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Entrevista:MICHEL DEL CASTILLO | ESCRITOR HISPANO-FRANCÉS

"Los franceses tienen una gran pasión conflictiva por España"

Michel del Castillo (Madrid, 1933) acaba de publicar en Francia el Diccionario amoroso de España (Plon), que en el país del que habla en el título editará Paidós. El autor de Tanguy, uno de los libros claves sobre la guerra civil española y sus consecuencias, que padeció cruelmente siendo aún niño, elabora un curioso retrato ibérico, fascinante por su heterodoxia y sorprendente porque no responde a los tópicos que podrían querer escuchar los franceses sobre sus vecinos, ni al paisaje reconfortante en el que a más de un español de hoy día le gustaría verse reflejado.

El libro consta de 56 piezas temáticas, por orden alfabético, que sirven de hilo conductor para una reflexión sobre España. Están los previsibles Carmen, Conquistadores, Flamenco, Franco, Inquisición... y los inevitables Castilla, Cervantes, El Cid, Lorca o Manolete. Pero también Abderramán III, Almanzor, Ben Hazim o Juan Luis Vives. La prosa es al mismo tiempo cálida y distante, como corresponde a una personalidad dual, realmente ni francesa ni española, sino todo lo contrario. Y llena de sorpresas.

"Yo acababa de llegar a Francia (...), y Sartre, que no había puesto el pie en España, puso el relojito sobre la mesa y se puso a explicarme y analizar lo que sucedía en España"
"Los franceses admiran el dinamismo de España, la modernidad que desprende, y les inquieta lo que pasa al otro lado de los Pirineos, piensan que todo va muy deprisa"
"La dictadura franquista no es nada nuevo, sólo que es más larga y más cruel. La saña en la represión marca la diferencia, y también el crimen contra la vida intelectual"
"España tiene una particular relación con la muerte, la mira de frente, pero eso no significa crueldad. Para los franceses es muy extraño, porque a la muerte no se la mira"
"Hasta hace muy poco, Barcelona era la única metrópoli de España, pero en los últimos años esto ha cambiado. Madrid es más abierta y Barcelona se ha cerrado más en sí misma"

"Yo acababa de llegar a Francia, y Simone de Beauvoir me dijo: 'Sartre te quiere conocer y quiere hablar contigo de España", explica con un cierto sarcasmo. "Sartre, que no había puesto nunca el pie en España ni hablaba una sola palabra de castellano, puso el relojito sobre la mesa y durante un buen rato se puso a explicarme y analizar todo lo que sucedía en España. Pero, pese a que yo llegaba de allí, no me hizo ni una sola pregunta sobre cómo se vivía, ni de lo que pasaba bajo Franco. ¡Lo sabía todo! Yo, muy cortés, escuché atentamente y no dije nada. Me maravillan los intelectuales franceses; son capaces de ponerse a hablar de cualquier cosa con total convencimiento...".

Pregunta. ¿Cómo ven España las clases medias francesas?

Respuesta. Hay algo más que interés; una verdadera pasión. Dominique Fernández ha escrito un artículo muy largo sobre el Diccionario amoroso de España en Le Nouvel Observateur en el que más o menos viene a decir que todo el mundo en Francia quiere a Italia porque los italianos son gente amable, son voluptuosos, son simpáticos. España, por el contrario, siempre es conflictiva, los franceses tienen una gran pasión conflictiva por España. Este libro se agotó nada más salir. Es falso que los franceses no quieran a España, tienen verdadera pasión, pero las pasiones son siempre contradictorias. Yo no puedo ir a una universidad o a un debate sin que me echen encima cualquier cosa; las corridas de toros, por ejemplo, para hacer un juicio moral sobre la crueldad, sobre el genio cruel del carácter español. Al mismo tiempo hay una fascinación por la Guerra Civil y, hoy día, una admiración por la sociedad española.

P. ¿Qué admiran?

R. Admiran el dinamismo de España, la modernidad que desprende. Les sorprende y también les inquieta lo que pasa al otro lado de los Pirineos, porque piensan que todo va muy deprisa; descubren que en España se están votando leyes que aquí en Francia pasarán años antes de que ni siquiera se puedan plantear. En Francia hay ahora mismo un sentimiento de depresión. El 80% de los franceses son muy pesimistas sobre el futuro, ven llegar una crisis grave. No confían en el país y tienen grandes dudas sobre la identidad de Francia. Desde el siglo XVII han vivido en el convencimiento de la grandeza de su civilización y ahora les cuesta mucho asumir que han pasado a ser un país como muchos otros. Y se dicen: pero en España, con lo que han sido, con el imperio que llegaron a tener, no se preocupan tanto. Los franceses, además, tienen el problema del idioma. Yo me doy cuenta de que en España, incluso el español que no piensa en ello siente que detrás de su idioma está toda América Latina. El idioma español no corre peligro, pero aquí en Francia hay el sentimiento de que el francés puede desaparecer. El imperio francés está hecho de árabes, de africanos, por eso tiene la angustia de que el francés va a desaparecer, por eso hay tantos concursos de ortografía. Como si toda Francia estuviera amenazada, no se sabe bien por quién ni por qué. El francés se siente muy aislado.

