemente, parece por lo que escribe, guapa y de "buena familia"), se justifican con dificultad. Y no sólo por su mínimo interés (salvo para Watson), sino también porque la retahíla que incluye de nombres y sucesos banales termina por oscurecer una historia que es verdaderamente importante y que constituye otro de los objetivos de Genes, chicas y laboratorios: la de los esfuerzos realizados entre, aproximadamente, los años 1953 y 1956 por entender cómo la información genética contenida en el ADN (que se halla, recordemos, en el interior de los núcleos celulares), encuentra su camino, a través del ARN, para dirigir la formación, en el citoplasma, de los aminoácidos y las proteínas, los "instrumentos" básicos de la vida.

A pesar de que la recons

trucción que Watson lleva a cabo de esta historia fundamental no es todo lo transparente que debería ser, en ella aparecen, por supuesto, detalles preciosos. Especialmente valiosa es la descripción que se hace del papel que desempeñó en esa historia y de las relaciones que mantuvo con Watson, un físico extraordinariamente imaginativo, recordado hoy sobre todo por sus contribuciones a la teoría de la síntesis cosmológica de los elementos químicos, y a la explicación cuántica, a través del llamado "efecto túnel", de la radiactividad: George Gamow (1904-1968).

Este físico de origen soviético, nacionalizado estadounidense, intentó resolver el problema de cómo gobiernan las cuatro bases que forman el ADN la síntesis de proteínas a partir de aminoácidos, recurriendo a la idea de que esas cuatro bases podrían constituir las "letras" básicas de un lenguaje que diese lugar, mediante procedimientos combinatorios, al "idioma" de la biología molecular. Fue, por consiguiente, Gamow uno de los primeros en intentar introducir la hoy mucho más en boga teoría de la información en esta rama básica de las ciencias de la vida, y los recuerdos y reconstrucciones de Watson, junto a las cartas que él y su colega físico intercambiaron, y que se reproducen en este libro, constituyen un elemento de indudable valor en la historia -vital para comprender el mundo en el que vivimos y hacia el que nos dirigimos- del desarrollo de la biología molecular.

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