P. ¿Cómo explica el no en el referéndum sobre la Constitución europea?

R. La Europa de los Quince era todavía una Europa francesa. Ahora Francia es uno más de los 25 miembros de la UE. ¿Qué es Francia? Inglaterra lo sabe, se pone del lado de Estados Unidos, sabe que forma parte del mundo anglosajón. Hoy día ya no saben lo que es francés, esta sociedad no sabe cómo integrar la inmigración que llega de las antiguas colonias. Los ingleses no ven a los indígenas. En América, los españoles follaban, amaban, hacían y deshacían. Los ingleses, todo lo contrario, se juntan entre ellos, toman el té y juegan al golf. Los franceses, ni lo uno ni lo otro. Viven en la angustia. Es el problema de la identidad francesa.

P. En el Diccionario... usted reivindica el término reaccionario...

R. Sí. En Francia es una palabra que la política ha convertido en un término muy peyorativo. Ser reaccionario es ser fascista. Pero para un artista tiene otro sentido. Baudelaire es un reaccionario, Rimbaud es otro reaccionario, Balzac dice claramente que escribe por la religión y la monarquía. Ser reaccionario es ir contra los vientos generales de la época y no tiene nada de deshonroso. El arte es una cosa muy importante, y el progresismo hace mala literatura, hace mal arte. Tener buenos sentimientos, estar siempre dispuesto a llorar sobre las desgracias humanas y todo eso es pésimo en literatura. No se hace buena literatura con buenos sentimientos.

P. ¿Piensa que se ha roto la idea de progreso?

R. Aquí en París, cuando hablo con gente de la generación que ahora tiene entre 30 y 35 años, gente cultivada, con un buen nivel de estudios, detecto un gran pesimismo. Están completamente persuadidos de que habrá una tercera guerra mundial con Asia, que es una cuestión de diez años como máximo. Piensan que entre China, Japón y Estados Unidos la explicación llegará pronto, y que eso va a ir precedido por una enorme crisis económica, porque el dólar es una moneda completamente artificial como papel moneda. España conoció esto con Felipe II. Fueron necesarias dos bancarrotas e hicieron falta dos siglos para aceptar que estábamos arruinados. Hay un pesimismo muy profundo que se ha llevado consigo la idea de progreso como mejora del hombre. No sólo en Francia, también en Alemania. En realidad es un síntoma europeo continental.

P. ¿Persiste en Francia la idea de España como una cultura de la crueldad, como una cultura de la muerte?

R. Sí. Por eso he insistido muchísimo en el Diccionario... en lo que fue la presencia musulmana y la Reconquista. España es un país que se construye a sí mismo durante setecientos años. Tiene una particular relación con la muerte, la mira de frente, pero eso no significa crueldad; significa simplemente que está ahí, que hay que mirarla. Para los franceses esto es muy extraño porque a la muerte no se la mira. Los franceses contemplan en términos de psicología y consideran un síntoma de crueldad lo que para un castellano del siglo XV era el honor.

P. Usted contrapone la idea del castellano como hombre libre, precisamente porque tiene que luchar durante la Reconquista frente al hombre feudal de la Europa del norte.

R. El español tiene una familiaridad con la muerte que no significa crueldad, significa poder mantenerse en pie. Si la corrida de toros fue tan popular durante siglos, es porque es una escuela artística de estilo, de cómo hay que morir de pie si es posible, de cómo no derrumbarse. Son pueblos que se han hecho en la guerra constante. En Francia hay más dulzura, más civilización, plus de politesse, pero no existe esa idea de que un hombre se juzga en función de cómo se comporta ante el peligro. Insisto, esto no tiene nada que ver con la crueldad, tiene que ver con la noción básica de la modernidad castellana, que eran hombres libres que defendían la modernidad en un mundo feudal, que tenían una conciencia muy clara de ser hombres libres basada en sus privilegios y sus fueros. El fracaso del islam en España nace de que fue incapaz de crear hombres libres.

P. Pero esa sociedad de hombres libres, pujante en todos los aspectos, demográficamente potente, imperial, de pronto se quiebra, fracasa. ¿Por qué?

R. El atraso técnico. El peso clerical y militar en la sociedad española fue tan grande en los siglos XVI y XVII que llevó a eso que denunciaba el conde de Aranda: dos de cada tres españoles no quieren trabajar porque es un deshonor. España no tuvo burguesía, eso es reciente. Y las clases medias, aún más. La clase media surge con el franquismo en los años sesenta del siglo pasado. Reconocer esto no les gusta nada a los franceses.

P. El lector puede incluso pensar que usted bendice en cierto modo el franquismo.

R. Es una simple constatación. Saber si Franco quería realmente que surgiera una clase media en España, eso se me escapa. Cuando llamó a los técnicos del Opus Dei para que hicieran una reforma económica, para los planes de desarrollo, creó las condiciones de una mejora general y el nacimiento de una clase media. Es el género de movimiento que escapa totalmente a la psicología política. No es una cuestión de voluntad. Es como la televisión. Franco miraba todo el día la televisión, le gustaban mucho las canciones folclóricas, pero no se daba cuenta de que el instrumento de la televisión, que él mismo impulsaba, iba a tener una influencia decisiva en la transformación de la sociedad española. No imaginaba el cambio en las estructuras sociales que iban a traer los millones de televisores. No estoy estableciendo criterios morales, sino simples constataciones. Es probable que todo eso se hubiera producido sin Franco, pero no se puede negar el cambio que se produjo en España en los años sesenta y setenta. En Francia se calificaba a Franco de nazi. Muchos judíos no debían entenderlo, ya que cuando los nazis les perseguían, el régimen de Franco les dejó pasar y no les entregó.

P. ¿Qué es entonces el franquismo?

R. Todo el siglo XIX español está hecho de golpes militares con generales que llegan al poder. La dictadura franquista no es nada nuevo, sólo que es más larga y más cruel. El odio y la saña de la represión es lo que marca la diferencia. Y también el crimen contra la vida artística e intelectual española. Pero no hubo campos de exterminio, ni voluntad de exterminio étnico. Fue terrible, pero no vale utilizar el término nazismo.

P. Para los franceses, España todavía es el epítome de lo católico.

R. Es otro malentendido francés. Francia sí que es católica. La Iglesia católica tuvo en España un poder enorme, omnímodo, y eso lo está pagando y lo pagará durante mucho tiempo. Pero si España hubiese sido tan católica como se cree por estos pagos, ¿cómo se explica que cuando llega la revolución, lo primero que hacen los españoles es correr detrás de los curas y quemarles las iglesias? En España hay un enorme anticlericalismo, pero los franceses siguen haciendo la ecuación España igual a católico.

P. Entre los españoles que reivindica en el Diccionario... usted incluye a Juan Luis Vives, un personaje cuyo nombre suena mucho, pero del que muy poca gente conoce su trayectoria vital, empezando por el hecho de que venía de una familia judía y que se exilió de España.

R. Es una de las grandes figuras del Renacimiento, y alguien de una modernidad absoluta. En sus escritos defiende la necesidad de la instrucción de la mujer y pide escuelas. Es un hombre de una apertura extraordinaria. Sus padres eran judíos y acabaron en la hoguera de la Inquisición, pero él fue un ferviente creyente católico. Es curioso, no se rebela, admite la ambigüedad de la vida, en lugar de odiar o de volverse al judaísmo. Otros dos personajes a quienes reivindico en el Diccionario... y que en Francia están bastante olvidados son Miguel de Unamuno y José Ortega y Gasset, dos de las grandes figuras de la República. Ambos tuvieron mucha fama en Francia en los años treinta y hoy día están olvidados.

P. En el Diccionario... habla de la rivalidad entre Madrid y Barcelona, y apunta que, durante la Guerra Civil, Barcelona era anarquista, y Madrid, estalinista...

R. Hasta hace muy poco, Barcelona era la única metrópoli de España. A principios del siglo XX, la influencia de Barcelona en Europa fue tremenda, incluso en París. Pero en los últimos años ha cambiado. Madrid es más abierta, y creo que Barcelona se ha cerrado más en sí misma. En Barcelona hay dos tareas: vivir en Barcelona y ser catalán. Es eso que ahora llaman las identidades, algo que no es muy bueno para las cabezas de la gente.

P. ¿Qué piensa del fenómeno literario de Michel Houellebecq?

R. Es muy interesante, describe muy bien ese lado pesado de la sociedad francesa y desarrolla una pintura cruel de las clases medias francesas. Precisamente, es tremendamente reaccionario en el sentido que hablábamos. En su último libro hay páginas extraordinarias, como las que diseccionan la prensa femenina, el culto a la juventud, a la fuerza, a la sexualidad. Es el primer escritor francés que se atreve a decir que mayo de 1968 fue una verdadera calamidad para la sociedad francesa; es el primero en decir que todo ha sido una impostura; es el único que se ha atrevido a criticar esta deriva de la generación de los hijos de los sesentayochistas: el laxismo total.

Michel del Castillo, en los jardines de Luxemburgo, en París.
Michel del Castillo, en los jardines de Luxemburgo, en París.DANIEL MORDZINSKI

La novelesca peripecia de un niño de la guerra

MICHEL-XAVIER JANICOT DEL CASTILLO nació en Madrid en 1933, de padre francés y madre española. Las peripecias de su infancia y primera juventud, narradas magistralmente en Tanguy, publicada en francés en 1957 y, sorprendentemente, en castellano en 1959, son uno de los mejores retratos de la Europa del delirio totalitario y de la España desgarrada de la Guerra Civil y la siniestra posguerra.

El 18 de julio de 1936, cuando se produce el alzamiento militar contra la República, Michel del Castillo tiene tres años y está en Madrid. "Cuando estalla la guerra, la policía política del Partido Comunista metió a mi madre en la cárcel porque era amiga de la familia de Calvo Sotelo y se había pronunciado duramente contra su asesinato", explica.

Por poco tiempo, porque su madre se convierte en una de las voces más conocidas de la radio del bando republicano. "Hacía emisiones de propaganda en francés y en castellano bajo el seudónimo de Isabel e Isabelita, que tuvieron mucho éxito porque se enfrentaba al general Queipo de Llano. Ella era muy castiza y se insultaban mutuamente", recuerda.

En 1939 madre e hijo salen al exilio. "Fuimos de los últimos en salir de Madrid. Cerca de medianoche, por la única carretera que seguía abierta hacia Valencia. Íbamos con escolta de comunistas y llevábamos cinco o seis salvoconductos, de la FAI, de la CNT..., y en cada control había la duda de qué salvoconducto sacar. Recuerdo muy bien la tensión nerviosa de los hombres que estaban al lado de mi madre, y también la salida en barco, hacia Orán. Cómo lloraban las mujeres".

De Orán saltaron a Marsella, y allí comenzó su odisea. "Una vez en Francia, mis padres, cuya relación ya era muy mala, se enfadaron definitivamente y se separaron. Durante la guerra ella se había casado con un capitán de las brigadas internacionales, lo que entonces se llamaba un matrimonio revolucionario. Era una mujer muy difícil, pero mi padre hizo una de esas cosas que no se pueden perdonar: la denunció y la metieron en un campo de concentración. Cayó enferma, se evadió y me abandonó".

Michel del Castillo perdió de vista a sus padres. En 1942 se lo llevaron al campo de concentración de Matthausen, y, en 1945, la Cruz Roja lo devolvió a España. No tuvo suerte. La única persona que podía darle cobijo, su abuela materna, había muerto. "Entonces me metieron en un lugar siniestro en Barcelona que se llamaba Asilo Durán. Como hijo de rojos estaba allí para mi reeducación política y moral, y allí me pase cuatro años. En 1949, a punto de cumplir los 16 años, me escapé y me fui a Madrid. Llegué hasta casa de mi abuela y hablé con los porteros. Me dijeron que ya no quedaba nada: la casa se había vendido. Como no sabía qué hacer, me fui a una comisaría y le conté toda la historia a un inspector joven. Y me dijo: 'O tú eres el mejor mitómano que he conocido en mi vida o lo que dices es verdad'. Averiguó que yo no era un mitómano y me envió a un colegio de jesuitas en Andalucía. La verdad es que allí pasé dos años extraordinarios, pero yo no soñaba más que en volver a Francia para encontrar a mi padre o mi madre, porque yo no tenía más explicación en mi cerebro que decirme: 'O mi madre ha muerto, o si no ha muerto y no me busca, eso es algo que yo no puedo soportar".

"Mi padre pertenecía a la muy alta burguesía francesa. Llegué a París y las cosas fueron bastante mal. Yo le había escrito, incluso el Ministerio de Asuntos Exteriores le había avisado de que tenía a su hijo en España en condiciones terribles, pero él no quiso verme. Dio excusas. También supe que mi madre vivía y la volví a encontrar y tampoco fue bien. Ella no había hecho nada para encontrarme".

Michel fue acogido en París por un hermano de su padre, hizo sus estudios y poco a poco se convirtió en escritor de éxito. Ha publicado decenas de libros, entre los que destacan, además de Tanguy, De padre francés, Calle de los archivos, Mi hermano el idiota y El crimen de los padres, publicados por Ikusager Ediciones.

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